Representación artística dedicada a la amistad ucraniano-polaca en Járkov, Ucrania. ( Vyacheslav Madiyevskyi / Ukrinform/Future Publishing via Getty Images)

Los planes de Varsovia por recuperar históricos proyectos regionales como el Intermarium. ¿Qué posibles intereses geopolíticos tendría el gobierno polaco en torno al conflicto ruso-ucraniano? 

Con el contexto de la guerra en Ucrania, Polonia busca consolidarse como un actor geopolítico estratégico de la mano de los intereses occidentales. Destacan aquí su papel como facilitador de ayuda militar a Kiev, su condición de miembro de la OTAN y de la Unión Europea y como el mayor receptor dentro de la UE de refugiados ucranianos que huyen del conflicto, con más de millón y medio de personas.  

Pero el peso geopolítico que Polonia podría obtener de esta coyuntura no se deriva únicamente de su condición de aliado occidental. Varsovia tiene otros intereses de enorme calado, algunos de ellos delineados en proyectos con raíces históricas, y que observan a Ucrania y Europa oriental como "esfera de influencia" para plasmar un "proyecto regional hegemónico" propio. 

Entre otros factores, Varsovia ha decidido fortalecer sus fuerzas armadas ante la eventualidad de una ampliación de la guerra ucraniana a sus fronteras. Con un 5% de su PIB en gasto militar, Polonia lidera este renglón a nivel europeo toda vez ha llamado a entrenamiento militar a 200.000 civiles para este 2023. Esta ascendente potencialidad militar convierte al país en una potencia regional, superando incluso a su vecina Alemania en número de tanques, piezas de artillería y soldados, con la aspiración de llegar a los 300.000 efectivos a mediados de esta década. 

Así mismo, Polonia también se erige como un benefactor del patrimonio cultural  ucraniano afectado por los combates. Kiev incluso ha manifestado que Varsovia puede convertirse en un centro económico para Ucrania, citando un proyecto de ley que está elaborando el gobierno polaco para proteger las inversiones ucranianas y participar en la reconstrucción del país.

Aliado atlantista pero con intereses propios

Tomando en cuenta la reestructuración de esferas de influencia y de intereses geopolíticos derivados de la guerra ruso-ucraniana, existen expectativas de que Polonia se beneficie de la misma y se convierta en una potencia regional en Europa Oriental. 

Históricamente, mantuvo una posición ampliamente antirrusa salvo períodos concretos de neutralización de ese posicionamiento como fue la Guerra Fría (1947-1989). En la actual guerra, Varsovia ha mantenido una actitud netamente proucraniana y de apoyo a su presidente Volodímir Zelenski. En octubre pasado, el presidente polaco Andrezej Duda le pidió a Estados Unidos la posibilidad de desplegar armamento nuclear de la OTAN en territorio polaco, en clara alusión a la “amenaza rusa”. La respuesta de Washington y de la Alianza atlántica fue de absoluta cautela. 

En noviembre pasado, un misil que cayó en territorio polaco  provocando la muerte de dos civiles, generó fuertes reacciones en los sectores dominados por los “halcones” militaristas y de “línea dura” tanto en Polonia como en Ucrania. Este incidente pudo conllevar el riesgo de un enfrentamiento militar abierto entre Rusia y la OTAN, teniendo en cuenta que podría invocarse el artículo 5 de la Alianza atlántica que define la posibilidad de que todos los miembros de la OTAN asistirían militarmente a su socio agredido (en este caso Polonia) contra el presunto agresor (Rusia). 

Las tesis inmediatas en Varsovia y Kiev en torno a este incidente fueron la de apuntar sin pruebas contundentes contra Rusia. Por su parte, Moscú siempre negó la acusación. Pero Washington y la OTAN fueron más cautos: consideraron que el misil fue enviado “por error” por fuerzas ucranianas. Como miembro “fiel” de la Alianza, Polonia aceptó, probablemente a regañadientes, esta decisión; durante semanas, Zelenski se negó a aceptar este dictamen para, finalmente, reducir las tensiones al dejar de acusar a Rusia

Esto produjo un “toque de atención” por parte de Washington hacia el presidente ucraniano, lo cual reveló un clima de cierta incomodidad dentro de la Alianza con Zelenski. Era evidente que las reacciones no iban a tardar desde Moscú. Tras este oscuro suceso, el jefe de la inteligencia rusa, Sergéi Naryshkin, aseguró que Polonia “está lista para anexionarse territorios en la Ucrania occidental”.

