La alianza de kurdos, armenios y otras minorías frente a la homogenización del proyecto estatal kemalista.

 

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AFP/Getty Images
Un mujer pasa frente a un poster de la formación pro kurda Partido de la Paz y la Democracia (BDP) en Diyarbakir, Turquía.

 

Diyarbakir. Siete altares para una iglesia. Sus siete mesas consagradas para el sacrificio de la misa eran reflejo de su condición especial, extraordinaria. Pero era sobre todo su torre campanario la envidia que se llevaba todas las miradas. Cuando la anterior fue destruida por un relámpago de evidente puntería en 1914, la comunidad armenia construyó una mucho más magnífica, pletórica.  El campanario se erigía así de forma orgullosa por encima de todos los minaretes de la ciudad, a saber, rascaba el cielo de forma más enraizada y reiterada que ellos. En 1916, cuando el genocidio armenio ya estaba en las últimas, el campanario fue destrozado a cañonazos.

Tiene a gala ser una de las más grandes y antiguas iglesias en el Oriente Medio, donde los enclaves cristianos son apenas islas rodeadas por el océano musulmán. Ahora, esta iglesia, conocida como Surp Giragos abre de nuevo sus puertas. Está situada en el Diyarbakir, al este de Turquía. Y su restauración ha costado 3,5 millones de dólares a la comunidad armenia (sobre todo de la diáspora). Es decir, es la primera iglesia casi integramente restaurada por armenios en Anatolia, una región de triste recuerdo para la gran mayoría.

Ahora apenas quedan una o dos familias armenias en Diyarbakir, y la imagen del flamante campanario que llegó a coronar Surp Giragos es solo una realidad en las postales desdibujadas de antaño. Otros tiempos entonces, cuando la población cristiana, sobre todo formada por armenios, era similar en tamaño a la musulmana, principalmente kurda, y este dato a todos les parecía natural, como el tradicional devenir de las cosas.

La cesura histórica llegó de manos de las matanzas de cientos de miles de armenios en 1915, en los estertores del imperio otomano y como política de Estado. Luego, el sucesor jurídico del imperio otomano, la república fundada por el castrense Mustafa Kemal que llevaría el nombre de Turquía, se esforzó en homogeneizar un país de múltiples etnias en aras de un mayor control bajo una ideología única.

Pues bien, en la ceremonia de reinauguración de la iglesia Surp Giragos que tuvo lugar recientemente cientos de armenios procedentes del Canadá y las Américas, de Europa y países vecinos pero también de Estambul se unieron para revivir una historia que ha durado siglos. En una ciudad, Diyarbakir, que tiene una larga tradición relacionada con esta comunidad cristiana y que llegó a contar con siete iglesias armenias, el mismo número que altares tenía Surp Giragos, la mayor y principal.

Ese día, en el que Diyarbakir engalanaba sus calles con carteles de “Bienvenidos a vuestra ciudad”, el arzobizpo Aram Atesyan,  vicepatriarca del Patriarcado Armenio, llegaba desde Estambul. También presentes otros representantes religiosos armenios de EE UU.  A todos el alcalde de Diyarbakir, Abdulá Demirtas, se dirigió con las palabras: “Os damos la bienvenida en la tierra de vuestros antepasados y esperamos que la misma tierra continúe siendo reflejo de vuestra cultura”.

Pero los invitados de honor que más atención recibieron por parte de la multitud congregada eran políticos kurdos. Concretamente: parlamentarios del partido de la Paz y la Democracia (BDP), presente en el Hemiciclo turco con 30 diputados. Si bien el BDP llegó a ganar 36 escaños en las elecciones de junio de este año tuvo pronto que restar seis a esta cifra puesto que varios parlamentarios acabaron tras las rejas por su supuesta pertenencia a la Unión de Comunidades Kurdas (KCK). Una detención que desató el boicot del resto de sus compañeros hace casi cinco meses. Según la fiscalía que lleva el caso del KCK, esta organización estaría dividida en una fracción política -ahora, después de varias ilegalizaciones, bautizada como BDP- y otra armada: el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, el PKK.

Invitados por el alcalde de la municipalidad de Diyarbakir, Abdulá Demirtas -quién, también culpado de presunta membresía en el KCK, llegó a compartir celda con uno de los más célebres diputados detenidos, Hatip Dicle- se hallaban en las primeras filas de la iglesia Osman Baydemir y Leyla Zana, célebres políticos kurdos. La diputada kurda Zana cumplió 11 años de cárcel por dirigirse al Hemiciclo en kurdo en 1991. En 1994 era condenada a 15 años de cárcel por pertenencia al PKK, de los que cumplió 11. Las evidencias de su presunta membresía en el PKK habían sido logradas gracias a la tortura. A principios de este mes de octubre y diecisiete años después, Leyla Zana volvía al Parlamento para quedarse.

Pero rebobinemos. ¿Qué hacían destacados políticos kurdos asistiendo a la reinaguración de una iglesia armenia en Diyarbakir? Recordemos que aquí la historia o su interpretación partidista se vive de forma muy consciente en el presente.  Todavía en los 80 los cristianos fallecidos en Diyarbakir no podían contar con un cruz en el camposanto.

