Snow (Nieve)
Orhan Pamuk
Ed. Knopf, Nueva York, 2004
(en inglés)


Orhan Pamuk escribe, lee y medita en un piso en el barrio de Cihangir, no
lejos de la torre Galata, junto al Cuerno de Oro, en el Estambul europeo que
mira hacia Asia. Goza allí de una magnífica terraza, de vistas
soberbias sobre el Bósforo y los bastiones orientales del palacio de
Topkapi y de los cantos metálicos del altavoz de la mezquita vecina,
por lo habitual la única interrupción que soporta en su trabajo.
Las paredes están cubiertas de libros y, recorriendo con la vista sus
lomos, parece hallarse allí toda la novela europea. En esta casa silenciosa
se dan cita el Corán y Víctor Hugo, el muecín contiguo
y el hanseático Thomas Mann, Cervantes y sus captores, cuentistas de
Bagdad y Charles Dickens, Dürrenmatt y las madrazas, canciones turcas
de amor y tramas sin dios de la literatura moderna europea. Allí, en
el corazón de su Estambul natal, es donde Pamuk bucea en el alma turca
y donde, con su extraordinaria fuerza narrativa, ha creado ya, a sus 48 años,
una amplia obra que lo convierte en el escritor turco más internacional
y en uno de los grandes de la literatura europea actual, del que pocos conocedores
dudan habrá de ser quien lleve a las letras turcas su primer premio
Nobel.

La publicación de la última novela de Pamuk (que acaba de editarse
en inglés), Nieve, generó en Turquía una auténtica
conmoción cultural y política. En pocas semanas batió récords
de venta y soliviantó tanto a los guardianes tradicionalistas del islam
como a los implacables defensores del laicismo kemalista, adoradores paradójicos
de su mesías terrenal, Mustafá Kemal, Atatürk. Nieve es,
como ya lo era su anterior y también magnífica novela Mi
nombre es Rojo
, una bellísima narración sobre el permanente viaje entre
dos mundos de la identidad turca, cuya mejor metáfora es Estambul. Si
en Mi nombre es Rojo, el califa, máxima autoridad del islam, encarga
allá en el siglo xvi la creación de talleres secretos para emular
la pintura occidental renacentista en el arte de la miniatura, en Nieve, un
joven poeta y periodista turco, educado, como el autor, en un entorno occidentalizado
y cosmopolita de Estambul, se sumerge en la tenebrosa vida de una pequeña
ciudad de la Anatolia oriental fronteriza con Armenia, bajo el triple yugo
de religión, dictadura antirreligiosa y un pasado jamás ido.
El protagonista, llamado Ka –que no es el narrador aunque lo parezca,
en lo que es uno de los muchos alardes de técnica narrativa de Pamuk
en este libro–, que pone fin a un exilio de 12 años en Alemania
para asistir al entierro de su madre en Estambul, viaja a la ciudad de Kars
(Kar significa nieve en turco) para investigar una misteriosa ola de suicidios
de mujeres jóvenes. Nieva intensamente a su llegada y poco después
quedan cerradas todas las carreteras hacia el exterior. Ka queda atrapado por
la Kar (nieve) en Kars, como el agrimensor Josef K de El
castillo
de Kafka
en el tenebroso villorrio que sellará su destino.

Allí encuentra "bajo el velo" de la nieve un odio durmiente
en un estado de precario equilibrio que él rompe con su presencia, su
impertinente curiosidad y una desinhibición occidental que primero confunde
a los lugareños y acaba siendo el detonante de trágicos eventos.
Vetustos palacios rusos y ruinas armenias –el pasado culpable siempre
presente–, la pobreza y las fuerzas en colisión por la aceleración
de la historia que comienza a percibirse en este lejano rincón de la
Turquía remota son el marco de este relato de inmensa fuerza en el que
Ka, su amante Ipek, la hermana de ésta, Kadife, y otros personajes muy
logrados buscan fórmulas de gestionar su desesperanza. Islamistas cada
vez más asustados ante una procaz modernidad que apenas adivinan, militares
obtusos y desasistidos, el omnipresente servicio secreto, kurdos perseguidos
y permanentemente agraviados, mujeres siempre infelices pero cada vez menos
aptas para la resignación, pueblan una ciudad fantasma en la que todos
buscan desesperadamente algo de estabilidad en identidades turcas permanentemente
cuestionadas.

