¿Reformas a la vista? No, la calma en el interior del país es el objetivo prioritario de los líderes rusos.

 

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Después de pasar una semana en Rusia, llegué a la conclusión de que el país es muy estable. Tal vez demasiado. El presidente Vladímir Putin parece desear pocas reformas políticas o económicas, por temor a que provoquen inestabilidad. Sin embargo, están surgiendo divisiones en su entorno: algunos apoyan medidas drásticas contra la oposición, mientras que otros aconsejan tácticas más suaves. Putin apoya unas veces a los unos y, en ocasiones, a los otros. En cuanto a política exterior, el Presidente parece tener también dos caras. El líder pragmático quiere trabajar con Estados Unidos para abordar los problemas que comparten ambos países. Pero el otro Putin considera a EEUU una potencia hostil que intenta desestabilizar a Rusia y le agrada hacer cosas que enfurecen a Washington, como acoger al ex analista de la CIA y fugitivo Edward Snowden.

En Moscú, tanto el líder de la oposición como los funcionarios del Gobierno más liberales coinciden en que la necesidad de un cambio político y económico es mayor que nunca, pero que las posibilidades de que se efectúe una reforma seria son prácticamente inexistentes. Después de las manifestaciones masivas del invierno de 2011-2012, los optimistas pensaron que el régimen trataría de recuperar el apoyo de las clases medias mediante la modernización de la gobernabilidad del país. Pero en estos días nadie espera muchos cambios.

Los líderes rusos temen que las grandes reformas económicas o políticas pudieran alterar los intereses creados, generar fracasos en el camino y tal vez fortalecer a la oposición. De hecho, el Gobierno ha ensayado algunas reformas de los sistemas universitario, sanitario y escolar con el fin de ahorrar dinero, pero han resultado impopulares. La reforma del sistema de pensiones (que implicaría una reducción de las nóminas de los jubilados) se debate desde hace más de una década, pero con frecuencia se ha pospuesto. Siempre parece haber una excusa para retrasar las reformas de calado.

La desaceleración de la economía ha supuesto un choque para los gobernantes rusos. En 2010, 2011 y 2012 Rusia creció cerca de un 4% al año. En 2013 el crecimiento puede ser inferior al 2%. Inicialmente, el Gobierno echó la culpa a la crisis de la economía mundial, que provocaba que la demanda de recursos naturales rusos estuviera disminuyendo. Pero en abril, cuando Putin reunió a los ministros y expertos clave para debatir sobre la economía en el centro turístico de Sochi, en el Mar Negro, la conclusión a la que llegaron fue que algunos de los problemas eran de cosecha propia.

Los altos cargos enumeran así los problemas estructurales: inexistencia de excedentes de capacidad industrial (en la década de 2000 la economía podía crecer rápidamente mediante la activación de las instalaciones de la era soviética), falta de movilidad de los trabajadores en Rusia (las monociudades de la antigua Unión Soviética son apuntaladas por el Estado), envejecimiento de la población y, sobre todo, una cada vez menor tasa de inversión del sector privado. No fue de ayuda la cifra de salida neta de capital del país (40.000 millones de dólares, unos 30.000 millones de euros) obtenida en el primer semestre del año, pero el inadecuado funcionamiento del Estado de Derecho es tal vez el principal obstáculo para la inversión. No está haciéndose mucho al respecto. "Los líderes ponen demasiado énfasis en la estabilidad", dijo un antiguo alto cargo. "Hay una falta de energía a nivel federal".

Para lograr un crecimiento más sostenible y menos volátil, Rusia debe liberarse de la dependencia de los recursos naturales. Un responsable admitió que a pesar de que la diversificación sigue siendo un objetivo político, sería extremadamente difícil de lograr. El país tenía que respetar sus puntos fuertes naturales, que eran las materias primas, los servicios “intensivos en matemáticas” (como el procesamiento de datos y la informática) y la tierra, dijo el funcionario, que añadió que a Australia le había ido bastante bien a pesar de su dependencia de las exportaciones de recursos naturales.

