Combatientes chiíes en Irak. (Haidar Hamdani/AFP/Getty Images)
Combatientes chiíes en Irak. (Haidar Hamdani/AFP/Getty Images)

Las milicias armadas chiíes surgidas para combatir a grupos yihadistas como el Estado Islámico, cada vez aumenta su número de adeptos. ¿Quién está detrás?, ¿qué riesgos hay?

La nada soterrada guerra fría que Irán y Arabia Saudí libran por la hegemonía en Oriente Medio ha provocado, como es bien sabido, una fractura sectaria en la región. La proclamación, en junio del pasado año, de un califato por Abu Bakr al Bagdadi evidencia el creciente poderío del autodenominado Estado Islámico, que tiene su base territorial en Irak y Siria y en el que combaten unos 25.000 yihadistas internacionales. Menos conocida es la irrupción de milicias armadas chiíes, surgidas precisamente para combatir a los grupos yihadistas de orientación salafista, que disponen de un número similar de combatientes sólo en territorio sirio. Estas milicias, procedentes de Líbano e Irak, cuentan con el patrocinio directo de Irán.

Uno de los principales argumentos empleados por el Frente Al Nusra, la franquicia local de Al Qaeda, para justificar su intervención en Siria fue la necesidad de combatir al apóstata régimen alawí. Su primer comunicado, emitido el 24 de enero de 2012, describe la guerra como una cuestión islámica y como la oportunidad para imponer la sharia por medio de una yihad defensivo haciendo alusión directa a la azora 9.39 (“Combate a los politeístas tal y como ellos te combaten a ti”). Con frecuencia los combatientes yihadistas se refirieren a diversos hadices y profecías que sitúan a Dabiq, una pequeña localidad norteña, como el lugar en el que tendrá lugar una batalla decisiva entre las tropas del islam y las de los infieles que desencadenará el Juicio Final.

Los chiíes, por su parte, no olvidan que fue Yazid, un califa de la dinastía Omeya, el responsable de la muerte en Kerbala del tercer imán chií Husayn, hijo de Alí y nieto de Mahoma, y consideran la actual confrontación como una revancha contra el islam suní. No por casualidad, las milicias chiíes contemplan la guerra siria como una batalla entre el bien y el mal que precederá la llegada del mahdi. Algunas profecías indican que el último imán chií pondrá fin a su ocultación en una época de caos en la que un personaje denominado Al Sufiani (identificado por algunos con Abu Bakr al Bagdadi) tratará de exterminar a los chiíes, pero será derrotado por el Ejército del mahdi comandado por Jurasani y Shu`aib bin Saleh (a quienes se identifica, respectivamente, como el ayatolá Alí Jamenei y Hasan Nasrallah, líder del Hezbolá libanés, o Qasem Suleimani, responsable de la unidad de élite Al Quds de la Guardia Republicana iraní).

El enemigo común de las milicias chiíes que combaten tanto en Siria como en Irak serían los yihadistas, que comulgan con el wahhabismo de inspiración saudí, a los que se tacha de takfiríes (aquellos que practican el takfir: declarar apóstata al resto de musulmanes que no comparten esta ideología radical lo que justificaría sus muertes). El jeque Nasrallah, en un discurso pronunciado el 25 de mayo de 2013, advertía de los riesgos de la deriva yihadista que vive la región: “Esta mentalidad takfirí ha matado a más suníes que a miembros de otras sectas musulmanas… No estamos abordando la cuestión desde una perspectiva suní o chií, sino desde una perspectiva que engloba a todos los musulmanes y cristianos: para todos ellos el proyecto takfirí representa una amenaza”.

Hoy en día, Irán se ha convertido en el principal sostén tanto del régimen sirio dirigido por Bashar al Asad como del iraquí de Haydar al Abadi. Ante la desintegración gradual de ambos países y el progresivo avance del Estado Islámico, los asesores militares iraníes han auspiciado el establecimiento de diversas milicias armadas que han ido progresivamente desplazando en sus funciones a unos ejércitos regulares cuestionados por las sucesivas derrotas que han cosechado en el terreno de batalla. Su propósito sería el de preservar los intereses iraníes en la región y afianzar un arco chií que va desde el Golfo Pérsico al mar Mediterráneo, una arco que arranca en Teherán y llega hasta Beirut pasando por Bagdad y Damasco.

