“Entonces, Obama, ¿es bueno o es malo?” me preguntaba hace poco una amiga, con un poco de ironía y exquisita capacidad de síntesis.  En efecto, la figura de Barack Obama es extremadamente poliédrica, al contrario que la de su predecesor, George W. Bush. Está el Obama que llega a España a través de los medios de comunicación, ese que comenzó como una especie de héroe milenario embarcado en mil batallas por el bien y la justicia. Un héroe que con el paso del tiempo se habría vuelto humano y, simplemente, no ha sabido o no ha podido cumplir todas las promesas. Pero luego está el Obama menos conocido, calculador, que firma la ley que permite al Ejército “hacer desaparecer” sin juicio ni cargos, y de forma indefinida, a cualquier ciudadano del mundo, incluidos los estadounidenses. Repasamos las cinco caras de Barack Hussein Obama.

 

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El Obama emperador

Obama dibujado como Nerón, con una corona de olivo y con el dedo apuntando hacia abajo, decidiendo la muerte de uno de sus súbditos. Así ve el caricaturista Mr. Fish al presidente de las killing list (lista de personas a las que matar), los asesinatos selectivos y la Ley de Autorización de Defensa Nacional.

Esta última, la NDAA en sus siglas en inglés, es esencialmente una ley de presupuestos del Ejército, pero con añadidos que ponen los pelos de punta. Probablemente, no la conozcan porque el Presidente estadounidense la suele firmar con nocturnidad y alevosía en plenas fiestas navideñas (el 2 de enero de 2013 y el 31 de diciembre de 2011) y prácticamente no recibe cobertura. Pero en ella se incluye la sección 1021(b)(2), que permite que el Ejército detenga a cualquier persona de forma indefinida y sin juicio, cargos o supervisión judicial. Es la anulación total del habeas corpus, rasgo distintivo de las dictaduras. El único requisito es que alguien en el Ejército decida que la persona ha “apoyado substancialmente” (“término no definido legalmente”, según el periodista Chris Hedges ) a Al Qaeda, a los Talibán o a cualquier “fuerza asociada” (de nuevo, término no definido legalmente). Por la sección (c)(4) se permite que se envíe esos detenidos a cárceles extranjeras. Dicho de otro modo, cualquier ciudadano del mundo puede desaparecer del mapa, sin que siquiera se le comunique a sus familiares o haya supervisión judicial. Y para siempre. Aunque hace dos años Obama incluyó en la ley un añadido mostrando su intención de no utilizar la disposición, la Casa Blanca quiere que esa ley esté en vigor: por eso  ha apelado una decisión judicial que la invalidaba

 

‘Obama-drone’

El presidente tampoco muestra reparos en los asesinatos con robots teledirigidos. Los drones son su weapon of choice, su arma favorita. El tema ha tardado en salir a la luz, pero empieza a extenderse el runrún mediático. Hace poco la revista Time titulaba, sobre una amenazadora foto de uno de estos aparatos sobre una vivienda americana: “El alzamiento de los Drones – Ahora son las máquinas de guerra globales de Estados Unidos pero, ¿qué pasará cuando se suelten en casa?”El New York Times ha publicado un documento interno, pertinentemente filtrado desde la Casa Blanca, en el que se detallan las justificaciones legales del programa. En él se especifica que los “altos cargos del Gobierno” pueden utilizar “fuerza letal en un país extranjero contra un líder senior de Al Qaeda o una fuerza asociada” si está planeando operaciones para matar estadounidenses “en el futuro inmediato”.

Dejemos a un lado los eventuales problemas morales o de cómo tomar la decisión. Al fin y al cabo “estos programas de Barack Obama son el mal menor, porque son mejores que invadir países”, como me aseguró recientemente un amigo demócrata convencido que trabajó en la  Administración Clinton. El asunto es que los drones ni siquiera son demasiado eficaces. Según un estudio de la Universidad de Stanford, el número de terroristas de “alto nivel” asesinados con este programa es extremadamente bajo con respecto al número total de bajas: solo un 2%.

En total han muerto al menos entre 500 civiles en los últimos siete años, sólo en Paquistán y Yemen. De ellos al menos 203 han sido niños. Obama ha lanzado, sólo en Paquistán, 312 de los 364 ataques totales de la última década, con los que ha acabado con la vida de un total de al menos 2.600 personas, todo según las muertes reportadas recopiladas por la Oficina de Periodismo de Investigación.

Lo cierto es que muchos estadounidenses están de acuerdo con estos ataques. El 53% aprueba que se mate con aviones inteligentes a ciudadanos estadounidenses si se les considera terroristas de alto nivel, según una encuesta de YouGov y el Huffington Post. Sólo un 13% asegura que esto nunca debe ocurrir. Cuando se les recuerda la posibilidad de que pueden morir civiles, el 43% se muestra reacio.