Bajo este clima, el gobierno polaco anunció que, para 2023, va a llamar a 200.000 civiles para entrenamiento militar ante un “posible ataque ruso”. Esta movilización civil y militar implicaría los riesgos de una expansión de la guerra ucraniana hacia territorio polaco. Pero, al mismo tiempo, esta coyuntura podría ser una oportunidad para Varsovia a la hora de definir sus "esferas de influencia" en el Este europeo, bajo el paraguas de la OTAN. 

El proyecto Intermarium: de la "cuestión polaca", ¿a la "cuestión ucraniana"?

Es preciso hacer un breve repaso a la historia contemporánea polaca para intentar comprender los posibles intereses geopolíticos en juego al calor del conflicto ruso-ucraniano. 

En la geopolítica de las grandes potencias europeas de finales del siglo XVIII hubo un tema de importancia estratégica: la denominada “cuestión polaca”.  En 1772, 1792 y 1795, Polonia vivió sucesivos repartos territoriales derivados de conflictos bélicos entre las potencias de entonces, siendo estas Prusia, convertida a partir de 1871 en el Imperio alemán; el Imperio zarista ruso y el Imperio austríaco, reconvertido en austrohúngaro a partir de 1867. 

Al finalizar la I Guerra Mundial, la independencia de Polonia en 1918 con la desaparición de estos imperios abrió un nuevo capítulo en la historia contemporánea del país. No obstante, a pesar de su independencia y el alineamiento polaco con las potencias militares europeas de la época (Francia y Gran Bretaña) como garantía de su seguridad, Polonia volvió a sufrir un nuevo reparto territorial en 1939, con el pacto Hitler-Stalin en vísperas de la II Guerra Mundial. 

Toda vez, la victoria aliada en 1945 contra el nazismo significó, de nuevo, otro reparto de esferas de poder: ocupada militarmente por la URSS, Polonia entró así en la órbita socialista hasta 1989, con la caída del Muro de Berlín. La transición poscomunista en el país fue consolidando en estas últimas tres décadas un modelo fuertemente conservador, con un nacionalismo revisionista cada vez más acentuado hoy en manos del Partido Ley y Justicia (PiS por sus siglas en polaco), en el poder desde 2015. 

Pero el contexto de 2022 parece definir, más bien, una “cuestión ucraniana” en la que Polonia entraría en el bando de los actores beneficiados de un eventual reparto de esferas de poder, contando con el tácito aval de Washington. 

Aquí se impone un viejo proyecto histórico en el que Polonia tiene un papel primordial y que las élites polacas siempre aspiraron a retomar, una reconstrucción de una especie de “Gran Polonia” con raíces históricas en el siglo XVI: el denominado Intermarium (Międzymorze en polaco) conocido como la “Estategia de los Tres Mares”, refiriéndose en este caso a los mares Báltico, Negro y Adriático. 

Mapa que muestra el Intermarium, también conocido como la Estrategia de los Tres Mares. (Wikipedia)

En resumen, el Intermarium es un proyecto concebido a finales del siglo XVI que pretendía emular una especie de Commonwealth polaco-lituana desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro. Tras la independencia polaca en 1918, el general Józef Pilsudski, primer Jefe de Estado de la Segunda República Polaca (1918-1922) y posteriormente dictador (1926-1935), retomó este proyecto para aprovechar territorialmente a favor polaco el desmembramiento del Imperio zarista. Varsovia buscaba así anexionarse territorios de las actuales Ucrania y Bielorrusia que, por razones históricas de las dinámicas de poder imperial, en determinados momentos fueron parte del Reino de Polonia. Hablamos, por ejemplo, de casos como la ciudad ucraniana de Leópolis (Lwów en polaco). 

El Intermarium volvió a la escena tras la caída del comunismo. Desde entonces, se ha vertebrado como una iniciativa geoestratégica vital para Polonia, cuya giro prooccidental le llevó a un acercamiento estratégico con EE UU. Las intenciones de Washington aspiraban al definitivo debilitamento geopolítico de la Rusia “posoviética” convirtiéndola en una especie de protectorado económico occidental, intentando blindar cualquier giro nacionalista y revisionista ruso que, finalmente, comenzó a trazarse con la llegada al poder de Vladímir Putin en 1999. 