En Siria se establecieron, a partir de 2012, las Fuerzas de Defensa Nacional y el Ejército Popular que disponen de unos 200.000 efectivos, superando al propio Ejército regular. Dichos grupos tienen su origen en los comités populares nacidos para combatir a los rebeldes. Al estar demasiado atomizados y actuar de manera caótica, la Guardia Revolucionaria iraní y Hezbolá decidieron convertirlos en unas fuerzas paramilitares más cohesionadas ofreciéndoles tanto entrenamiento como asesoramiento. En estos grupos no sólo combaten alawíes, sino también cristianos y drusos, así como una nutrida nómina de suníes aliados del régimen. Algunas de sus unidades son dirigidas por el propio clan Assad, como evidencia el caso del recientemente fallecido Hilal al Assad, primo del presidente y responsable de las FDN en Latakia. Estos grupos son financiados por el régimen, que también les permite practicar el pillaje, perpetrar secuestros y desarrollar otras actividades ilícitas para financiarse.

Como señala Aron Lund en un reciente artículo publicado por el think tank Carnegie Endowment for International Peace, “desde comienzos de 2011, el Gobierno comenzó a emplear dinero y servicios para comprar la lealtad de los jóvenes desempleados entre los cuales distribuyó armas y coches, a la vez que ofreció ventajas a sus leales y sus familias, militarizando las vastas redes clientelares establecidas durante más de cuatro décadas de gobierno de los Assad. Entre los reclutados estaban familias de militares, simpatizantes baazistas, bandas de matones con respaldo de los servicios de inteligencia, las comunidades religiosas minoritarias, algunas tribus árabes suníes y otros actores locales dependientes del régimen de Assad”.

Menos conocida es la presencia de milicias chiíes procedentes, en su mayor parte, de Líbano e Irak. Un reciente informe realizado por Phillip Smyth para The Washington Institute for Near East Policy bajo el esclarecedor título de The Shiite Jihad in Syria and Its Regional Effects advertía de este fenómeno. Además de Hezbolá, que ha servido como modelo para estas milicias chiíes, combaten sobre el terreno una pléyade de milicias iraquíes como Liwwa Abu Fadl al Abbas, Asaib Ahl al Haqq, Kataib Hizb Allah, Badr, Harakat al Nujaba o Kataib Sayyid al Shuhada, todas ellas entrenadas por la Guardia Republicana iraní. Esta presencia se ha tratado de justificar aludiendo a la necesidad de defender los santuarios chiíes en territorio sirio y combatir a los grupos yihadistas de ideología wahhabí.

Aunque se trata de grupos relativamente poco numerosos (se estima que, en total, suman 25.000 efectivos), disponen de importantes recursos y su intervención ha sido determinante para impedir la caída de Bashar al Assad. El grupo más relevante es Hezbolá, cuya implicación activa data, al menos, desde febrero de 2012 cuando intervino en la ofensiva para recuperar la estratégica ciudad de Zabadani, entonces en manos del Ejército Sirio Libre. En la primavera de 2013 también tomó parte en la reconquista de Qusayr, que comunica Damasco con la franja mediterránea predominantemente alawí. En total se habla de, al menos, unos 5.000 de sus milicianos, muchos de ellos desplegados en la zona fronteriza de la Beqaa libanesa, precisamente su feudo. Más allá de su presencia sobre el terreno, Hezbolá ha servido como modelo de inspiración para otros grupos paramilitares.

Una decena de milicias chiíes iraquíes han tenido o tienen presencia activa en Siria. Una de los más relevantes es Liwa Abu al Fadl al Abbas, que se desplegó para proteger el santuario chií de Sayyida Zeinab (hermana del imán Husayn), situado en las afueras de Damasco, para evitar un posible atentado por parte de los grupos yihadistas similar al perpetrado en 2006 contra la mezquita del `Askari en Samarra, que precipitó la guerra sectaria iraquí. También se han desplegado en otras mezquitas como la de Sayyida Ruqayya, siendo su papel eminentemente defensivo. Otra de las milicias, que ha participado en diversas ofensivas, es Asaib Ahl al Haq, desplegada en torno a Alepo. Se trata de una escisión del Ejército del Mahdi del clérigo chií Muqtada al Sadr que contó con el respaldo del entonces primer ministro iraquí Nuri al Maliki. También tienen presencia las Kataib Sayyid al Shuhada, un grupo nacido en mayo de 2013 para defender los santuarios chiíes en el mundo islámico. En mayo de ese año, el Harakat Hezbollah al Nujaba creó Liwa Ammar ibn Yasir, el nombre de un santuario chií de Raqqa que fue destruido por los yihadistas, y que también combate en el frente de Alepo. También la organización Badr cuenta con efectivos sobre el terreno.

