La soberanía –la noción de que los gobiernos tienen libertad para hacer lo que deseen dentro de su territorio– constituye el principio rector de las relaciones internacionales desde hace más de 350 años. Dentro de 30, este concepto ya no será sagrado. En su contra se unirán poderosas fuerzas y amenazas de nuevo cuño. Los Estados-nación no desaparecerán, pero compartirán el poder con un número mayor de pujantes actores o soberanos que nunca, entre ellos las empresas, las organizaciones no gubernamentales, los grupos terroristas, los carteles de la droga, las instituciones regionales y mundiales, y los bancos y fondos de pensiones privados. La soberanía morirá víctima del rápido y poderoso tráfico de personas, ideas, gases de efecto invernadero, mercancías, euros, drogas, virus, correos electrónicos y armas en el interior de los países y a través de las fronteras. Un comercio que desafía uno de los principios fundamentales de la soberanía: la capacidad de controlar lo que cruza la frontera. Los Estados, cada vez más, medirán su vulnerabilidad, no ante otros, sino ante las fuerzas de la globalización que no pueden controlar.
Pero las fuerzas impersonales no serán las únicas responsables. En el futuro, los países, a veces, decidirán arrebatar la soberanía a otros. Igualmente, un gobierno que no tenga la capacidad o la voluntad de satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos perderá el derecho a su soberanía. No es sólo cuestión de escrúpulos morales, sino de comprender, con sentido práctico, que el abandono –bienintencionado o no– puede generar oleadas de refugiados desestabilizadoras y desencadenar la bancarrota del Estado, lo cual abre el paso a los terroristas. La intervención de la OTAN en Kosovo, en 1999, que obligó a Serbia a renunciar al control de la provincia descontenta tras años de abuso de poder, puede ser un prototipo para el futuro. En todo ello está implícita la idea de que la soberanía es condicional, incluso contractual, y no absoluta. Si un país patrocina el terrorismo, desarrolla armas de destrucción masiva o practica el genocidio, está renunciando a los beneficios normales de la soberanía, y se expone a ser atacado, derrocado u ocupado. El reto diplomático será obtener un amplio apoyo a los principios de comportamiento del Estado y un procedimiento para decidir el remedio cuado se violen dichos principios. Los Estados también decidirán prescindir de parte de su soberanía. Esta tendencia ya ... |
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