Ropas y armas de los soldados que participaron en el intento de golpe de Estado en Turquía tras rendirse. (Gokhan Tan/Getty Images)
Ropas y armas de los soldados que participaron en el intento de golpe de Estado en Turquía tras rendirse. (Gokhan Tan/Getty Images)

¿Quién fue el cabecilla de la asonada? ¿Por qué falló? Muchos interrogantes afloran, con versiones gubernamentales y teorías conspirativas de por medio. Quizás no llegue a saberse a medio plazo lo que verdaderamente ocurrió, pero lo que sí parece evidente son las consecuencias: el presidente Erdogan sale victorioso, la sociedad se polariza aún más.

La fecha del 15 de julio de 2016 tiene un sitio especial en la historia de Turquía. Los militares, que habían logrado derrocar a cuatro líderes electos desde 1960, no pudieron con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Han pasado dos días desde el fallido golpe de Estado y en lugar de aclararse qué sucedió nuevos interrogantes han ido emergiendo: ¿Fue el clérigo suní Fetulá Gülen el cabecilla de la asonada? ¿Fue el propio Erdogan? ¿Qué clase de golpistas no se hacen con el control de todas las televisiones? Con independencia de la verdad, probablemente difícil de saber en años, el vencedor, que primero fue víctima, es de nuevo el presidente, que después de derrotar en la arena política a todos sus adversarios ha conseguido plegar las rodillas de su mayor enemigo: el Ejército, heredero del fundador de la República, Mustafa Kemal Atatürk. O al menos eso quedará en el imaginario de la mayor parte de anatolios.

Desde el primer instante, apenas dos horas después de comenzar la asonada, el primer ministro turco, Binali Yildirim, aseguró que detrás del levantamiento estaba Fetulá Gülen. A no ser que contara con una bola de cristal, en dos horas no existe tiempo material para realizar una investigación seria. Pero viniendo del nuevo Partido Justicia y Desarrollo (AKP), que hace tiempo olvidó su seriedad política, no extraña tal afirmación. Desde el 17 de diciembre de 2013, cuando estalló la trama de corrupción en el seno de los islamistas, Gülen es el culpable de casi todos los males del Gobierno. Y por supuesto, aunque el clérigo lo niegue, él dirigió el golpe de Estado desde su reducto de Pensilvania.

 

Versión A. Si el Ejecutivo dice la verdad, ¿por qué Gülen actúa ahora y qué falló en la asonada?

En los últimos dos años, miles de simpatizantes del clérigo en la judicatura, la Policía y el Ejército han sido apartados de sus funciones. Sus medios de comunicación, al menos los punteros, han pasado a ser controlados por el Estado. Y ahora, el Ejecutivo estaba atacando de forma decidida a los empresarios afines a su cofradía. Vamos, que un par de años más y del conglomerado de influencias de Gülen no iban a quedar ni los huesos. Por eso, aun sin contar con el apoyo de todo el Ejército turco, uno de los 10 más grandes del mundo −400.000 soldados y 185.000 reservistas−, decidió acometer la asonada.

La división dentro del estamento militar pudo ser el mayor de los problemas. En los anteriores golpes de Estado en Turquía, el Ejército turco actuó como un ente compacto, sin fisuras. En el del pasado viernes se hablaba de facciones. A medida que el AKP iba dando la vuelta a la situación, controlando las calles y recuperando el canal público TRT, diferentes altos mandos militares salieron a la palestra para desmarcarse de la asonada. Una desbandada que, después de cinco horas de enfrentamientos, mostró con claridad el vencedor de la noche: Recep Tayyip Erdogan.

Otro aspecto clave fue la Policía. No es casualidad que los primeros objetivos de los golpistas fueran la sede central de la inteligencia turca (MIT) y los principales centros policiales de Ankara. Resistir las embestidas de los F-16 y los tanques del Ejército no hubiera sido posible sin un sistema de defensa puntero. O sin una buena manada de hombres. Erdogan, conocedor de la compleja tarea que supone domar a los uniformados, apostó desde hace un lustro por potenciar sus propias fuerzas leales de combate. La Policía no ha dejado de crecer en número y áreas de influencia. La nueva fuerza antiterrorista que opera en las regiones kurdas es el Özel Timi, una adaptación moderna del JITEM pero controlada por Erdogan.