El elevado precio del petróleo proporciona liquidez al Gobierno ruso para complacer a los intereses creados y perjudicar a los oponentes potenciales. Pero ni siquiera una caída del precio del oro negro provocaría necesariamente importantes reformas, advierten los funcionarios. "Todo el mundo asume que se necesita una crisis antes de conseguir reformas institucionales", aseguraba uno de ellos. "Aunque esperan que se pueda salir de la crisis. Nadie en el Gobierno ni en la oposición tiene un buen plan de implementación de reformas”. Incluso los líderes de la oposición dudan de que una bajada del precio del crudo pudiera impulsar las reformas. "No hay precedentes en la historia de Rusia desde la URSS de que una mala situación económica provocara inestabilidad política", dijo uno de estos líderes. "Y si hay más manifestaciones, ¿qué más da?".

Y si parece poco probable que sean las protestas de abajo arriba las que impulsen las reformas, por el momento, ¿podrían las divisiones en el seno de la élite gobernante provocar un cambio de arriba abajo? Ya no hay una división entre los seguidores de Putin y los seguidores del primer ministro, Dmitri Medvédev, porque éste ya no es un actor importante. Pero los apoyos del Presidente parecen estar divididos entre los siloviki (vinculados con el aparato de seguridad) y los pragmáticos. La batalla entre ellos aún no es un riesgo para la estabilidad del régimen, porque Putin está claramente al mando.

Los siloviki, dirigidos, entre otros, por Alexander Bastrykin (el jefe de la "comisión de investigación") quiere aplastar la disidencia. Los siloviki se aseguraron de que Alexei Navalny, un líder de la oposición, fuera condenado a cinco años de trabajos forzados en julio. No quieren que se presenten a las elecciones a la alcaldía de Moscú en septiembre. Pero después de una noche en la cárcel, Navalny fue puesto en libertad. Esto significa que mientras su apelación esté pendiente, puede ser candidato a la alcaldía de la capital rusa. Debe agradecérselo a los pragmáticos, incluido Sergei Sobyanin, el actual alcalde de Moscú. Sobyanin, al parecer, quiere competir contra Navalny en unas elecciones libres y justas, ya que sabe que reforzaría su legitimidad y que ganaría con facilidad. El caso Navalny es un recordatorio de hasta qué punto los tribunales rusos están controlados por el Ejecutivo.

Muchos oligarcas, tanto liberales como moderados, ven a Sobyanin como posible sucesor de Putin. Ex gobernador de la región de Tyumen, viceprimer ministro y jefe de la Administración presidencial, Sobyanin es una figura gris, al estilo de Chernomyrdin. Es muy leal a Putin y se dice que es eficiente. Un antiguo funcionario que ha trabajado con él ha declarado que si Sobyanin estuviera al mando intentaría introducir mejoras moderadas en el sistema.

Navalny, que comenzó haciendo campaña contra la corrupción, se perfila como el rival más creíble de Putin, a pesar de carecer de apoyo a gran escala (las encuestas de opinión sugieren que sería afortunado si consiguiera el 10% de los votos en Moscú) y de que su partido no ha sido registrado aún. Los líderes más liberales de la oposición no confían en que sea un verdadero demócrata.

El Partido Republicano quiere reunir a todos los liberales, pero tiene muy poco dinero y muchos líderes. Uno de los cuatro colíderes, Vladimir Milov, se marchó de la formación para fundar su propio partido. En cuanto a los demás, Vladimir Ryzhkov votó en contra de que el Partido Republicano respaldara a Navalny para la alcaldía de Moscú, pero Mikhail Kasianov y Boris Nemtsov votaron a favor, por lo que el partido finalmente le apoyará. La oposición parece aún débil —y la arena política rusa sigue su camino, sin visos de perder la estabilidad.

Por el contrario, las relaciones de Rusia con EE UU, están en proceso de cambio. El nuevo comienzo (el tono cálido que predominó entre los presidentes Barack Obama y Dmitri Medvédev) había desaparecido antes de que Putin regresara a la presidencia en mayo de 2012. Este año, el ambiente se ha deteriorado paulatinamente.

