Ya está puesta en marcha, pero debería ir más rápida.

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Tanto los análisis de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) como los de Greenpeace tienen un elemento común: para evitar un cambio climático catastrófico -el que se derivaría de una subida de temperaturas por encima de 2º C- el mundo tiene que incrementar sustancialmente la incorporación de energías renovables y mejorar de manera igualmente significativa la eficiencia energética. La principal diferencia está en que, mientras la AIE concede algún papel en el futuro, aunque minoritario, a la energía nuclear o a tecnologías encaminadas a hacer “menos sucios” los combustibles fósiles, el escenario [R]evolución Energética de Greenpeace, informe publicado por la organización por primera vez en 2005, se centra en aprovechar a fondo las capacidades de las renovables y la eficiencia para poder dejar de lado también esas tecnologías minoritarias, pero muy peligrosas.

El escenario de [R]evolución Energética, actualizado por cuarta vez en 2012, es de hecho el único que consigue que las emisiones mundiales de CO2 dejen de crecer en 2015, que es el año señalado por los científicos como crucial para lograrlo y así evitar el peor cambio climático. A partir de ahí empezarían a bajar, para reducirse en 2050 más del 80% respecto a 1990, si el suministro energético mundial se basa casi por completo en renovables para entonces.

Ahora bien, una cosa es demostrar que tal escenario es posible y otra bien distinta es que vaya a ocurrir realmente. La actualidad diaria no invita al optimismo, y ni siquiera la alarma que refleja el récord histórico de pérdida de hielo en el Ártico, debido al cambio climático inducido por la quema masiva de combustibles fósiles, parece frenar el apetito de los países en lanzarse a buscar más combustibles fósiles, aunque sea bajo las mismas aguas que la retirada del hielo deja accesibles. Tampoco invita al optimismo contemplar cómo España, uno de los países que ha liderado la revolución renovable, se ha atascado con una moratoria que ha frenado en seco el espectacular crecimiento de los últimos años.

Sin embargo, hay evidencias de que el paradigma energético está empezando a cambiar en el mundo más rápido de lo que muchos esperaban. A raíz del múltiple accidente nuclear de Fukushima, los ejemplos de países que dirigen su política energética hacia la sostenibilidad han empezado a proliferar.

El caso más significativo es el de Alemania, cuyo gobierno dio un giro completo a su política energética, cerrando inmediatamente ocho centrales nucleares y planificando el cierre de las nueve restantes de modo progresivo hasta 2022, al tiempo que reafirmó su compromiso de reducir las emisiones de CO2 en un 40% para 2020 respecto a 1990. Para lograrlo se apoya en las energías renovables, que suministrarán el 80% de su energía en 2050. Además de ser el líder mundial en energía eólica, el país cuenta con 28 GW solares, casi la mitad de la potencia solar instalada en el mundo, y aumenta su potencia solar a gran velocidad, con casi 5 GW instalados en los primeros siete meses de 2012, más que España en toda su historia. La potencia renovable disponible en Alemania es siete veces mayor que la de España, y la política de apoyo a la energía renovable concluirá cuando el país germano haya alcanzado una potencia 13 veces mayor a la actual de España.

El segundo país en crecimiento de energía solar es Italia, que abandonó los planes de volver a la energía nuclear cuando dicha opción fue rechazada por abrumadora mayoría en referéndum. Con la mitad de potencia solar instalada que Alemania, Italia triplica ya la potencia solar de España, ha quintuplicado su producción de energía con el sol de 2010 en 2011, y ha producido de nuevo esa cantidad de energía solo en la primera mitad de 2012. El pasado mes de agosto el 8,4% de toda la electricidad italiana se obtuvo con energía solar, superando el nada despreciable 6,2% de España.

El mejor ejemplo de política energética sostenible es quizá el de Dinamarca. Para 2020, planea producir la mitad de su electricidad con eólica y reducir sus emisiones de CO2 un 34% respecto a 1990. Para 2035, toda su demanda de electricidad y de calor será suministrada con renovables, y para 2050 el 100% de la energía consumida en el país será renovable.

Bélgica ha decidido cerrar todas sus nucleares cuando cumplan 40 años, aunque dos de ellas han sido cerradas automáticamente de modo cautelar tras la aparición de grietas. Suiza las habrá cerrado todas en 2034.

Hasta el presidente Hollande ha prometido reducir el peso de la energía nuclear en Francia, el buque insignia de esta energía en el mundo, del actual 75% al 50%.

Y por supuesto Japón, la tercera economía del mundo, que ha cambiado radicalmente de política energética, no solo por las desastrosas consecuencias de Fukushima sino por el masivo rechazo que ello ha provocado en su opinión pública hacia una energía tan peligrosa. El Gobierno japonés, haciendo frente a una enorme presión de los lobbies industriales de su país, se ha comprometido a haber abandonado completamente esa forma de energía para la década de 2030. En su lugar, va a invertir masivamente en energía renovable, y para ello ha aprobado un sistema de primas que ya está dando sus frutos: en solo dos meses se han presentado y aprobado proyectos renovables que cubren la mitad de la potencia que se prevé instalar en todo 2013.

En el conjunto de la OCDE, la producción de energía nuclear bajó un 9,2% en 2011 y la producción renovable aumentó un 8,2%.

Fuera de la OCDE, China, el gigante asiático a quien todo el mundo señala como devorador de energía sucia, ha saltado con la velocidad que la caracteriza al mercado renovable, pasando en muy poco tiempo a ser líder mundial en energía eólica y fotovoltaica. Su objetivo solar para 2015 es de 21 GW. Para 2020 planea aumentar su potencia instalada eólica en 2,5 veces y la solar en 15 veces.

Hasta Arabia Saudí planea producir un tercio de su electricidad con renovables en dos décadas.

No cabe duda de que la [R]evolución Energética, aunque sea de manera silenciosa, está en marcha. Lo que hace falta es acelerarla.