Vista general del Parlamento Europeo en Estrasburgo, Francia (FREDERICK FLORIN/AFP/Getty Images).

Si se pregunta a qué amenaza se enfrenta la UE en estos momentos, la respuesta será seguramente unánime: ese conglomerado en auge electoral que forman el populismo, el nacionalismo, el racismo y la xenofobia. Es verdad, pero no toda la verdad.

Lo que falta añadir a la respuesta es que si esa coalición avanza y amenaza a la UE es, en buena medida, porque hemos sido incapaces de construir un espacio público europeo en el que poder desmontar con argumentos la demagogia que sus componentes derrochan sin pudor un día sí y otro también.

En realidad, el espacio público nacional aislado es el marco idóneo para el crecimiento de la citada coalición, pues en sus límites es relativamente sencillo culpar a Bruselas de los males del país, atribuir a la Unión Europea el avieso propósito de apropiarse de su soberanía y, en fin, presentar a otros socios comunitarios como enemigos declarados (empezando, cómo no, por Alemania) de la nación.

Por ejemplo, los partidarios del Brexit nadaron como peces en el agua en el mar de mentiras vertidas durante décadas contra Europa, y en el tema migratorio, desde Salvini hasta los Demócratas Suecos todos hacen su agosto responsabilizando a la UE de una supuesta invasión descontrolada que pondría en jaque la continuidad nacional..

Por el contrario, si existiera un espacio público europeo en el que todas los puntos de vista pudieran expresarse y confrontarse democráticamente, sería mucho más complicado mantener ideas tan simplistas y disparatadas al apreciarse la complejidad de los problemas y la necesidad de que las soluciones a los mismos fueran más allá de las fronteras nacionales, es decir, que radicaran en la UE e incluso más allá.

Los miembros del Parlamento Europeo participan en una sesión de votación en el Parlamento Europeo el 14 de marzo de 2018 en Estrasburgo, Francia (FREDERICK FLORIN/AFP/Getty Images).

Evidentemente, no existen medios de comunicación de ámbito comunitario y la pluralidad lingüística no es un obstáculo menor para conformar un espacio público europeo que pueda ser percibido como tal a diario por la ciudadanía.

Pero sí contamos con otros instrumentos políticos que es debemos potenciar o poner en marcha para conformar un debate europeo que neutralice la compartimentación nacional de la discusión y ponga en desventaja a la coalición reaccionaria que a día de hoy tiene en sus manos buena parte de la iniciativa.

El primer instrumento es el Parlamento Europeo, al que habrá elecciones en 2019. Desde ya es preciso aumentar el nivel de su debate político sobre valores, derechos y objetivos a largo plazo de la UE, a fin de no ser percibido como una cámara en la que no dejan de aprobarse decisiones de toda escala y condición como si fueran un sumatorio, pero no como piezas de un proyecto coherente de presente y de futuro. Claro que todos esperamos que los antieuropeos no obtengan más eurodiputados a partir de junio de 2019, pero el caso es que cuando tienen que jugar sus cartas en la Eurocámara sus contradicciones se hacen más evidentes y su discurso pierde buena parte de su fuerza. Lo he vivido durante varias legislaturas, porque en Estrasburgo siempre ha habido un buen puñado de eurodiputados antieuropeos, no algo totalmente nuevo.

El segundo será, en ese sentido, la presentación de candidatos a presidir la Comisión por los partidos políticos europeos. A falta el año que viene, lamentablemente, de listas transnacionales, tales figuras estarán en inmejorables condiciones de generar un debate que mostrará, además, que los antieuropeos carecen por definición de un proyecto compartido más allá de perseguir la disolución o la jibarización de la UE y que sus soluciones no tienen ninguna característica propia de ese término.

El tercero es la capacidad de promover una discusión transparente sobre las grandes cuestiones entre los líderes de los socios comunitarios en el marco del Consejo Europeo. Precisamente, la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa no solo ha compensado la salida del grupo más proeuropeo de Italia, sino que ha añadido una fuerte dosis de propuesta proactiva que ha contribuido sensiblemente a la recuperación del tono del trío Alemania-Francia-España, a la ofensiva hoy, con ideas comunes, frente a los despropósitos de los antieuropeos, empezando por el Gobierno de Roma.

Rosas distribuidas frente a los asientos de las mujeres diputadas para celebrar el 100°aniversario del día de la mujer en el Parlamento Europeo de Estrasburgo, Francia (PATRICK HERTZOG / AFP / Getty Images).

Y el cuarto debería ser la Convención Europea como instrumento esencial para definir el futuro político y jurídico de la UE tras las elecciones al Parlamento Europeo. Quienes tuvimos la ocasión de participar en la Convención Constitucional sabemos que la dinámica de un órgano como ese es lo más parecido que puede haber a un espacio público europeo, del que saldrían propuestas para avanzar y en el que los propósitos nacionalistas perderían pie. Hoy, con el avance de las redes sociales, una Convención para el Futuro de Europa que debata abiertamente y en tiempo real las reformas necesarias para seguir profundizando políticamente la UE, podría enganchar a millones de europeos, creando una dinámica comunitaria alejada del no-debate que promueven las fuerzas más reaccionarias.

Todo es posible si tenemos voluntad política de hacerlo, incluyendo construir un espacio público europeo cuando todavía estamos a tiempo.