No debemos olvidar que, desde la década de 2000, existía en EE UU un lobby bajo la denominación de Iniciativa de Cooperación Polaco-Ucraniana-Americana que, según comenta en un reciente libro el profesor Francisco Veiga, “dejaba ver algunos retazos de la estrategia de Washington en la zona del Báltico al Mar Negro”, precisamente el área de irradiación del Intermarium

Este lobby tuvo presencia en las denominadas “revoluciones de colores” que, dentro del espacio euroasiático ex soviético, generó cambios de gobierno prooccidentales en Ucrania y Georgia entre 2003-2004. Desde entonces, Washington observa a Polonia y Ucrania como potenciales baluartes de sus intereses en Europa oriental, establecidos  principalmente en reducir cualquier capacidad de influencia rusa en esa región, sea vía ampliación de la OTAN (Polonia) o a través de la consolidación de un régimen prooccidental en Kiev. 

Esta iniciativa estadounidense se compatibiliza, a priori, con las aspiraciones geopolíticas polacas establecidas en torno al Intermarium: el de crear una especie de federación entre los Mares Báltico y Negro con Polonia como epicentro geopolítico, que permitiera debilitar a Rusia. Esta perspectiva coincide con el recelo histórico de Varsovia hacia las prioridades geopolíticas rusas, hoy establecidas en el rechazo de Moscú a la expansión de la Alianza atlántica hacia el espacio ex soviético. Esta se visibiliza en el ingreso a la OTAN de las repúblicas bálticas (Lituania, Estonia y Letonia), que conlleva a una pérdida de influencia rusa en ese marco territorial.

Las crisis de 2013-2014 en Ucrania que llevó al denominado “Euromaidán” y a la caída del prorruso presidente Víktor Yanúkovich, la anexión rusa de la península de Crimea y el conflicto del Donbás definieron una nueva dinámica de actuación en las relaciones polaco-ucranianas, ahora incluso con el factor militar como vector estratégico, aspecto que contó con el beneplácito occidental. 

La cooperación polaca con Ucrania en materia militar se incrementó exponencialmente desde 2016, reforzándose aún más con el apoyo británico a Varsovia y Kiev tras la invasión rusa a Ucrania. Hoy, Polonia está entre los diez principales países que asisten militarmente a Ucrania en su guerra contra Rusia. 

Difíciles equilibrios para 2023

Más allá del conflicto militar ruso-ucraniano, otros escenarios colaterales medirán la capacidad de influencia de Polonia; así como sus compromisos estratégicos occidentales.

Soldados del ejército polaco instalando alambre de púas en la frontera de Polonia con el exclave ruso Kaliningrado. (Paulius Peleckis/Getty Images)

Mientras observamos una fase de cierto estancamiento en torno a los combates terrestres en Ucrania (no así aéreos por parte de Rusia), toda vez surgen rumores de una posible nueva fase de ataques militares y es cada vez más patente la dependencia militar ucraniana de la Alianza atlántica (tal y como se vio en diciembre pasado con la visita de Zelenski a Washington). Polonia calcula en qué medida se le presenta la oportunidad histórica de aplicar el Intermarium en fases progresivas. 

El objetivo es obviamente neutralizar a una Rusia que, a pesar de sus recientes reveses militares, ocupa aproximadamente el 20% del territorio ucraniano previo a la invasión militar del pasado 24 de febrero. Y con la movilización parcial en marcha, la perspectiva es que el Kremlin sostenga su “operación especial” a largo plazo

Este escenario deja a Zelenski y los nacionalistas ucranianos ante una fuerte disyuntiva, ya que Washington no desestima cualquier esquema de negociaciones con Rusia que ponga fin al conflicto, pero dejando claro que es Kiev la que debe tomar esa iniciativa. 

Las victorias militares ucranianas de los últimos meses, que le han permitido recuperar territorios anteriormente en manos rusas, coloca a Zelenski ante una compleja fase de equilibrios políticos con los “halcones” ucranianos, pero también polacos que, aparentemente, trabajarían de forma conjunta y que observan la posibilidad de una victoria militar absoluta contra Putin. Por ello, cualquier iniciativa de negociaciones para intentar rebajar la intensidad de la guerra podrían alterar los planes de los “halcones” hoy predominantes en Varsovia y Kiev, sin olvidar sus aliados en Washington y Bruselas. 

A mediados de noviembre, los jefes de inteligencia de EE UU y Rusia se reunieron en Ankara con el tema nuclear como epicentro, pero sin dejar de observar la posibilidad de una tregua en Ucrania ante la crisis energética y económica con el invierno a las puertas. En ese mismo tono, el presidente estadounidense Joseph Biden y su homólogo chino Xi Jinping acercaron posiciones similares en la cumbre del G20 en Indonesia. Fue precisamente en ese contexto de cierta distensión en la crisis ruso-occidental en torno a Ucrania cuando apareció el misterioso misil caído en Polonia. 

