Un repaso para entender mejor cómo se llevó a cabo la operación golpista y de qué modo el movimiento gulenista se infiltró en las entrañas del Estado turco durante décadas.

Una profesora reparte a los alumnos un panfleto sobre el golpe de Estado en el primer día de colegio. OZAN KOSE/AFP/Getty Images
Una profesora reparte a los alumnos un panfleto sobre el golpe de Estado en el primer día de colegio. OZAN KOSE/AFP/Getty Images

Volver al cole tras las purgas. Los niños que han retornado al colegio estos días en Turquía se han encontrado con dos novedades importantes. Por un lado, debido a las masivas purgas que Ankara ha realizado a raíz del fallido golpe de Estado del pasado 15 de julio −se cuentan por docenas de miles los educadores cesados o expulsados− de los más de 18 millones de alumnos al menos un millón se ha quedado sin profesor.

Por el otro, los escolares son testigos de cómo la asonada se ha convertido en insólita materia lectiva. Como parte de la instrucción han podido ver un vídeo creado por el ministerio de Educación lleno de escenas de aquella aciaga noche en el que el presidente Recep T. Erdogan recita extractos del himno turco (la Marcha de la Istiklal) con un trasfondo de una bandera de la luna creciente y la estrella que parecen nadar sobre un fondo de sangre.

La simbología es nítida: se trata de rediseñar la narrativa −el mito− de la fundación de la república con apoyo del fallido golpe, “un regalo de Alá”, lo calificó Erdogan al poco de darse −contraponiendo la Guerra de Independencia con la resistencia a los golpistas del 15 julio mientras el ahora Presidente se convierte en el nuevo Atatürk, el padre de todos los turcos.

Además, los niños al volver a la escuela han recibido como una de las primeras lecciones dos prospectos acerca del fallido golpe de Estado en los cuales se refiere a los mártires del golpe (al menos 246 civiles murieron intentando detener a los golpistas) con un lenguaje que une nacionalismo y religión (los mártires “que han regado estas tierras con sangre noble y limpia”, “con esta sagrada épica el martirio encuentra la vida”, por ejemplo).

En los primeros días, a los alumnos se les pidió guardar un minuto de silencio por los “mártires” del golpe y rezar por ellos en el patio del colegio, precisamente donde hasta 2013 se juraba lealtad a los valores representados por Atatürk (Öğrenci Andi) junto a su busto, omnipresente en las escuelas turcas.

 

¿Cómo se detuvo en la calle a los golpistas? Como muestra efectivamente el vídeo confeccionado para aleccionar a los niños, Erdogan apremió a través de una conexión televisiva a los turcos a salir a las calles para frenar a los golpistas.

A continuación tuvo lugar otra primicia histórica en Turquía: el ministro de Asuntos Religiosos, el clérigo Mehmet Görmez, mandó un SMS a todos los imanes a su cargo (los clérigos dependen del Estado en Turquía) encomendándoles a realizar un rezo funerario de tiempos otomanos (sala) a la par que les pedía una movilización ciudadana en las calles frente a los golpistas.

El mensaje del SMS, dirigido a un “hermano con la religión en el corazón”, apremia a los funcionarios a “hacer nuestra parte para proteger la ley de nuestra nación” frente a los golpistas, algo que “hoy es nuestra mayor obligación”.

Para ello se cuenta con los “minaretes, que son símbolos de libertad” por lo que “esta noche se iluminarán” y desde ellos sonarán las “sala” como respuesta “de resistencia a la gran traición (y) sin recurrir a la violencia”.

La rapidez en llamar a la calle parece obedecer a una decisión tomada de antemano, a un protocolo de cómo hacer frente a una situación así. Desde que Erdogan llegara al poder en 2002 −después de una estancia en la cárcel− la espada de un posible golpe de Estado militar se cierne sobre su forma de entender la política y el Estado.

Efectivo contra los golpistas fue además la movilización de los pesos pesados del parque automovilístico de las municipalidades. Solo en Estambul unos 6.290 vehículos de alto tonelaje (camiones, excavadoras, etcétera) fueron apostados de forma estratégica para detener a los tanques. Muchos, bloqueando las salidas de los centros castrenses, no fueron apartados hasta días después de la asonada.

