He aquí a Mir Hussein Mussavi, el hombre que trata de destronar a Mahmud Ahmadineyad.

“¡Muerte a las patatas!”

Esta exclamación, lanzada desde la muchedumbre en una manifestación reciente a favor del candidato presidencial iraní Mir Hussein Mussavi, puede parecer una forma extraña de demostrar el apoyo a un hombre que ha sido en dos ocasiones primer ministro del país y es hoy el más temible rival del presidente actual, Mahmud Ahmadineyad. Pero, al parecer, las patatas tienen mucha relación con las elecciones de este año en Irán, que tendrán lugar el 12 de junio. La extensión del reparto público de patatas se ha convertido, junto con otro gran abanico de subsidios y limosnas del gobierno, en la estrategia preferida por Ahmadineyad para comprar votos. Mientras Occidente fija su atención en sus declaraciones incendiarias sobre el Holocausto y su política nuclear de confrontación, sus detractores internos se indignan por los defectos de sus remedios económicos y su demagogia populista, además de su errático estilo diplomático. De ahí las patatas y el sorprendente regreso de Mussavi, un hombre poco conocido fuera de su país.

 
 
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  El fantasma de Jomeini: ¿Es realmente el ex primer ministro y estudiante la la revolución iraní el reformista que algunos esperan?

Aunque muchos iraníes liberales -y unos cuantos analistas occidentales- creen que Mussavi representa un posible correctivo reformista a los excesos de Ahmadineyad, es muy probable que, si el ex primer ministro gana contra todo pronóstico en junio, se limite a dar un pellizco a la República Islámica, sin grandes vuelcos. Algo más parecido a Leónidas Brezhnev que a Mijaíl Gorbachov.

Mussavi, de 68 años, nunca se ha presentado a unas elecciones, puesto que fue nombrado primer ministro, a los 40 años, después de haber sido brevemente ministro de Exteriores y director del periódico del Partido Republicano Islámico. No es especialmente carismático y parece carecer de una maquinaria organizativa sólida como la que hace que Ahmadineyad, con su base religiosa conservadora, sea el favorito indiscutible. Además, ha pasado los últimos 20 años alejado de la opinión pública, dedicado a su afición a la arquitectura y la pintura. Para las dos terceras partes de la jovencísima población iraní, su legado como primer ministro es ya prácticamente desconocido.

No obstante, Mussavi, hijo de un comerciante de té azerí, es un político ambicioso y preparado, y propenso a rodearse de personajes igualmente cualificados. Ayudó a dirigir Irán durante buena parte de los tumultuosos 80, durante la sangrienta guerra con Irak y múltiples episodios de malestar interno. Para afrontar los problemas, reunió dos ambiciosos gabinetes con personas de todo el espectro político y unas edades medias de sólo 37 (1981-1985) y 40 años (1985-1989). Siete de sus ministros fueron después candidatos a la presidencia, y su ministro de Cultura, Mohamed Jatamí, acabó ganado.

Mussavi contaba con el afecto del difunto ayatolá Jomeini, el cerebro de la revolución iraní y su posterior líder supremo. Pero no se llevaba bien con quien fue presidente en sus años de mandato, el ayatolá Alí Jamenei, que era pariente lejano. Chocaron por temas económicos, porque Mussavi creía firmemente en las políticas estatalistas y Jamenei estaba en favor de una mayor participación del sector privado. Sus disputas adquirieron tal tono que Jamenei sólo nombró a Mussavi para un segundo mandato por las presiones de Jomeini. El conflicto alcanzó su apogeo en septiembre de 1988, cuando Mussavi presentó su dimisión. El ayatolá Jomeini se negó a aceptarla, porque la consideró inapropiada en medio de las conversaciones para lograr un alto el fuego con Irak. Sin embargo, menos de un año después, el cargo de primer ministro desapareció por completo para crear una presidencia más fuerte. Esa derrota y la muerte de su protector, el ayatolá Jomeini, en 1989, hicieron que abandonara la política.

Ahora bien, la retirada de la política no quiere decir el aislamiento. Mussavi asesoró a Jatamí y a su predecesor, Akbar Hashemi Rafsanjani, y fue miembro de algunas de las instituciones más poderosas de Irán, sobre todo el Consejo de Conveniencia -que supervisa al gobierno y aconseja al líder supremo- (desde 1989 hasta el presente) y el Consejo Supremo de la Revolución Cultural, que examina qué políticas culturales, educativas y de investigación están en concordancia con los valores del Estado islámico (desde 1996 hasta el presente). Desde 1999, Mussavi es presidente de la Academia de las Artes iraní y tiene fama de haber adoptado una definición más flexible y variada de la expresión artística.

Existen más de 470 candidatos inscritos para competir con Ahmadineyad, pero se espera que el Consejo Guardián, el órgano dominado por los conservadores que supervisa las elecciones, apruebe a menos del 1% de los aspirantes. Entre los pocos escogidos, Mussavi será el rival más serio.

Los partidarios de Mussavi alegan que su experiencia gestionando la economía en tiempo de guerra demuestra que podría hacerlo mucho mejor frente a los problemas económicos que Ahmadineyad. Además, destacan que su etapa como ministro de exteriores, aunque sólo duró unos meses, hace que esté más en consonancia con las sutilezas de la diplomacia. Cuenta con el apoyo de Jatamí, poderosos clérigos contrarios a Ahmadineyad y varios políticos y organizaciones reformistas.

Aun así, no lo tiene nada fácil. Además de sus limitaciones políticas, tiene como rival a Mehdi Karubi, el antiguo presidente del parlamento, que inevitablemente dividirá el voto reformista. Sus detractores progresistas subrayan que el gobierno de Mussavi ordenó la ejecución masiva de sus adversarios en 1988 y que él, desde entonces, ha permanecido callado sobre las violaciones de los derechos humanos. También señalan su apoyo a la fatua de Jomeini contra Salman Rushdie, el autor británico de Los versos satánicos. Suele decirse que la mentalidad de Mussavi recuerda a la de los primeros años de la revolución, cuando la economía islámica, el sacrificio común y la autarquía eran la norma en política.

Si estos críticos y una juventud apática deciden boicotear las elecciones, la vuelta de Mussavi a la política activa será bastante pasajera. Pero si consigue capturar la imaginación de los iraníes, el mundo puede esperar a un presidente Mussavi que se encontraría entre el reformismo flexible de Jatamí y el nacionalismo estridente de Ahmadineyad. No renunciaría a reafirmar el derecho de su país a enriquecer uranio. Favorecería una mejora de las relaciones con Estados Unidos, pero sería un negociador feroz en cualquier conversación. Y dentro de su país, su entusiasmo por la sociedad civil y las libertades políticas no tendría nada que ver con el de Jatamí.

A pesar de que lo tiene difícil, Mussavi parece decidido a presentarse. Tal vez considera que ésta es la mejor, o tal vez la única, oportunidad que tiene de alcanzar la presidencia. En las bodas iraníes, el clérigo que oficia los esponsales pregunta a la novia tres veces si quiere casarse con el novio. La costumbre es que la novia permanezca callada y no responda “Sí, quiero” hasta la tercera vez. Hoy, después de haber ignorado las peticiones de que se presentara como candidato en 1997 y 2005, Mussavi ha decidido decir “Sí, quiero”.

 

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