El libro de Orhan Pamuk no es sólo, que es mucho, una de las grandes
novelas europeas de la última década. Es, asimismo, una profunda
reflexión –trascendente, cabe decir– sobre la gran asignatura
pendiente de la humanidad en estos veloces tiempos en los que convicciones,
tradiciones y culturas entran en colisión y rompen sin cesar concepciones
de vida, códigos en las relaciones humanas y certezas hasta hace poco
garantes de estabilidad. Tras el hundimiento del Imperio Otomano en la Primera
Guerra Mundial, Atatürk, el fundador de la república laica de Turquía,
impuso con los contundentes métodos de la época una ruptura brutal
con la tradición, cuya máxima expresión fue la introducción
del alfabeto latino en detrimento del árabe y la militancia antirreligiosa
del Estado y su principal garante, el Ejército. Durante casi 75 años,
el kemalismo, erigido en culto incuestionable, combatió con dureza y éxito
a ideólogos del islam, del comunismo y del separatismo.

Como Estado sucesor de un inmenso imperio cuyas fronteras se extendieron desde
los aledaños de Viena hasta la Arabia profunda, la República
de Atatürk impuso a sangre y fuego una identidad cuya vocación
occidentalista no entraba entonces en conflicto con sus métodos. Así logró mantenerse
legitimado por Occidente también después de 1945 gracias a la
guerra fría. Acabada ésta en 1989, los vientos de democratización
de la pasada década –vientos de Occidente– han roto definitivamente
las reglas. El Ejército sabe que no podrá ya recurrir a sus antes
habituales golpes de Estado, los islamistas hace tiempo que salieron ya de
su privacidad y las catacumbas y las crecientes clases medias occidentalizadas
de las ciudades exigen ciudadanía, libertades y eficacia.

En esta encrucijada histórica, el alma turca busca una estabilidad,
más aún, una serenidad perdida como nación hace siglos
cuando su imperio comenzó a quebrarse. En ese sentido, los paralelismos
entre Turquía y España como vieja metrópoli en busca de
identidad son evidentes. Como el viejo sultán de Mi
nombre es Rojo
quería
introducir en su imperio la pintura renacentista y Atatürk el despotismo
ilustrado, Turquía busca su salida, una vez más, mirando a Occidente,
a Europa, donde durante siglos fue potencia protagonista. En una década,
los avances democratizadores y la apertura a los valores occidentales han sido
mayores que en las siete anteriores. Todas las fuerzas mayoritarias, incluidos
los islamistas moderados hoy en el poder, quieren entrar en la Unión
Europea y compartir sus valores y sus reglas. Ahora es la UE la que debe aprovechar
esta magnífica oportunidad para convertir a Turquía en el escaparate
del progreso, la libertad y la democracia en el mundo musulmán. Todos
los procesos de gran calado en países de tan larga historia y memoria
generan tantos miedos y conflictos identitarios como esperanzas. El que actualmente
está en marcha en Turquía es probablemente clave para el futuro
de este país, de Europa y de Oriente Medio.

La gran novela de Orhan Pamuk es un gozoso instrumento para la comprensión
de esa alma turca que se debate entre pasado y futuro en un presente trepidante.
Ganarla para Europa nos abrirá oportunidades inmensas en la región,
perderla supondría acercar aún más al corazón de
Europa las trincheras de la frustración.

CRÍTICAS DE LOS LIBROS MÁS DESTACADOS PUBLICADOS EN EL MUNDO.

