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Guillermo Lasso. AFP/Getty Images

Un repaso a los factores particulares que moldearán en gran medida la nueva legislatura del Gobierno del conservador Guillermo Lasso en Ecuador.

Hay quien puede pensar, a primera vista, que la inminente llegada a la presidencia en Ecuador del banquero conservador Guillermo Lasso –tras dos intentos fallidos previos–, es un retorno al pasado; esto es, a la política anterior a la llegada del correísmo a mediados de los 2000. Sensu contrario, el trasfondo que deja este resultado electoral más bien abre un nuevo espectro de oportunidades que puede entenderse de mejor manera si se observan algunos de los hechos transcurridos durante la campaña. Así, la emergencia política de un indigenismo renovado, sumado a una posición minoritaria del Gobierno en el Legislativo, además de la particular afectación social que ha producido la pandemia y la necesidad de redefinir el sentido político de la oposición en torno al correísmo, conjugan una suerte de factores particulares en la tradición política ecuatoriana.

Desde el comienzo, Lasso intentó mostrar al Gobierno de su ya predecesor, Lenín Moreno, como un Ejecutivo de impronta correísta, en tanto que éste fue vicepresidente de Rafael Correa y asimismo su presumible continuador. De esta manera, redundaba en el hecho de que su candidatura poco tenía que ver con la agenda política desarrollada en los últimos cuatro años. Sobre ese mismo eje gravitacional correísmo/anticorreísmo se daban unas elecciones que mientras que para Andrés Arauz eran la opción de regresar al pasado reciente más próspero de Ecuador, para Guillermo Lasso se trataban de la oportunidad de materializar la ruptura con un legado político que considera que ha de ser sepultado.

A diferencia de lo que se podría inicialmente esperar, las cosas son mucho más complejas que un simple binomio izquierda/derecha. Esto, por la altísima capacidad de representación que ha personalizado el tercer candidato en discordia, Yaku Pérez, quien se encuentra al frente del partido indigenista Pachakutik y que ha conseguido movilizar la nada desdeñable cifra de 1.700.000 votos nulos. Su capacidad de erigirse como alternativa de Gobierno  –estando a punto de pasar a la segunda vuelta – en realidad representa un ejercicio de visibilidad y politización de ciertos elementos que trascienden de la estricta identidad indígena. Es decir, aparte de una agenda ambientalista, antiextractiva y reivindicadora de la autonomía territorial, se trata de una formación política que ha conectado con buena parte del sustrato social que encabezó las manifestaciones y protestas de 2019, relegadas a un segundo plano por la llegada de la pandemia. Igualmente, sectores juveniles o estratos urbanos con alta vulnerabilidad, especialmente en Quito, se han visto atraídos por su discurso. Dicho de otro modo, la victoria de Lasso se inscribe en una situación particular de doble oposición, no necesariamente articulada: de un lado, la que proviene del correísmo; de otro, la estrictamente indigenista.

El protagonismo de Yaku Pérez en el inminente cambio de ciclo que está por llegar a Ecuador no es baladí, pues hay que recordar que todas las encuestas le daban favorito sobre Andrés Arauz en el hipotético caso de que ambos confluyesen en la segunda vuelta. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que el país estuviese preparado para un proceso de indigenización a la boliviana. Ni las elites económicas, ni los conglomerados de comunicación, ni el correísmo deseaban ver a Pachakutik en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Tal vez, de ahí se entiende la situación, cuando menos cargada de cuestionamientos, que terminó por dar la segunda posición a Lasso en lugar de a Pérez (inicialmente reconocido como tal), y que contó con la aprobación del mismo Rafael Correa  –ratificando la decisión controvertida del Consejo Nacional Electoral. Para tal cometido, fue necesario incorporar en el recuento miles de votos procedentes de Guayaquil, una ciudad que dista mucho de ser el paradigma de la transparencia democrática y que nos hizo recordar a la Florida de las elecciones estadounidenses de 2000, en las que Al Gore se disputaba la presidencia con el  neoconservador George W. Bush.

En este nuevo escenario político el correísmo necesita una profunda redefinición. Se necesita de un correísmo sin Correa, en tanto que la imagen del expresidente ecuatoriano, como sucediera con Evo Morales en Bolivia, tras varios mandatos sucesivos, ha experimentado una erosión que le convierte en una suma que resta en términos político-electorales. Resulta imprescindible disponer de renovados referentes políticos que, posiblemente, pueden terminar prescindiendo del mismo Arauz. Un candidato joven, que no ha podido ni sabido desligarse de la pesada losa correísta, que millones de ecuatorianos asocian a corrupción y patrimonialización de la política. Todo lo anterior no es algo menor y más bien es una urgencia para un partido como es Unión por la Esperanza (UNES), que se quiere consolidar como alternativa de Gobierno, especialmente, por disponer del mayor número de miembros en la Asamblea Nacional (46).