Y así, por número o capacidad tecnológica, o por ambas a la vez, la Policía resistió. Lo hizo hasta la llegada del pueblo, el otro gran héroe de la noche. El AKP no ha dejado de decir que fueron los ciudadanos los que salvaron a la democracia. Es cierto, llegaron para apoyar a un presidente que es tan odiado como amado. Negar el apoyo popular del hombre de Kasimpasa es imposible. Desde 2002 consigue cada uno de sus objetivos. Tras 13 años en el poder, su elegido, el apartado Ahmet Davutoglu, obtuvo un 49% de los votos. Por eso, si hubiera triunfado la asonada puede que hoy estuviéramos hablando de una lucha de clases, ya que en la profunda Anatolia, la primera que se levantó en la noche del 15 de julio, Erdogan es tan venerado como para jugarse la vida por él. De hecho así lo hicieron quienes tomaron las calles de Ankara y Estambul.

 

La versión B, ¿lo orquestó el propio Erdogan para reforzar su poder?

En Turquía, la sociedad es muy dada a las teorías B. Hoy es el propio presidente el que no cesa de repetir a su pueblo los deseos que tienen los poderes exteriores por evitar el avance de Turquía. Esta psicosis, heredada del kemalismo, ahora podría volverse en su contra y dar cabida a múltiples teorías. La más extendida dice que el presidente goza de un mayor apoyo popular gracias al golpe de Estado, que todo es una estrategia para colocar a sus hombres cercanos en el Ejército, eliminar la influencia de Gülen y acercarse a su ansiado sistema presidencialista. Esto es exactamente lo que está sucediendo.

Entonces, ¿este caótico golpe de Estado fue obra del propio Erdogan? En los libros básicos sobre cómo hacerse con el poder por la fuerza aparece como destacado el control inmediato de los medios de comunicación. Los golpistas se hicieron sólo con la televisión pública TRT, desde donde emitieron un comunicado declarando la ley marcial. En el resto de medios, como CNN-Türk −desde el que Erdogan realizó su llamada a la resistencia popular−, los periodistas siguieron emitiendo sin restricciones. Lo más sorprendente fue que horas más tarde, cuando la asonada daba sus últimos coletazos, los militares se hicieron con el efímero control de CNN-Türk, Kanal D o la agencia DHA. Vamos, una descoordinación impropia de unos militares entre los que supuestamente se encontraban dos de los cuatro máximos cargos de las fuerzas terrestres, el asistente militar del presidente turco desde el pasado agosto y el ex comandante de la Fuerza Aérea, Akin Öztürk, señalado como uno de los principales instigadores.

Mete Yarar, analista de seguridad y ex comandante, aseguró en CNN-Türk que “los que se encontraban en la tentativa del golpe de Estado no eran soldados”. Según Reuters, Johannes Hahn, comisario de la Unión Europea para el proceso de adhesión turco, consideró que la celeridad en los arrestos indica que el Gobierno preparó la lista de antemano. Además, como afirmación explosiva, fuente militar citada por misma agencia relató que “al menos dos F-16 acosaron al avión de Erdogan mientras estaba en el aire camino de Estambul. Apagaron los radares de su avión y de los otros dos F-16 que le protegían. Por qué no abrieron fuego es un misterio”.

Estos extraños movimientos y los que aún quedan por ver la luz vaticinan unas semanas cargadas de especulaciones. La más importante, al menos a nivel geopolítico, la lanzó un diputado del AKP que acusó a Estados Unidos de estar detrás del golpe de Estado. Esas palabras se podrían poner en boca del presidente, quien controla cada rincón del partido y no dejaría al azar esta declaración. Los estadounidenses, por supuesto, lo rechazaron, pero en su historial tienen una dilatada tradición de apoyo a militares golpistas, como ya sucedió en Turquía en 1980 cuando secundaron el levantamiento de Kenan Evren.

 

Las consecuencias

El fallido golpe de Estado promete enturbiar las tensas relaciones entre EE UU y Turquía, ya afectadas por la guerra siria. La principal razón del conflicto es el lugar de residencia de Gülen, Pensilvania. Hay quien especula con que el clérigo trabaja para Estados Unidos. Todo puede ser cierto o una farsa. Esto es Anatolia, tierra de conspiraciones. Pero por el momento Erdogan se conforma con la extradición de Gülen. Washington ha respondido que para eso hacen faltan pruebas, complejas de juntar porque los gülenistas no llevan carnés de simpatizantes.