Largo cuento del alma turca. Hermann Tertsch


Snow (Nieve)
Orhan Pamuk
Ed. Knopf, Nueva York, 2004
(en inglés)


Orhan Pamuk escribe, lee y medita en un piso en el barrio de Cihangir, no
lejos de la torre Galata, junto al Cuerno de Oro, en el Estambul europeo que
mira hacia Asia. Goza allí de una magnífica terraza, de vistas
soberbias sobre el Bósforo y los bastiones orientales del palacio de
Topkapi y de los cantos metálicos del altavoz de la mezquita vecina,
por lo habitual la única interrupción que soporta en su trabajo.
Las paredes están cubiertas de libros y, recorriendo con la vista sus
lomos, parece hallarse allí toda la novela europea. En esta casa silenciosa
se dan cita el Corán y Víctor Hugo, el muecín contiguo
y el hanseático Thomas Mann, Cervantes y sus captores, cuentistas de
Bagdad y Charles Dickens, Dürrenmatt y las madrazas, canciones turcas
de amor y tramas sin dios de la literatura moderna europea. Allí, en
el corazón de su Estambul natal, es donde Pamuk bucea en el alma turca
y donde, con su extraordinaria fuerza narrativa, ha creado ya, a sus 48 años,
una amplia obra que lo convierte en el escritor turco más internacional
y en uno de los grandes de la literatura europea actual, del que pocos conocedores
dudan habrá de ser quien lleve a las letras turcas su primer premio
Nobel.

La publicación de la última novela de Pamuk (que acaba de editarse
en inglés), Nieve, generó en Turquía una auténtica
conmoción cultural y política. En pocas semanas batió récords
de venta y soliviantó tanto a los guardianes tradicionalistas del islam
como a los implacables defensores del laicismo kemalista, adoradores paradójicos
de su mesías terrenal, Mustafá Kemal, Atatürk. Nieve es,
como ya lo era su anterior y también magnífica novela Mi
nombre es Rojo
, una bellísima narración sobre el permanente viaje entre
dos mundos de la identidad turca, cuya mejor metáfora es Estambul. Si
en Mi nombre es Rojo, el califa, máxima autoridad del islam, encarga
allá en el siglo xvi la creación de talleres secretos para emular
la pintura occidental renacentista en el arte de la miniatura, en Nieve, un
joven poeta y periodista turco, educado, como el autor, en un entorno occidentalizado
y cosmopolita de Estambul, se sumerge en la tenebrosa vida de una pequeña
ciudad de la Anatolia oriental fronteriza con Armenia, bajo el triple yugo
de religión, dictadura antirreligiosa y un pasado jamás ido.
El protagonista, llamado Ka –que no es el narrador aunque lo parezca,
en lo que es uno de los muchos alardes de técnica narrativa de Pamuk
en este libro–, que pone fin a un exilio de 12 años en Alemania
para asistir al entierro de su madre en Estambul, viaja a la ciudad de Kars
(Kar significa nieve en turco) para investigar una misteriosa ola de suicidios
de mujeres jóvenes. Nieva intensamente a su llegada y poco después
quedan cerradas todas las carreteras hacia el exterior. Ka queda atrapado por
la Kar (nieve) en Kars, como el agrimensor Josef K de El
castillo
de Kafka
en el tenebroso villorrio que sellará su destino.

Allí encuentra "bajo el velo" de la nieve un odio durmiente
en un estado de precario equilibrio que él rompe con su presencia, su
impertinente curiosidad y una desinhibición occidental que primero confunde
a los lugareños y acaba siendo el detonante de trágicos eventos.
Vetustos palacios rusos y ruinas armenias –el pasado culpable siempre
presente–, la pobreza y las fuerzas en colisión por la aceleración
de la historia que comienza a percibirse en este lejano rincón de la
Turquía remota son el marco de este relato de inmensa fuerza en el que
Ka, su amante Ipek, la hermana de ésta, Kadife, y otros personajes muy
logrados buscan fórmulas de gestionar su desesperanza. Islamistas cada
vez más asustados ante una procaz modernidad que apenas adivinan, militares
obtusos y desasistidos, el omnipresente servicio secreto, kurdos perseguidos
y permanentemente agraviados, mujeres siempre infelices pero cada vez menos
aptas para la resignación, pueblan una ciudad fantasma en la que todos
buscan desesperadamente algo de estabilidad en identidades turcas permanentemente
cuestionadas.

