Trabajadores en un crematorio de Monrovia, Liberia. Zoom Dosso/AFP/Getty Images
Trabajadores en un crematorio de Monrovia, Liberia. Zoom Dosso/AFP/Getty Images

Cómo evitar que la próxima crisis sanitaria regional sea innecesariamente costosa y problemática. He aquí algunas lecciones aprendidas.

En el punto más álgido de la epidemia de ébola a mediados de 2014, se suscitó la preocupación de que en Guinea, Liberia y Sierra Leona pudiera hundirse por completo el orden social. La movilización internacional, especialmente después de que el 18 de septiembre el Consejo de Seguridad de la ONU declarara la epidemia “una amenaza a la paz y la seguridad”, trajo consigo una intervención a gran escala y un notable progreso. A la hora de explicar el drástico aumento de infecciones que empezó a producirse en marzo, los observadores señalan fundamentalmente a los débiles sistemas sanitarios, los limitados recursos, la movilidad de la población, el apoyo inadecuado y el hecho de que el virus fuera en gran medida desconocido en la región, pero la falta de confianza en el Estado, sus instituciones y sus líderes fue también un factor importante. Y la comunidad internacional tampoco está libre de reproche. Recurrió a evasivas y fundamentalmente se dedicó a ignorar las primeras advertenciasclaras hasta que se percibió que la amenaza adquiría una dimensión global. Y a menos que aprendamos las lecciones que se derivan de todas estas cuestiones, la próxima crisis sanitaria regional será tan innecesariamente costosa y problemática como lo fue la epidemia de ébola y planteará un similar riesgo a la estabilidad internacional.

El virus inicialmente se propagó descontroladamente no solo por la debilidad de la vigilancia epidemiológica y la inadecuada capacidad y respuesta del sistema sanitario, sino también porque la población era escéptica ante lo que sus gobiernos les decían o les pedían que hicieran. La falta de confianza en las intenciones del Estado, ya sea en forma de oportunismo político o corrupción, estaba basada en la experiencia. En su fase inicial, muchos habitantes de África Occidental pensaron que el ébola era una estratagema para atraer más fondos de ayuda o reforzar la posición de las élites que controlaban el país. Y cuando el virus demostró ser muy real, las maquinaciones y manipulaciones políticas obstaculizaron innecesariamente una respuesta rápida.

En un primer momento la información no se compartió y las advertencias no se difundieron de una manera lo suficientemente amplia. Los países dudaron a la hora de declarar el estado de emergencia por temor a crear el pánico o ahuyentar las oportunidades de negocio. Y una vez que lo hicieron, los gobiernos recurrieron al apoyo de sus servicios de seguridad -sus instituciones más capaces, que contaban además con apoyo internacional-  pero los tempranos toques de queda y las cuarentenas exacerbaron las tensiones y aislaron a personas cuya cooperación era necesaria para contener la epidemia. Los funcionarios de las capitales además ignoraron inicialmente a las autoridades locales, que en ocasiones estaban más familiarizadas con las costumbres tradicionales y eran mejor aceptadas por las comunidades (con la excepción de la región de Guinea Forestal, donde las autoridades locales no estaban más familiarizadas con las costumbres locales o gozaban de una mayor confianza que el gobierno nacional).

A pesar de las enormes inversiones en mantenimiento de la paz y construcción del Estado en Liberia y Sierra Leona durante la década anterior y de una significativa presencia de la ONU y de ONG, la región estaba deficientemente preparada para una crisis sanitaria de esa magnitud. Además, problemas más generales relacionados con la reconstrucción nacional, especialmente en esos dos países, combinados con la prioridad otorgada a enfermedades específicas como el VIH/sida y la malaria, contribuyeron a producir sectores sanitarios dirigidos a objetivos circunstanciales y descontextualizados que contaban con abundantes recursos para las enfermedades en su punto de mira pero que dejaban a los ministerios de Sanidad en general escasos de recursos y especialmente vulnerables a una emergencia sanitaria. Las organizaciones de ayuda humanitaria, con muchos mejores recursos que los ministerios locales, sin pretenderlo contribuyeron también a debilitar los intentos de ser autosuficientes.

Solo después de que la segunda oleada de casos de ébola amenazara la propia estabilidad de los países afectados comenzaron las autoridades a emprender acciones concertadas (con la ayuda de ONG, agencias internacionales sobre el terreno y donantes), empezando por implicar a los líderes de las comunidades. Especialmente en Liberia, fueron aprendiendo lentamente lo que no funcionaba y cómo comunicar mejor las precauciones apropiadas y los cambios culturales necesarios (por ejemplo, qué hacer con los familiares fallecidos) que finalmente contribuyeron a controlar la epidemia.

La reacción internacional fue igualmente problemática y justamente criticada como disfuncional e inadecuada por muchos observadores. Las primeras advertencias se ignoraron en gran medida hasta que empezaron a aflorar casos en Estados Unidos. La Organización Mundial de la Salud (OMS), que durante demasiado tiempo había estado esquivando declarar una emergencia sanitaria internacional, se demostró entonces incapaz de articular una respuesta efectiva. El Consejo de Seguridad se vio obligado a crear un nuevo organismo que amplificara y coordinara las operaciones -con resultados variables- la Misión de la ONU para la Respuesta de Emergencia al Ébola (UNMEER).

Por último, la intervención puede haber exacerbado algunos riesgos en países cuyos disfuncionales sistemas políticos no solo entorpecieron la respuesta sino que además plantearon importantes restricciones a la recuperación. El arsenal de medidas adicionales de salud pública para uso en una emergencia que han adquirido las élites gobernantes, como la prohibición de grandes congregaciones de personas, puede ser potencialmente usado de forma indebida para lograr beneficios políticos. Aunque el retorno al conflicto abierto en los países afectados por el ébola no es probable, hay ciertos temas que podrían provocar una agitación adicional, desde las restricciones de los movimientos de oposición al aumento de la marginación de la sociedad civil. Esto no presagia nada bueno no solo para la democracia, sino tampoco para la respuesta de la región a la próxima emergencia sanitaria.

Separar drásticamente las consideraciones políticas de la respuesta a las crisis de salud pública debería ser una prioridad. Esto exige transparencia por parte de gobiernos, grupos de oposición y organizaciones internacionales. Como primer paso, los todavía frágiles Estados de África Occidental necesitan aprender de las acciones tomadas contra el ébola y calmar sus temores, así como rendir cuentas sobre la utilización de los recursos que fueron destinados a la enfermedad. Los pasos hacia una mayor cooperación regional, en lo que respecta tanto a enfermedades transmisibles como a otras amenazas transnacionales, son al menos un avance positivo derivado de la crisis. Es igualmente necesario un apoyo internacional sostenido en el proceso de recuperación. Los donantes y quienes implementan las ayudas también deben aprender de sus fallos durante la respuesta al ébola. Puede que la epidemia no hubiera podido prevenirse, pero desde luego fue controlable en sus primeras fases. Evitar que se repita exige abordar los errores del pasado.