Marcha mundial contra el cambio climático en Santiago de Chile en el marco de la conferencia del clima COP 21 las Naciones Unidad que tuvo lugar en París. (Martin Bernetti/AFP/Getty Images)

Cabe preguntarse si las tendencias que subyacen al desarrollo global son sostenibles teniendo en cuenta la creciente amenaza que representa el cambio climático y la consecuente imposibilidad, para los países en vía de desarrollo en América Latina y el Caribe, de alcanzar los estándares de calidad de vida que ofrecen los países de altos ingresos. 

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El término “desarrollo” como un objetivo universal para mejorar el bienestar social global está ligado a la acumulación de capital y el aumento de la productividad. Esta aproximación conceptual se fundamenta en que el crecimiento económico conduce a la mejora de las condiciones de calidad de vida. En efecto, entre 1950 y 2014 el PIB mundial per cápita se expandió a una tasa promedio anual de 2,1%, lo que se asocia con una notable evolución de los indicadores de bienestar social. En las últimas décadas, la esperanza de vida promedio aumentó de 52 a 71 años, una subida del 36%; el analfabetismo en adultos se redujo de 53% a 16% y el número de personas que viven en pobreza extrema bajó alrededor de 2 mil millones, a poco más de 700 millones. Lo cierto es que Iberoamérica debe tener un papel mucho más protagónico y concreto en los procesos que garanticen la sostenibilidad como piedra angular de la senda del desarrollo global. Los siguientes son algunos ejemplos y acciones para lograr ese propósito.

Riesgos del cambio climático

El rápido ritmo de la economía mundial en las últimas décadas ha estado asociado con un crecimiento de las emisiones globales de dióxido de carbono como resultado del uso de combustibles fósiles. Sin embargo, una de las principales conclusiones del último trabajo científico sobre cambio climático muestra que el coste anual de la introducción de medidas sobre control de gases de efecto invernadero es mucho menor que el coste potencial del cambio climático incontrolado. El Panel Intergubernamental de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (IPCC) ha sugerido que la estabilización de los gases de efecto invernadero para el año 2030, desaceleraría el crecimiento mundial en poco más de 0,1 puntos porcentuales por año.

Los riesgos de la inacción son enormes. Un aumento de la temperatura de 3°C con respecto a los niveles preindustriales, por ejemplo, no se ha visto en el planeta en un millón de años. Un elemento central de la solución será la implementación de una transición hacia una economía baja en carbono que implicaría el uso de combustibles más limpios, incluidas las tecnologías solares fotovoltaicas y eólicas. También será necesario invertir en infraestructura energética, no solamente para satisfacer la creciente demanda mundial de energía, sino también para aumentar la eficiencia. Se estima que en los próximos 20 años, la inversión mundial en infraestructura estará en entre los 5.000 y 6.000 millones de dólares por año, tres cuartas partes de los cuales serán destinados a nueva infraestructura en el mundo en desarrollo. Dado que más de la mitad del total de emisiones de efecto invernadero provienen de la inversión y el uso de diversas infraestructuras, existe una necesidad de que todas las nuevas inversiones sean en energía limpia y verde. Es ineludible la implementación de acciones concretas de mitigación del cambio climático en América Latina y el Caribe que vayan más allá de la ratificación de protocolos o de buenas intenciones políticas. Por ejemplo, los tres países de la región (Brasil, Chile y México) que conforman la Misión Innovación, que busca acelerar la innovación pública y privada en energía limpia, se comprometieron a duplicar sus esfuerzos de investigación y desarrollo en materia de energía limpia hasta el 2020. Este es el tipo de acciones concretas que deben materializar los países latinoamericanos.

Subvenciones a la energía

Otra dimensión clave del debate se refiere a la necesidad de una mejor utilización de los recursos existentes, para promover la prosperidad común, en lugar de crear distorsiones, especialmente en el mundo en desarrollo. Un estudio del Fondo Monetario Internacional (2015) tiene en cuenta el coste de las externalidades negativas del consumo de energía (el calentamiento global, la contaminación) de los cuales las subvenciones de energía (para petróleo, electricidad, gas natural y carbón) equivalen a unos 5,3 mil millones de dólares por año. Esta suma astronómica equivale a aproximadamente 6,5% del PIB mundial. Si se eliminaran tales subsidios las emisiones de CO2 se reducirían en un 21%. En América Latina no se han realizado esfuerzos significativos para sustituir las subvenciones a los combustibles fósiles a pesar del enorme potencial de la región que, según el World Wildlife Fund, cuenta con la capacidad de abastecer 20 veces la demanda de electricidad para el 2050 usando energías renovables.

Tecnología

El uso más eficiente de energía ha reducido el tamaño de su consumo como componente del PIB mundial en más de un 30% en los últimos 25 años lo que demuestra que la implementación de nuevas tecnologías de conservación de la energía resulta eficiente. La tecnología debe cumplir un papel complementario a otras medidas destinadas a precipitar los cambios necesarios en el comportamiento humano. Sin embargo, el desarrollo del potencial tecnológico requiere de acuerdos globales institucionales, eficiencia gubernamental y recursos financieros, todos escasos en la actualidad. Pareciera que el desafío de la sostenibilidad en materia social y medioambiental no tuviera en cuenta las posibilidades tecnológicas. De hecho, América Latina y el Caribe puede ser un ejemplo tratándose de nuevas tecnologías relacionadas con energías renovables. El informe sobre Energías Renovables en América Latina 2015 elaborado por la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) identificó que la inclusión de las tecnologías renovables en políticas, programas y proyectos para el acceso a la energía es un fenómeno generalizado, identificando múltiples proyectos y acciones concretas en 18 de los 32 países de la región. Sin embargo, se requiere multiplicar estas iniciativas para alcanzar niveles eficientes y de impacto global.

La cuestión fundamental es si es posible conciliar la legítima aspiración de los habitantes de los países de la región, la mayoría en vía de desarrollo, de disfrutar de los estándares de vida que ofrecen los países de altos ingresos con todos los desafíos de un sistema económico y un medio ambiente amenazado como resultado de las presiones ejercidas por el meteórico crecimiento económico.

Es obvio que el problema del cambio climático no tiene solución sin una base de cooperación internacional mucho más sólida, de ahí que resulte imperioso que América Latina y el Caribe participe más activamente en el debate sobre las soluciones y los enfoques globales. Todos los países del mundo tienen un interés en construir una senda de crecimiento sostenible y los Estados de la región no pueden dar por sentado que las soluciones sean provistas unilateralmente a todo el mundo por las economías más grandes. Iberoamérica tiene la capacidad de desempeñar un papel trascendental en cada una de las acciones y soluciones y de contribuir activamente en éste esfuerzo global. De hecho, nada se opone a que la región tenga un papel de liderazgo en los próximos años a medida que vayamos afrontando estos desafíos.