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Yaku Pérez durante la campaña electoral, Quito, 2021. AFP/ Getty Images

A tal efecto, es aquí en donde vamos a tener un primer plano de disputa particular. El indigenismo de Pérez no es sólo indigenismo. Basta con observar los resultados obtenidos en enclaves en donde hasta hace poco era impensable que Pachakutik pudiera obtener algún tipo de representación política, tal y como ha sucedido en los feudos correístas de Guayas o El Oro. Es decir, el primer rival de Pérez, antes que Lasso, será el mismo Arauz. Un candidato que aparte de haber sido afectado por continuas acusaciones durante la campaña, exhibe una muy deficitaria capacidad comunicativa, tal y como pudo observarse en el primer debate electoral o en sus apariciones ante los medios. Aun cuando Pachakutik obtuvo 20 representantes menos ante la Asamblea Nacional, puede ser importante a efectos de estabilidad política o simplemente en la conformación de una imagen de oposición definida. Sobre todo, porque sus principales reclamos giran en torno a cuestiones como el medio ambiente, el extractivismo o la autonomía territorial, nada afines ni a Lasso ni a Arauz.

Además, otro punto de diferencia con el pasado guarda relación con la misma emergencia de liderazgos en la izquierda que han de tenerse en cuenta y que, como Pérez, contribuyen a rejuvenecer el escenario político. Es el caso de Xavier Hervás, líder de Izquierda Democrática, y cuya puesta en escena, con un discurso renovado para un partido que venía en clara descomposición, ha conseguido conectar y movilizar a sectores jóvenes y de clase media urbana, permitiéndole disponer de otros 17 representantes en la Asamblea. Expresado de otro modo, mientras que Pérez y Hervás se han presentado en estas elecciones como referentes que han terminado por fortalecer a sus respectivos partidos, en el caso de Arauz cabe pensar todo lo contrario: su resultado más bien se debe al voto cautivo del correísmo. De esta manera, la definición de estos liderazgos y de cómo sean capaces de obtener caudal político en la formación de mayorías parlamentarias determinará también el discurrir de las candidaturas para las próximas elecciones.

Queda esperar qué sucederá con Lasso. A efectos de consolidar su posición en el Legislativo, es muy probable que ofrezca carteras a integrantes de otras formaciones políticas con el propósito de ampliar su presencia en el arco parlamentario, en donde su partido CREO, apenas dispone de 12 representantes. Ello, siendo superado, como fuerza conservadora por el Partido Social Cristiano, liderado por quien fuera alcalde de Guayaquil por casi veinte años, Jaime Nebot. Así, y aun con todo, la posición del Ejecutivo, a diferencia de lo que sucedía en los Gobiernos anteriores, queda marcadamente en minoría respecto del color de las fuerzas políticas que conforman la Asamblea.

En cualquier caso, de dicho Ejecutivo las premisas de partida son claras. A todas luces, Lasso es un firme defensor de la ortodoxia neoliberal y se ha reconocido como valedor de la liberación comercial, el aperturismo y la desregulación económica y el extractivismo voraz. Igualmente, se pudiera esperar el intento de una mayor flexibilización del mercado de trabajo, una mejor relación con el FMI y una mayor intención por captar inversión extranjera directa.

A todo lo anterior, también como novedad, hay que añadir un sustrato social que se encuentra fuertemente afectado por la pandemia. No podemos olvidar que Ecuador es el octavo país más golpeado por el coronavirus y, como informa la Comisión Económica para América Latina, todos sus indicadores socioeconómicos han experimentado un notable retroceso, por encima de los promedios regionales. También es de esperar una mayor proximidad al espacio interamericano que representa la Organización de Estados Americanos y una apuesta por los esquemas regionales aperturistas de la Comunidad Andina, Prosur o, incluso, la misma Alianza del Pacífico, de la que actualmente Ecuador no hace parte. En todo caso, cualquier clima regional pasa por ver también qué sucede en las inminentes elecciones de Perú, y las del año próximo en Colombia, pues ni José Pedro Castillo (Perú Libre) ni Gustavo Petro (Colombia) son los vecinos regionales que desearía Guillermo Lasso.

Llegados a este punto, en conclusión, la victoria de Lasso no debe concebirse como un regreso al pasado sin más. Todo lo contrario, sí que es un portazo al correísmo, pero con matices. La posición mayoritaria de éste en el Legislativo le ofrece opciones para el diseño y la delimitación de la agenda, aunque ello no estará carente de dificultades. Especialmente, por el auge y la popularidad de un Pérez que ha sabido capitalizar reivindicaciones y elementos que trascienden de la mera cuestión indígena, y a la que se suman otros liderazgos políticos, como el de Izquierda Democrática. Aparte, para UNES es necesaria una renovación de liderazgos y una superación de la dependencia de Correa, pues ello le impone de una herencia de líneas rojas que pueden ser utilizadas en favor de un Pachakutik, que es más versátil de lo que en inicio cabría presumir. De la misma manera, si Lasso quiere disponer de ciertos elementos de gobernabilidad ha de saber adaptar su programa político a las circunstancias actuales que atraviesa el país, y de la que han tomado cuenta líderes conservadores como Iván Duque en Colombia o Sebastián Piñera en Chile, especialmente, a la hora de matizar sus agendas de gobierno y conferir ciertas políticas de mayor impronta social.

En un momento de especial vulnerabilidad social a causa de la pandemia, las políticas económicas centradas en más mercado y menos Estado deberán ser relativizadas, no sólo por una cuestión de ética y sentido de la responsabilidad, sino por inscribirse en un ciclo de protesta, ahora latente, que en cualquier momento puede retornar. De esta forma, Lasso deberá ser consciente de lo anterior y entender que su victoria no se desarrolla en los mismos términos que sus intentos anteriores por aspirar a la presidencia. No obstante, veremos qué sucede.