Como hemos visto, buena parte de las milicias chiíes son originarias de Irak. La invasión estadounidense de 2003 fue respondida con la creación de diferentes fuerzas paramilitares chiíes que se enfrentaron contra las tropas ocupantes y también contra la rama iraquí de Al Qaeda dirigida por Abu Musab al Zarqawi. Quizás el caso más conocido, aunque no el más importante, fuera el del Ejército del Mahdi (que ahora ha pasado a denominarse Saraya al Salam, las Brigadas de la Paz) dirigido por Muqtada al Sadr, pero también existen numerosos grupos próximos a Irán que cuentan con el patrocinio de su Guardia Revolucionaria, que se encarga de su adiestramiento y les proporciona armamento. Según un reciente artículo publicado por Spyer y Al Tamimi en The Tower, “Irán no está interesada en que ninguno de estos grupos llegue a ser lo suficientemente fuerte como para romper lazos con Teherán y establecer su propia agenda. Para evitarlo mantiene múltiples milicias que compiten entre sí”.

Como en el caso sirio, es difícil conocer con exactitud el número de integrantes de las milicias chiíes que combaten en Irak contra el Estado Islámico, aunque diferentes fuentes estiman que podrían contar con más de 100.000 combatientes, un número similar al que dispone el propio Ejército regular iraquí, en pleno proceso de descomposición. La caída de Mosul en el pasado verano y la proclamación de un califato por parte de Daesh provocaron un alistamiento masivo de combatientes chiíes en el marco del proceso de movilización popular (al hashad al shaabi) alentado por una fatua del influyente ayatolá Alí Sistani en torno a la necesidad de defender Irak ante el avance del grupo yihadista.

En el marco de la operación para recuperar la ciudad de Tikrit en el mes de marzo combatieron entre 20.000 y 30.000 milicianos chiíes integrantes de la organización Badr, Kataib Hezbollah, Asaib Ahl al Haq, Kataib Imam Alí y Saraya al Salam, todos ellos dirigidos por la Guardia Revolucionaria iraní y su brigada de élite al Quds, comandada por el omnipresente Qasem Soleimani. También la coalición aliada, dirigida por EE UU, bombardeó la ciudad, aunque los mandos militares norteamericanos se apresuraron a señalar, de manera poco convincente, que no habían coordinado sus operaciones con las autoridades militares iraníes.

Con frecuencia se ha acusado a estos grupos armados chiíes de disponer de una agenda sectaria. Recientemente, Amnistía Internacional publicó un demoledor informe titulado Absolute Impunity: Militia Rule in Iraq en el que las acusaba de secuestrar y asesinar a miles de civiles suníes con total impunidad en las zonas bajo su control. Donatella Rovera, una de sus investigadoras, ha señalado: “Las milicias chiíes están atacando implacablemente a la población civil suní por motivos sectarios, bajo el pretexto de combatir el terrorismo, en un aparente intento de castigar a los suníes por el ascenso del Estado Islámico y por sus atroces crímenes. Al dar su bendición a milicias que perpetran este tipo de atroces abusos de forma habitual, el Gobierno iraquí está autorizando los crímenes de guerra y fomentando un peligroso círculo de violencia sectaria que está destrozando al país. El apoyo del Gobierno de Irak al dominio de las milicias debe terminar ya”.

No obstante todo parece indicar que desde el Ejecutivo iraquí no sólo no piensa disolver dichas milicias chiíes, sino que además se está planteando la posibilidad de regularizar su existencia por medio de la creación de una Guardia Nacional que se nutriría, precisamente, de sus cuadros. De hecho, el 3 de marzo el Parlamento debatió una propuesta de ley en esta dirección que, al menos por el momento, no ha sido aprobada, aunque sin duda se retomará en los próximos meses en el caso de que sigan cosechando éxitos en su combate contra el Estado Islámico.