El libro de Orhan Pamuk no es sólo, que es mucho, una de las grandes
novelas europeas de la última década. Es, asimismo, una profunda
reflexión –trascendente, cabe decir– sobre la gran asignatura
pendiente de la humanidad en estos veloces tiempos en los que convicciones,
tradiciones y culturas entran en colisión y rompen sin cesar concepciones
de vida, códigos en las relaciones humanas y certezas hasta hace poco
garantes de estabilidad. Tras el hundimiento del Imperio Otomano en la Primera
Guerra Mundial, Atatürk, el fundador de la república laica de Turquía,
impuso con los contundentes métodos de la época una ruptura brutal
con la tradición, cuya máxima expresión fue la introducción
del alfabeto latino en detrimento del árabe y la militancia antirreligiosa
del Estado y su principal garante, el Ejército. Durante casi 75 años,
el kemalismo, erigido en culto incuestionable, combatió con dureza y éxito
a ideólogos del islam, del comunismo y del separatismo.

Como Estado sucesor de un inmenso imperio cuyas fronteras se extendieron desde
los aledaños de Viena hasta la Arabia profunda, la República
de Atatürk impuso a sangre y fuego una identidad cuya vocación
occidentalista no entraba entonces en conflicto con sus métodos. Así logró mantenerse
legitimado por Occidente también después de 1945 gracias a la
guerra fría. Acabada ésta en 1989, los vientos de democratización
de la pasada década –vientos de Occidente– han roto definitivamente
las reglas. El Ejército sabe que no podrá ya recurrir a sus antes
habituales golpes de Estado, los islamistas hace tiempo que salieron ya de
su privacidad y las catacumbas y las crecientes clases medias occidentalizadas
de las ciudades exigen ciudadanía, libertades y eficacia.

En esta encrucijada histórica, el alma turca busca una estabilidad,
más aún, una serenidad perdida como nación hace siglos
cuando su imperio comenzó a quebrarse. En ese sentido, los paralelismos
entre Turquía y España como vieja metrópoli en busca de
identidad son evidentes. Como el viejo sultán de Mi
nombre es Rojo
quería
introducir en su imperio la pintura renacentista y Atatürk el despotismo
ilustrado, Turquía busca su salida, una vez más, mirando a Occidente,
a Europa, donde durante siglos fue potencia protagonista. En una década,
los avances democratizadores y la apertura a los valores occidentales han sido
mayores que en las siete anteriores. Todas las fuerzas mayoritarias, incluidos
los islamistas moderados hoy en el poder, quieren entrar en la Unión
Europea y compartir sus valores y sus reglas. Ahora es la UE la que debe aprovechar
esta magnífica oportunidad para convertir a Turquía en el escaparate
del progreso, la libertad y la democracia en el mundo musulmán. Todos
los procesos de gran calado en países de tan larga historia y memoria
generan tantos miedos y conflictos identitarios como esperanzas. El que actualmente
está en marcha en Turquía es probablemente clave para el futuro
de este país, de Europa y de Oriente Medio.

La gran novela de Orhan Pamuk es un gozoso instrumento para la comprensión
de esa alma turca que se debate entre pasado y futuro en un presente trepidante.
Ganarla para Europa nos abrirá oportunidades inmensas en la región,
perderla supondría acercar aún más al corazón de
Europa las trincheras de la frustración.

Hermann Tertsch es periodista y escritor.
Autor de La venganza de la historia (Aguilar, 1999) y las novelas La acuarela
(Anaya & Mario Muchnik, 1997)
y Cita en Varsovia (Nuevas ediciones de Bolsillo, 2000).