 

Títere que representa al clérigo Fetulá Gülen, exiliado en Estados Unidos, en las calles de Ankara. Adem Altan/AFP/Getty Images
Títere que representa al clérigo Fetulá Gülen, exiliado en Estados Unidos, en las calles de Ankara. Adem Altan/AFP/Getty Images

¿Cómo funcionaba la infiltración gülenista, sobre todo en el Ejército? La primera noticia impresa acerca de la sistemática infiltración del movimiento liderado por el clérigo Fetulá Gülen en el Ejército data de 1986, es decir, es de hace 30 años. Incluso, todo parece indicar, que es anterior: Latif Erdogan, un socio de Gülen durante decenios, sitúa la fecha de comienzo en 1976.

En todo caso, las masivas purgas a raíz de la fallida asonada han dejado bien tocado al ejército −157 de los 358 generales y almirantes han sido cesados (un 44% de la cúpula del Ejército), por no ir más lejos.

Si el ADN de las fuerzas castrenses turcas ha sido desde la fundación de la república el laicismo −y de ser cierto que un gran número de oficiales ahora purgados eran miembros clandestinos del entramado Gülen, ¿cómo es posible que llegaran a infiltrarse con tanto éxito?

Muchos testimonios de los arrestados interrogados por su implicación directa en el golpe tienen escaso valor jurídico (al menos en otros países, aquí ya se verá), puesto que hay fuertes sospechosas de haber sido conseguidos bajo tortura (hay documentos gráficos que así lo avalan en varios casos y ya se cuentan 13 suicidados en la cárcel y cuatro intentos) pero pueden dar pistas sobre el funcionamiento.

Partiendo de sus declaraciones y del periodismo de investigación acerca de los gülenistas (todo un género en Turquía con varios arrestados y al menos un muerto en condiciones no esclarecidas, Necip Hablemitoglu) sabemos que los aprehendidos por las redes de Gülen tenían ante sí una opción clara de progreso laboral y social: a cambio de ser promocionados en puestos elegidos cuidadosamente por el entramado y otros “favores”, debían acatar órdenes cuando llegaran a su destino laboral.

Las órdenes eran transmitidas normalmente por vía oral −para no dejar huella− y para las comunicaciones se utilizaba el sistema de encriptación ByLock.

Si bien la organización tiene apariencia piramidal −la jerarquía es en los escalones superiores clandestina y en los inferiores (medios, fundaciones, escuelas, organizaciones humanitarias) adquiere necesaria apariencia de legalidad, en el Ejército no responde a los escalafones propios del estamento castrense, es decir, un imán o un civil encargado de una sección de las Fuerzas Armadas bien podía −y así fue durante la asonada− dar órdenes a un general que debían ser acatadas sin oposición.

Según un patrón coincidente, los ya infiltrados estudiaban a los miembros cercanos y los etiquetaban (“es del AKP”, “apropiado”, “bebe alcohol”, “es de izquierdas”, etcétera). A los que parecían adecuados para sumarse a la organización se les invitaba a reuniones para conocer mejor las ideas de Gülen. En caso contrario, si no eran “aptos” o se negaban a formar parte, pasaban a sufrir a menudo un acoso laboral sistemático. De este modo, como se ha sabido después del golpe, cientos y cientos de jóvenes −y no tanto− promesas para la carrera militar abandonaron sus puestos merced de torturas físicas pero sobre todo psicológicas.

Una vez controlado en su mayoría un departamento, se buscaba ocupar puestos clave en el engranaje. Por ejemplo, los de la dirección de personal o en los que se accedía a las preguntas de los exámenes para ser ascendidos. De este modo, poco a poco, se aseguraba el control sobre promociones enteras.

De hecho, todo ello no podía pasar desapercibido al Alto Mando y las alarmas hace tiempo que habían sonado. Varios libros se hacían eco de ello en los meses previos a la asonada. Hace diez años, y como recoge el volumen Ağacın Kurdu (El árbol del lobo, 2015) del ex militar que fue encarcelado Mustafa Önsel, otro ex socio de Gülen, Nurettin Veren, declaró (a pesar de estar amenazado de muerte) más de 7 horas acerca de la infiltración al fiscal general del Alto Mando (por ejemplo, que casi la mitad de los oficiales eran gülenistas) pero no pasó nada.

¿Por qué? Porque en ese momento, en 2006, Gülen era socio en la sombra de Erdogan y ambos se afanaban en desarticular la entonces cúpula del Alto Mando, de ideología kemalista.

