Resistencias y oportunidades.

 

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Cuando se habla en círculos europeos de las relaciones trasatlánticas está aludiéndose directamente a las relaciones entre la Unión Europea y los Estados Unidos de Norteamérica.

Lo primero que debería puntualizar un español es que tan trasatlánticas son esas relaciones como las relaciones con Iberoamérica, además de igualmente importantes, aunque de menor magnitud comercial.

En este momento, lo que está en el candelero es la negociación sobre la Colaboración Transatlántica en Comercio e Inversión. En el triángulo de relaciones Unión Europea-Estados Unidos-Iberoamérica reforzar cualquiera de los lados es bueno si no se hace en detrimento de los otros dos.

Lo que hay que recordar es que la relación comercial y financiera entre la UE y EE UU es la más fuerte del mundo, con mucha diferencia, y va a seguir siéndolo durante largos años, por mutuo interés. Por tanto, desechemos todas esas elucubraciones que están tan de moda sobre el viraje de EE UU hacia China o el Pacífico. Hace siglo y medio, por lo menos, que Estados Unidos se interesa por el Pacífico y adquiere o mantiene en él posiciones estratégicas, lo que no le ha impedido nunca estrechar sus lazos con Europa. Porque son y van a ser previsiblemente en el futuro mucho más fuertes que los que pueda tener con China y los demás países del Pacífico.

El acuerdo que se persigue tendría nuevas consecuencias espectaculares, como son un 30% de aumento total del comercio y los cientos de miles de empleos más que se crearían. Pero las dificultades son también grandes.

En primer lugar, nos encontramos con un problema de plazo: a la actual Comisión Europea (con el comisario Karel  de Gucht como principal apóstol de la negociación) le queda un año ocupando ese puesto; al Congreso de EE UU otro tanto, y al Parlamento Europeo aún menos. Por tanto, se trata de negociar a contrarreloj, y eso requiere una voluntad política clara  y decidida, que no es seguro que exista.

La movilización en torno a la excepción cultural “ha puesto de relieve la desconfianza que existe en amplios sectores de la opinión pública europea, respecto de todo lo que signifique liberalización o reducción de barreras. Y en Estados Unidos hay fuertes sectores que también viven bien abrigados y no quieren que se toquen sus excepciones, como pueden ser el transporte aéreo o el acceso a subastas públicas.

Añadamos a eso las profundas diferencias en materia de regulación de productos agrícolas (incluyendo organismos genéticamente modificados o denominaciones protegidas) y tendremos el riesgo de que solo se puedan negociar asuntos marginales.

Los españoles tendríamos que vigilar, además, con especial cuidado, que los acuerdos a los que se llegue no solo sean compatibles con los que la UE tiene con los países iberoamericanos, sino que los refuercen y potencien. Nos va mucho en ello.

A pesar de todas las dificultades, desarrollar las relaciones entre Washington y Bruselas merece la pena. Siempre es un buen negocio, y el interés general debe prevalecer sobre las resistencias particulares. Para no fracasar en el empeño y evitar que esta montaña de esperanzas acabe en nada.

 

 

 

 

 

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