Además, en esta zona oriental de Turquía todos son conscientes -porque la historia está aquí muy viva en la memoría de sus habitantes-que fueron también precisamente los kurdos los encargados de llevar a cabo el trabajo sucio de las matanzas que reventaron la fuerza de la antaño pujante comunidad armenia de Diyarbakir.

Más aún: como legado histórico para el presente tenemos ciertas acusaciones a líderes tribales kurdos -cuyos ancestros habrían participado en las masacres de 1915- de apoyar a los paramilitares que, apoyados por Ankara, luchan contra el PKK en la zona del sureste de Turquía. ¿Y acaso no son también tribus kurdas las que incordian de forma asidua y con mucho gusto al parecer a los cristianos siriacos en el monasterio de San Gabriel?

Para entender mejor lo que está pasando y por qué se puede echar un vistazo a los libros que forman parte del proyecto “3dil, 3 sokak, 3 kitap” (tres idiomas, tres calles, tres libros) patrocinado por la municipalidad de Diyarbakir que lidera Abdulá Demirtas. Estos tres libros eran repartidos gratis frente a la iglesia Surp Giragos el día de su reinauguración.

Se trata de un libro con fotografías con el título “Diyarbakir está agitando sus manos” que en la misma edición cuenta con tres idiomas: turco, kurdo e inglés. Es una guía de la milenaria ciudad que hace hincapié en el legado cultural que han dejado los —según el prólogo— 34 pueblos distintos que la han poblado.

El segundo libro es el célebre Gavur mahallesi (Barrio del infiel) del escritor armenio nacido en 1938 y en Diyarbakir Migirdic Margosyan. La edición de la municipalidad está en kurdo, turco y armenio. En el volumen, con un fino sentido del humor no exento de tintes trágicos, el autor narra las visicitudes de los habitantes de un barrio armenio -el mismo donde está emplazada la Surp Giragos- que se las ven y se las desean para no irritar demasiado a los musulmanes. Del cómo vivir sin levantar demasiadas sospechas, en definitiva.

Y el tercero, publicado en kurdo, armenio y siriaco, es todavía, si cabe, más interesante. Se trata del libro Beth Nahrin del escritor siriaco, también nacido en Diyarbakir, Naum Faiq. Este autor ha pasado a la historia como uno de los fundadores del nacionalismo siriaco, algo así como el Theodor Herzl de un pueblo que está orgulloso de preservar la lengua que hablaba Jesucristo.

Vista de pájaro ahora: el mapa electoral en Turquía apenas cambia avanzados los años. Allá donde viven representantes del Ancien Régime kemalista -las costas del sur y oeste y determinados barrios de las grandes ciudades- se vota al principal partido de la oposición, el partido Republicano del Pueblo, CHP.  El resto, aparte de la zona kurda, pertenece al partido en el Gobierno, de raíces islamistas, AKP (Partido de la Justicia y Desarrollo). Es un mapa sin demasiados colores.

La hegemonía cultural de la religión suní ortodoxa sobre otras marca una historografía donde las minorías apenas tienen un apartado

Y sin embargo existe una tercera Turquía que está formada principalmente por kurdos, pero también por otras minorías conscientes de serlo: por alevíes, cristianos, armenios, turcomanos, siriacos, griegos, judíos, yazidis, comunistas, socialistas… que se niegan a que tan solo haya dos bloques, las célebres “dos Turquías”, casi monolíticos y casi por entero predecibles.

Se trata, también, de una lucha por la hegemonía cultural, que diría Gramsci. La alianza de kurdos y cristianos en la restauración de la Surp Giragos -a la que el BDP ha contribuido también con fondos del orden de medio millón de euros- es lógica porque se trata de estar unidos a la hora de defender sus intereses con éxito frente a Ankara. Que es una apuesta decidida por una diversidad cultural en gran parte perdida.

En el fondo sigue la cuestión fundamental de qué significaa ser turco. Pero también se trata de un proyecto que se opone a lo que tienen en común las dos célebres Turquías: la hegemonía cultural de la religión suní ortodoxa sobre otras que marca una historografía donde las minorías apenas tienen un apartado; como “infieles” o “extraños” que deben ser, eso sí, “tolerados” como si fueran invitados y no personas cuyos antepasados llevan siglos en Anatolia, más que muchas otras familias de credo musulmán.

También une a “las dos Turquías”:  la integración de minorías en el ente turco como asimilación cultural, el abandono casi a su suerte de un sureste turco precario y empobrecido y lo último, pero no menos importante, la negación del genocidio armenio como hecho fáctico en la historia.

Después de que cientos de visitantes, la mayoría armenios, de la recién reinaugurada Surp Giragos casi fundieran sus móviles tomando fotografías de los siete altares, la iglesia volvió a una relativa calma. Algunos pocos turistas se perdían por la parte vieja de la ciudad, un auténtico museo al aire libre de alto valor cultural e histórico. Pero sin mucha novedad aparte.

Al poco un grupo de armenios, educados como musulmanes sunís debido a que sus antepasados fueron convertidos al islam después de 1915, fueron bautizados en el mismo lugar de culto. Sus nombres no se hicieron público por razones de seguridad.

 

 

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