Al mismo tiempo, la diplomacia para intentar poner fin a las hostilidades en Ucrania se ha hecho presente. La visita a China del canciller alemán Olaf Schölz en diciembre y las reuniones del presidente chino Xi Jinping con el ex presidente ruso Dimtri Medveded dan a entender la posibilidad de trazarse una alternativa diplomática entre Berlín, Pekín y Moscú que marque distancia con los imperativos geopolíticos de Washington y sus aliados polaco y ucraniano. Está por ver si este posible factor de equilibrio por parte alemana, acercándose al eje sino-ruso, terminará creando fricciones con EE UU, Polonia y Ucrania. 

Por otro lado, la visita de Zelenski a Washington y el compromiso "inquebrantable" de Biden por ayudar a Ucrania vía militar (misiles Patriot), podría suponer una respuesta por parte del eje "atlantista" ante la posibilidad de que otros actores (China, Brasil ahora con Lula en la presidencia) puedan manejar alternativas más pacifistas o tolerantes con los intereses rusos. 

En este sentido, cobra interés el posible papel mediador de Lula. Tras la toma de posesión del nuevo presidente brasileño el pasado 1 de enero, Putin aprovechó la ocasión para invitarlo a visitar Rusia. No obstante, la crisis que actualmente sacude a Brasil, con el asalto a los poderes públicos el pasado 8 de enero por parte de simpatizantes del ex presidente Jair Bolsonaro pidiendo un golpe contra Lula, una recreación del asalto "trumpista" al Capitolio estadounidense en enero de 2021, muy seguramente condicionará las prioridades políticas del nuevo gobierno en Brasilia. 

Más que impulsar una iniciativa multilateral de resolución del conflicto ucraniano, la desactivación de la crisis política y social instalada en Brasil con este inédito asalto "bolsonarista", alejando así la posibilidad de recreación de cualquier nueva iniciativa "golpista" en su contra, será con casi total seguridad la prioridad esencial de Lula, al menos a corto y mediano plazo.

Con anterioridad, el mandatario ruso mantuvo una reunión con su homólogo chino para reforzar la cooperación militar (que se traduce en  expectativas de mantener el esfuerzo bélico en Ucrania), pero también, al mismo tiempo, para atender la oferta de mediación de Pekín en Ucrania.

No es sólo Ucrania…y Polonia debe estar atenta

En la geopolítica global también existen otros escenarios colaterales que merecen ser tomados en cuenta y que pueden aparecer como crisis globales para 2023. Escenarios donde Polonia no tiene implicaciones directas pero que, por su condición de aliado "atlantista", podría jugar sus bazas como herramientas orientadas a consolidar sus aspiraciones geopolíticas en Europa oriental. 

Ese escenario más visible es en los Balcanes, terreno histórico de confrontaciones entre Occidente y Rusia. Destacamos aquí las recientes tensiones fronterizas en Kosovo (país que alberga la misión KFOR de la OTAN) y que implican directamente a Serbia, histórico aliado ruso.

Belgrado no reconoce la independencia kosovar proclamada el 17 de febrero de 2008, toda vez Polonia sí la reconoció de inmediato (26 de febrero de 2008). Del mismo modo, Varsovia ha estado particularmente activa en las misiones de la OTAN tanto en Kosovo como en Afganistán e Irak. Y no olvidemos que las aspiraciones geopolíticas polacas establecidas sobre el Intermarium se trasladan también al entorno adriático y balcánico. 

Por otro lado, y si bien son escenarios donde no existen implicaciones geopolíticas directas, Polonia ha mantenido una posición muy próxima a los imperativos estadounidenses en contextos críticos como Oriente Medio y el Sureste Asiático. Destacamos aquí la solidaridad polaca con las protestas internas en Irán tras la muerte de la activista Masha Amini. No hay que olvidar que, dentro del conflicto ucraniano, Irán se ha decantado a favor de Rusia vía apoyo militar, alianza que crea preocupación en Occidente.

Otro foco es China. El pasado 5 de diciembre, una delegación parlamentaria polaca llegó a Taipei, capital de Taiwán, en plena escalada de tensión entre China y EE UU en torno a la soberanía taiwanesa. Otro aspecto que confirma la conjunción de intereses globales entre Varsovia y Washington y que no sólo se plasman en torno a la guerra en Ucrania y el Intermarium.