Precisamente, el objetivo principal del 15 de julio pasado, como han coincidido varios analistas turcos, no era tanto un exitoso golpe de Estado, sino en primer lugar neutralizar (secuestrar o matar) a Erdogan. Es más, en el caso de que hubiera tenido éxito, difícilmente el resto de Ejército hubiera permanecido inmóvil.

Pero aún así los infiltrados se decidieron por una acción aparentemente suicida (de fracasar, como así ha sido, se pondrían en evidencia y su trabajo de decenios podría ser desarticulado) porque el tiempo corría en su contra: las purgas ya habían comenzado hace varios años y en agosto llegaban, como estaba previsto, las que iban a sufrir ellos en el Ejército.

El mismo vice primer ministro, Numan Kurtulmus, ha indicado que el objetivo principal de los gülenistas golpistas “no era dirigir el país sino sumirlo en una guerra civil”.

 

La imagen del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, a través de una bandera turca. Adem Altan/AFP/Getty Images
La imagen del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, a través de una bandera turca. Adem Altan/AFP/Getty Images

¿Sabía Ankara que la intentona llegaba? ¿Quién sabía qué? Desde la fundación de la república turca la existencia de las cofradías religiosas une dos aspectos; su clandestinidad en gran parte −forzada por la prohibición de muchas de ellas en las reformas de Atatürk− y el deseo de hacerse con el control del régimen estatal puesto que la ideología kemalista no era −o es− de su agrado.

Aparte, el concepto de takkiye (engaño legítimo para salvaguardar la religión islámica frente a sus enemigos) no ayuda a la transparencia.

Tanto es así que, por ejemplo, ex jefes de policía afines al sistema laico de Turquía creen que después del golpe y la neutralización del movimiento Gülen otras cofradías intentarán hacer lo mismo y será peor incluso puesto que no son “moderadas” en su discurso (prooccidental) como la de Gülen y sobre todo habrán aprendido “de los errores” gülenistas.

Que Gülen deseaba desde hace decenios el control del Estado turco es algo meridiano, por eso insistió tanto en la infiltración de sus diferentes tentáculos y nunca formó un partido político. Según un ex socio, hace 56 años, haciendo el servicio militar a los 21, Gülen ya fantaseaba con bombardear el Parlamento y el Alto Mando.

Hay numerosas sospechas de que algunos gülenistas sabían −también fuera del Ejército− que se estaba preparando una asonada. Pero también los no o ex gülenistas estaban al tanto: Nurettin Veren, un ex miembro (lo dejó en 2005 llevándose muchos secretos que ahora divulga) confesó en agosto en un programa de televisión que cinco meses antes, en marzo, había avisado al servicio de inteligencia turco (MIT) que se preparaba una asonada y dado asimismo 200 nombres de imanes golpistas.

A su vez, el MIT había comenzado precisamente en marzo una investigación exhaustiva a resultas de la cual el Alto Mando fue avisado de que, por ejemplo, un tercio de los coroneles y generales que esperaba una promoción el pasado agosto eran gülenistas.

Ankara sabía del peligro golpista de los gülenistas en el Ejército, contaba con muchos de sus nombres y a buen seguro intentaba seguirlos. Todo indica que se esperó a que se pusieran en evidencia, algo que facilitaría las purgas posteriores y planeadas de antemano.

De hecho, los golpes de Estado en Turquía tienen la tradición de comenzar de madrugada −así, cuando los ciudadanos se disponen a ir a sus trabajos todo está ya bajo control y ley marcial impuesta. También ese debía ser el caso el 16 julio pero el golpe tuvo que ser adelantado −de las tres de la madrugada de ese día a las 21 horas del anterior, puesto que el MIT ya había detectado, según coinciden varios medios, la tarde del 15 su preparación.

“Si me hubiera quedado 15 minutos más (en el hotel) me hubieran matado o secuestrado”, ha expresado Erdogan con sus propias palabras el peligro que corrió aquella noche. Supuestamente, se enteró muy tarde y a través de un familiar. Esta versión de los hechos se contradice con el acta de acusación contra los golpistas del fiscal de Esmirna Okan Bato basada en escuchas y que parte de que Erdogan ya sabía de la movilización pregolpe a las tres de la tarde del 15 de julio.