• The Atomic Bazaar: The Rise of the Nuclear Poor
    (El bazar atómico: el ascenso de los pobres con armas nucleares)

    William Langewiesche
    Farrar, Straus & Giroux,
    Nueva York (EE UU) 2007

En el mejor estilo periodístico de Ryszard Kapuscinski o Robert Kaplan, el veterano periodista William Langewiesche, corresponsal de la revista Vanity Fair y escritor, sumerge al lector en un viaje por ciudades secretas y fronteras lejanas en Atomic Bazaar. En este periplo, el autor trata el peligro que representa la compra o robo por terroristas de material fisible, uranio altamente enriquecido, y de cómo el mercader nuclear paquistaní Adbul Kader Jan desde su bazar atómico comerció con Irán, Libia y Corea del Norte.

El 6 de agosto de 1945 un bombardero B-29 soltó, a 9.448 metros sobre la vertical de Hiroshima, un artefacto nuclear apodado Little Boy que cayó durante 43 segundos y detonó. Media esfera de plutonio impactó sobre la otra mitad, mientras un emisor de neutrones bombardeó los átomos de uranio 238 (U-238) provocando la fisión de sus núcleos. Durante la siguiente millonésima de segundo, la bomba alcanzó la temperatura del sol y una enorme presión. Parte de la energía inicial se transformó en una luz varias veces más intensa que el astro rey y capaz de provocar la ignición de los materiales combustibles expuestos. La bola de fuego se expandió de forma violenta hasta alcanzar un tamaño de 457 metros, vaporizando todo lo que había en su interior. A su alrededor, una poderosa onda de choque con viento huracanado arrasó la ciudad.

Así comienza la era atómica y, como señala el autor, “la nuclearización del mundo se ha convertido en la condición humana y no se puede cambiar (…). A consecuencia de la desaparición de la Unión Soviética, el mundo se ha convertido en un lugar más fragmentado y complejo, donde las armas nucleares tienen aún mayor utilidad que antes y donde están emergiendo nuevos jugadores con la intención de desafiar las reglas del juego”.


La elección de la Federación Rusa como punto
de partida de este periplo sobre la proliferación
es convincente; en ese país continúan
dispersas grandes cantidades de uranio


Langewiesche comparte la visión estructuralista que popularizó el profesor de Yale Paul Bracken en Fire In the East: The Rise of Asian Military Power and the Second Nuclear Age (Fuego en el Este. El ascenso del poder militar en Asia y la segunda era nuclear), en el que vislumbraba una nueva etapa de proliferación al margen de la rivalidad entre superpotencias, con epicentro en Asia y en países muy pobres que consideran las armas atómicas esenciales en la construcción del Estado y el mayor símbolo de poder. Una falla que divide el continente asiático desde Corea del Norte hasta el Mediterráneo.

Langewiesche narra cómo podría Al Qaeda construir una bomba atómica, y para ello informa sobre la manera de obtener el U-238, transportarlo y ensamblarlo en un rudimentario artefacto en alguna ciudad global, corrupta y ruidosa. La elección de la Federación Rusa, que posee las mayores reservas de material fisible, como punto de partida del viaje resulta convincente, y más concretamente la ex ciudad secreta de Ozersk. Allí se fabrican, almacenan y desmantelan núcleos de plutonio y uranio enriquecido para el arsenal de Rusia, país en el que –a pesar de la reciente construcción con fondos norteamericanos de un almacén fortificado, conocido como el “palacio del plutonio”– continúan dispersas suficientes cantidades de U-238. Según el autor, la mejor opción para obtener el preciado metal consistiría en localizar y sobornar a los trabajadores. La opción de un asalto tipo checheno es muy arriesgada, y quienes participaran en ella tendrían pocas posibilidades de abandonar el país con el botín. La mafia podría ayudar a captar trabajadores, y los contrabandistas de opio, a transportar el UAE a través del Caúcaso, el Kurdistán y Turquía, donde desaparecería el explosivo. En cuatro meses podría estar lista una bomba con un equipo de expertos compuesto por un ingeniero o físico nuclear, dos torneadores, un especialista en explosivos y un técnico en electrónica.

En la segunda parte del libro, el autor indaga sobre los hechos, las motivaciones, complicidades y
connivencias en la venta de tecnología nuclear a Irán, Libia y Corea del Norte por Abdul Kader Jan. Sobre sus peripecias existen dos recientes libros: Shopping for Bombs, de Gordon Correra (Comprando bombas, Oxford, 2006)  y Nuclear Black Markets, de Mark Fitzpatrick (Mercados negros nucleares, IISS, 2007), que abordan en profundidad y de forma complementaria décadas de proliferación. Jan, ingeniero metalúrgico formado en Europa, trabajó en los 70 para una empresa holandesa donde copió los planos y prototipos secretos para la construcción de centrifugadoras para el enriquecimiento de uranio del consorcio germano angloholandés Urenco. En 1976, y a petición propia, fue encargado por el entonces presidente Zulficar Alí Bhuto de fundar el laboratorio con el que obtener uranio 238 mediante la tecnología sustraída. El padre de la bomba paquistaní contó con la ayuda de los servicios de inteligencia paquistaníes (ISI) y colaboradores occidentales para importar la maquinaria y equipos que necesitaba usando compañías tapadera, certificados de usuario final falsos y destinos en terceros países; técnicas que fue refinando en paralelo al aumento de los controles internacionales. En los 90, comenzaron sus contactos con otros clientes gracias a los cuales suministró planos y equipos usados a Irán y facilitó centrifugadoras, uranio gasificado (UF6) y los planos de un artefacto de fisión chino a Libia. Con Corea del Norte intercambió planos y equipos nucleares a cambio de tecnología de misiles. De esta forma, Jan y sus redes proporcionaron años, incluso décadas, de investigación y desarrollo a tres de los países que según la Administración Bush componen el eje del mal.

Como escribió Robert Oppenheimer, director científico del Proyecto Manhattan, en 1946, “los explosivos atómicos incrementan infinitamente el poder de destrucción por dólar gastado y por hora de trabajo humano invertida, trastornando el precario equilibrio entre el esfuerzo necesario para destruir y el grado de destrucción”.