 

Obama, la estrella

No ha habido nadie más cool en el mundo de la política desde Bill Clinton. Obama combina magnetismo y carisma político, algo que reconocen hasta sus enemigos. Le dicen con sorna que no es solo el Commander in Chief (Jefe del Ejército) sino el Entertainer in Chief (animador jefe). Mitt Romney (recuerden, trató de ser presidente de Estados Unidos) dijo que él no se había presentado a un concurso de popularidad sino a unas elecciones. Por eso perdió: en el Estados Unidos del Entretenimiento cuesta ganar si se aburre al personal.

Es verdad que todo lo que dice Obama, o gran parte de lo que dice, lo lee de una pantalla y se lo escribe el equipo dirigido por Jon Favreau. Pero lo lee bien, al contrario que opositores como el sediento y sudoroso Marco Rubio, el delfín republicano al que los nervios pudieron en su respuesta al discurso del estado de la Unión del Presidente.

Con su entonación del Let’s Stay Together, de Al Green, Obama levantó pasiones. Con las fotos abrazando a su mujer tras la victoria en las últimas elecciones (inmediatamente la imagen más tuiteada de la Historia), terminó de enamorar. Sabe llorar delante de la cámara y eso le acerca a los mortales en un país en el que nadie demasiado alejado de la realidad puede llegar al despacho oval. De hecho es probablemente el presidente más llorón. Se le han saltado las lágrimas ante las cámaras en numerosas ocasiones: en uno de sus primeros discursos de campaña en Iowa, en el funeral de un activista, tras la muerte de su abuela, hablando de la matanza de Newtown o agradeciendo la victoria a su equipo.

 

El Obama rojo

En general, la ideología político-económica de Obama se ha situado en el centro-izquierda. Nunca ha rechazado las leyes del mercado, es un firme defensor del capitalismo en la práctica y se llevaba muy bien con Wall Street hasta que intentó regularlo. Pero escuchar a Obama encendido y sin discurso escrito en un mitin es escuchar a un socialdemócrata que en ocasiones sonrojaría a muchos de sus socios europeos. Cree en el aumento de impuestos para los más ricos, en los programas estatales de construcción de infraestructuras para crear empleo y en la redistribución de oportunidades a base de acciones afirmativas. Uno de sus eslóganes estrella de la campaña fue el de crear un Estados Unidos donde “todo el mundo tenga una oportunidad justa, pague lo que le corresponda y juegue con las mismas reglas”. Toda una declaración de intenciones pero, ¿en qué se ha reflejado la palabrería?

Para empezar, en una ambiciosa ley de regulación de Wall Street llamada acta Dodd-Frank, si bien es cierto que los lobbies bancarios la han aguado en Washington todo lo que han podido. Además, bajo el mandato de Obama se ha tratado de ajustar cuentas con el sector financiero por la crisis que desataron. Aunque los demandantes y los fiscales de los estados operan por libre, el departamento de Justicia ayudó a pergeñar el acuerdo judicial más alto de la historia bancaria: 25.000 millones de dólares (unos 19.000 millones de euros) que los cinco grandes bancos pusieron en común para ayudar a los dueños de casas endeudados, y evitar así decenas de demandas por fraude en las ejecuciones hipotecarias.

 

El Obama histórico

Y terminamos este repaso del Obama poliédrico con los que serán, probablemente, los dos logros con los que su presidencia pasará a la Historia.

El primero: ha sido bajo su batuta que Estados Unidos se ha recuperado de la crisis económica en un tiempo récord y ha evitado una segunda recesión, que en verano de 2011 daban por segura siete de cada diez expertos.

¿Qué ha hecho que le haga merecedor del título de salvador? Ir contracorriente. Mientras en Europa se ha profundizado tras escoger el camino del recortar primero, crecer después, Obama ha ido en dirección opuesta: ha triplicado la deuda del país, aumentándola en más de cinco billones de dólares. Su argumento ha sido que si la economía se recupera primero, será más fácil reducir el déficit a largo plazo. O, en sus palabras, “No podemos recortar nuestro camino de salida de esta crisis”. Sólo la Historia sabe si será su plan o el europeo el más acertado.

Y luego está el Obama de la Ley de Sanidad Asequible, el llamado Obamacare. Se trata de uno de los mayores cambios legislativos del país probablemente desde la creación de los sistemas de salud público Medicare y Medicaid de 1965. Aunque parte está ya aplicándose, como la provisión que prohíbe a las aseguradoras rechazar a un enfermo de cáncer u otra patología grave preexistente,  el grueso no arranca hasta 2014. El problema que trata de atajar es el del descomunal gasto per cápita en sanidad. La idea con la que intenta hacerlo es la de obligar a todo el mundo a cogerse un seguro privado de salud (con ayudas públicas si es necesario), porque con la entrada de esos 30 nuevos millones de usuarios los precios bajarán. El sistema es muy parecido al que ya funciona en Suiza, una mezcla de control del mercado y sanciones del gobierno en forma de impuestos para quienes no adquieran un seguro. De nuevo, solo en unos años sabremos si ha ayudado a solucionar el mayor drama del país más rico del mundo.