Llegar a percibir las intenciones de Putin hacia los estadounidenses es difícil. Si se pregunta a los altos cargos rusos cómo ve el presidente ruso a Estados Unidos se obtienen dos respuestas diferentes. Una es que Putin quiere una relación de tipo empresarial en la que las dos partes puedan hacer frente a los desafíos comunes, como el terrorismo, Afganistán, Irán, Siria, entre otros, a pesar de que a menudo se critiquen mutuamente. Putin entiende que EE UU es la primera superpotencia y que debe trabajar con ese país en algunos de estos temas. Así, el Presidente respaldó personalmente el acuerdo Exxon-Rosneft del año pasado, que tal vez alcance un valor de 500.000 millones de dólares, para desarrollar los recursos de hidrocarburos en el Mar Negro y el Ártico. La otra respuesta es que Putin está paranoico en lo que se refiere a Estados Unidos. Toma de forma literal la retórica, a menudo hipócrita, de los políticos estadounidenses sobre la importancia de la difusión de la democracia y los derechos humanos. Piensa que Washington inevitablemente tratará de intervenir para derrocar a los regímenes que no le gustan, como hizo en Afganistán, Irak, Libia y Serbia. Putin no distingue entre republicanos y demócratas, y cree que todos son intervencionistas (esto molesta a algunos en el equipo de Obama, puesto que éste y el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, se habían opuesto a la guerra de Irak). La hostilidad hacia Washington explica la represión de las ONG rusas que reciben fondos extranjeros (y en particular de EE UU). Estas dos facetas de Putin son probablemente ciertas. Pasa de una cara a la otra, lo que hace de él un socio difícil para los estadounidenses.

Obama, por su parte, tiene dos prioridades con Rusia, pero está haciendo pocos progresos en ambas. Una de ellas es el control de armas. Hablando en Berlín en junio, propuso nuevos recortes en los arsenales nucleares. Desde hace varios años, Rusia se ha quejado de que los planes de Estados Unidos para la defensa antimisiles podrían afectar a su capacidad nuclear estratégica, y por ello frenan su entusiasmo para reducir cabezas nucleares. En marzo, Washington dijo que iba a descartar la cuarta y última fase de su sistema de defensa antimisiles en Europa. Sin embargo, Moscú no ha respondido a ese movimiento ni al discurso de Berlín. Una de las razones puede ser su deseo de mantener una significativa superioridad nuclear frente a China.

Otra prioridad de Obama es Siria. Putin ha propuesto la idea de una conferencia de paz Ginebra II, pero esta se ha visto obstaculizada por la incapacidad de Occidente para convencer a la oposición de participar (aunque esto se debe a que los rebeldes están perdiendo, lo que, a juicio de las autoridades estadounidenses, se debe en parte al apoyo ruso a Bashar al  Assad). La mayoría de los rusos creen que los acontecimientos en Siria están demostrando que tenían razón: ellos siempre advirtieron de que gran parte de la oposición acabaría siendo peor que el régimen de Assad. Siria seguirá siendo una fuente de discordia en el futuro cercano.

Hay otros asuntos espinosos en la relación entre Estados Unidos y Rusia. Moscú ha prohibido las importaciones de cerdos y ganado de EE UU, porque la carne contiene la sustancia química ractopamina (fármaco betabloqueante que modifica el metabolismo de los animales para lograr carne con menos grasa). Además, la lista de Magnitsky incomoda al Gobierno ruso: el Congreso estadounidense ha aprobado una ley que permite a la Administración negar visados y congelar  activos de los funcionarios vinculados a la muerte bajo custodia de Sergei Magnitsky, abogado que reveló y denunció fraudes y violaciones de los derechos humanos en Rusia. Y ahora Moscú ha concedido asilo temporal a otro garganta profunda: Snowden. Los funcionarios estadounidenses creen que Putin subestima la importancia que el ex analista de la CIA tiene para la Administración Obama, que le considera un criminal serio, y por lo tanto, el daño potencial que el caso puede hacer a relación entre Moscú yWashington. Obama ya no está dispuesto a verse con Putin en Moscú en septiembre, después de la cumbre del G-20 en San Petersburgo, como estaba previsto.

Los que conocen bien a Obama dicen que el Presidente no está dispuesto a perder tiempo en asuntos que no dan resultados. Así que la falta de progreso en el control de armas y en la situación deSiria, además de la historia de Snowden, pueden hacer que Obama reduzca al mínimo el tiempo que pasa en Rusia. No es que esto pueda hacer tambalear mucho a los líderes rusos. Lo que más les importa es la estabilidad en el interior del país, objetivos que, hasta ahora, están logrando.

 

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