Además, EE UU tendrá que hacer uso de la retórica. Los estadounidenses intuyen que el Gobierno islamista podría entorpecer algunos de sus misiones en Turquía. El primer paso, coherente tras un golpe de Estado, fue el cierre temporal de la base aérea de Incirlik, esencial para EE UU en su lucha contra Daesh. Esta medida se podría alargar, o Turquía podría volver a abrazar a Rusia, intercambiando en un mes las casillas de amigos y enemigos.

Seguidores del presidente Erdogan se manifiestan en contra del Golpe de Estado en Turquía. (Yasin Akgul/AFP/Getty Images)
Seguidores del presidente Erdogan se manifiestan en contra del Golpe de Estado en Turquía. (Yasin Akgul/AFP/Getty Images)

Pero será Turquía y su pueblo quienes vuelvan a pagar la mayor factura. La sociedad está polarizada, hoy aún más que el día anterior a la asonada. Pese a que todos los grupos políticos del Parlamento condenaron la asonada, las muestras de apoyo a Erdogan vinieron de los islamistas convencidos, de los jóvenes militantes del partido. Ni kurdos ni kemalistas, amedrentados ante las turbas, salieron a la calle a celebrar las marchas por la unión, que al final resultó ser más parecido a un mitin electoral: repartían agua, las banderas eran idénticas, los grupos estaban orquestados −no eran personas aisladas− y los gritos más usados ensalzaban a Erdogan y a Alá.

Estas muestras de apoyo podrían continuar durante días. El domingo, el presidente instó a sus seguidores a tomar las plazas públicas como ya lo hicieron el primer día: “Esta no es una situación para descansar. No abandonaremos las plazas. No es sólo una operación de 12 horas. Continuaremos con determinación”. Esto puede suponer a la larga un problema, un error de cálculo que podría incendiar las calles de Anatolia. Las turbas islamistas están desatadas, provocando a quienes no congenien con sus ideas. En Estambul o Malatya grupos alevíes fueron atacados o insultados por los seguidores de Erdogan. El movimiento de extrema izquierda DHKP-C, considerado como terrorista por el Gobierno, llamó a continuar la resistencia contra el presidente. Esto desembocó en enfrentamiento en varios barrios de Estambul. También varias sedes kurdas fueron atacadas durante las manifestaciones. De momento la situación es estable para los estándares locales, pero en Turquía todo explota de golpe.

A todo esto se une la petición de restaurar la pena de muerte, que los seguidores de Erdogan llevan reclamando desde hace 48 horas. Quieren colgar a los golpistas. Y el presidente, en lugar de calmar la tensa coyuntura, aseguró que “en las democracias, las demandas de la gente no pueden ser ignoradas. Las demandas son debatidas en las instituciones y haremos todo lo que sea necesario”. Por lo tanto, lo más probable es que el debate sobre la pena de muerte vuelva Turquía, que no la aplica desde 1984 y la abolió en 2004 como requisito para el proceso de adhesión a la UE.

Andrew Gardner, analista en Turquía para Amnistía Internacional, mostró su preocupación al decir en las redes sociales que “Turquía se ha unido para defender los derechos contra una supuesta junta −militar−. Volver a la pena de muerte y reprimir a los disidentes sería el final de esta victoria”. Este paso sería la puntilla que hunda las aspiraciones turcas para acceder a la UE. Aunque en Anatolia nadie confía en un proceso del que son rechazados por su componente musulmán. Pero puede que Erdogan esté jugando con la coyuntura, y una vez se aproxime el momento decisivo deje de lado la pena de muerte, un peligro para sí mismo viendo como acabó otro polémico líder: Adnan Menderes, ahorcado tras el levantamiento militar de 1960.

El fallido golpe de Estado ha dejado 290 muertos y más de un millar de heridos. La purga, lógica tras una asonada, ha provocado la detención de 2.839 militares y 2.745 jueces y fiscales. La comunidad internacional está preocupada por la más que probable caza de brujas, que de hecho ya comenzó hace dos años, aunque desde la noche de 15 de julio todo irá más rápido, con un Erdogan robando tiempo a sus rivales.