Paraguas amarillo
Una mujer camina con un paraguas por las calles de Pekín. (NICOLAS ASFOURI/AFP/Getty Images)

Aunque en el gigante asiático la sociedad actual mantiene herencias de un pasado tradicional donde el papel de la mujer venía impuesto por el Gobierno en favor del desarrollo económico, hoy ellas lideran una nueva ola de transformación social en la que buscan ganar mayor independencia y liderazgo.

Los cambios económicos en China se han producido en paralelo al impacto que éstos han generado en el desarrollo social de su población. En el ámbito económico, el país pasó de ser la primera potencia mundial en 1820, representando el 33% del PIB global, a quedarse descolgada de entre las principales economías al no subirse al tren de la Revolución Industrial que se desarrolló en Europa. Justo el efecto contrario se produce siglos después, permitiendo que el gigante asiático se sitúe como segunda potencia mundial después de aplicar en los últimos 40 años un período de reformas y apertura al exterior que han conseguido su transformación económica en tiempo récord. Cambios de los que también ha sido testigo la sociedad china, que ha ido evolucionando en su conjunto. La transformación social más significativa ha sido la que ha experimentado el papel de la mujer en cada etapa.

Miembros del equipo de baile de mujeres de Bound Feet posan para fotos en el condado de Tonghai de la provincia de Yunnan, China. (China Photos/Getty Images)

En tiempos de la China Imperial, cuando el gigante asiático estaba considerado como la segunda potencia mundial por detrás de India, comenzó a extenderse la tradición del vendado de los pies de las mujeres entre la clase alta, una tradición que poco a poco llegaría a todos los estratos sociales. Los historiadores consideran que esta costumbre empezó a realizarse a comienzos de la dinastía Song del Norte (960-1127), extendiéndose su aplicación hasta bien entrado el siglo XX estando en el poder el Partido Comunista. Considerado una forma de sumisión de la mujer desde una perspectiva contemporánea, la tradición que dificultaba la libertad de movimientos era considerada en su época, sin embargo, como el ideal de mujer, asociado incluso con la identidad de la población Han, la mayoritaria en China. Comenzando a una temprana edad, entre los 5 y 7 años, las malformaciones en las extremidades inferiores marcaron el desarrollo de la vida diaria de las mujeres, afectadas por serios problemas de salud, a pesar de que la práctica estuviera vinculada con un cierto misticismo erótico que las hacía parecer más atractivas a los hombres. En las zonas rurales, donde la tradición continuó aplicándose durante más tiempo, todavía es posible ver a ancianas de entre 80 y 90 años que fueron testigo del ideal de mujer de la época.

En una etapa más reciente, la mujer china se configuró como el instrumento de las políticas del Gobierno para alcanzar sus objetivos de desarrollo económico. De nuevo, el papel de ellas en la sociedad marcaba una fuerte significación para el país, en este caso como estandarte de los cambios económicos que estaba afrontando cuando en 1978 comenzara la etapa de reformas y apertura al exterior. China se enfrentaba al mayor reto de su historia, debiendo realizar una fuerte transformación social al tener que reducir las tasas de superpoblación que sufría el país para tener éxito en las políticas económicas que comenzaban a aplicarse. La solución pasaba por adoptar la política del hijo único con el objetivo de reducir las tasas de crecimiento de la población del 45%, características durante los 20 años previos a la entrada en vigor en 1979, hasta conseguir una tasa de crecimiento del 13% en los últimos años antes de su eliminación en 2015.

El papel de la mujer en esta etapa de transformación económica del país ha sido crucial, sometidas en muchos casos a esterilizaciones y abortos, y obligadas en otros al abandono de las hijas por la prevalencia en la sociedad china del hombre frente a la mujer. Un efecto de esta tradición social es el acusado desequilibrio demográfico que sufre hoy el gigante asiático, contabilizándose 33 millones de hombres más que de mujeres, agravando el nuevo reto gubernamental del rejuvenecimiento de la sociedad al no existir suficientes féminas con las que puedan casarse los hombres. Para evitar el desequilibrio social de nacimientos, que se sitúa en 87 mujeres por cada 100 varones, uno de los objetivos principales del Gobierno ha sido incorporar nuevas reglas para evitar los abortos por discriminación de género. Una medida que llevaría a China a mejorar su posición en próximas ediciones del Informe de Brecha de Género, donde el país ha descendido tres puestos en 2018, hasta la posición 103 de 149 Estados que conforman el análisis.

Como consecuencia del mayor experimento social de la historia, China se ha visto obligada a eliminar la política del hijo único si no quiere ver fracasar las medidas de fomento del crecimiento económico implementadas hasta ahora por falta de una población rejuvenecida. Desde 2016, y después de 39 años en vigor, las mujeres chinas pueden tener un segundo hijo, siendo de nuevo las protagonistas del mayor cambio social que va a experimentar el país en las próximas décadas. Sin embargo, las cifras que confirman que en 2018 la población del gigante asiático descendió por primera vez en 70 años, demuestran que la mujer china actual busca desempeñar no sólo el papel que le otorga la sociedad tradicional y el Gobierno, sino elegir su propio rol evolucionando al mismo ritmo que el papel que desempeña la mujer a escala mundial. Dos años después de la eliminación de la política del hijo único, la estimación del Gobierno de 790.000 nuevos nacimientos contrasta con el descenso registrado de 2,5 millones de bebés menos respecto a 2017, motivado fundamentalmente por la nueva ola de transformación social que experimenta China. A diferencia de otras épocas, donde el papel de la mujer venía impuesto por la sociedad y por las políticas gubernamentales que más favorecieran el desarrollo económico del país, la mujer china hoy lidera un nuevo planteamiento social en busca de un mayor desarrollo personal, integración laboral e independencia. Entre los estudiantes universitarios en 2016, las mujeres constituían el 52,5% de los jóvenes que optaron por realizar una formación superior. Las mujeres trabajadoras generan una aportación al PIB de China del 41%, la proporción más alta del planeta, donde 7 de cada 10 mujeres trabajan.

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Un grupo de mujeres chinas pasean a sus bebés en Pekín. (GOH CHAI HIN/AFP/Getty Images)

En esta nueva etapa de rejuvenecimiento de la sociedad que afronta China, donde el Gobierno insta a la mujeres a tener más hijos para asegurar la continuidad del desarrollo económico conseguido hasta el momento, la realidad de la sociedad se enfrenta a un nuevo tipo de movimiento social donde las mujeres no son partidarias de casarse y, por tanto, de tener hijos. Son las denominadas shèng nǚ o mujeres sobrantes, como se denomina a las que continúan solteras después de los 27 años, apelativo peyorativo que persigue que las mujeres no retrasen su maternidad por el desarrollo de una carrera profesional. Una especie de mercado de citas para buscar parejas a sus hijas es lo que se produce en el Shanghai Marriage Market, donde los padres solamente necesitan acudir con el curriculum vitae y una fotografía para iniciar la búsqueda de un candidato.

La sociedad china actual todavía mantiene muchas herencias de un pasado tradicional que cada vez choca más con el liderazgo que están impulsando las mujeres en lo que podría denominarse como una nueva etapa de transformación social. Ellas están siendo las pioneras en luchar por modificar las estructuras sociales establecidas y buscar un mayor reconocimiento a su independencia.