Las fuerzas en contra Gadafi son una extraña mezcla de combatientes de diversos tipos y tecnócratas desertores. Más que armas, lo que más necesitan es el apoyo moral de Occidente.

 

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Cuando uno le cuenta a la gente que se dedica profesionalmente a investigar sobre Libia, parece que sólo les interesa saber una cosa: "¿quiénes son los rebeldes libios?" Me lo han preguntado en cócteles, en el telesilla de la estación de esquí, en seminarios académicos e incluso me lo han preguntado periodistas occidentales destacados en Bengasi que han adoptado la halagadora costumbre de llamarme a través de Skype a cualquier hora del día y de la noche. A los estadounidenses parece fascinarles esta cuestión, quizá porque han oído proclamar a personalidades importantes como el secretario de Defensa, Robert Gates, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, y varios congresistas republicanos, que todavía no saben del todo quiénes son. Yo no acabo de creérmelo. Los políticos de Washington saben muy bien quiénes son los sublevados, pero fingen lo contrario para ocultar el hecho de que Estados Unidos no tiene todavía una política integral respecto a ellos.

Los rebeldes consisten en dos grupos diferentes: los combatientes y la dirección política.

Empecemos por los combatientes. En el prólogo al levantamiento libio, antes de mediados de febrero, casi todos los manifestantes pacíficos eran jóvenes inspirados por lo que estaban viendo en los países vecinos, Túnez y Egipto. A medida que la situación ha evolucionado, los elementos dispuestos a arriesgar su vida para apartar a Muamar el Gadafi del poder se han convertido en la personificación del espíritu y la legitimidad del movimiento rebelde. Estos luchadores son un grupo de hombres de todas las edades y con diversos grados de formación militar, que recorren el desierto costero oriental en camionetas. Seguramente habrán visto imágenes de ellos haciendo la V de la victoria mientras avanzan hacia el oeste y huyendo en columnas desorganizadas cuando tienen que retirarse hacia el este. Lo que quizá no sepan (a no ser que también a ustedes les despierten esas llamadas por Skype desde Ajdabiya) es que, en su gran mayoría, éstos no llegan nunca de verdad al frente y no aportan nada a la fuerza real de combate de los insurgentes. La poca organización que existe está sólo en las unidades, y eso no facilita la formación de una línea de batalla eficaz.

Las unidades con más nivel de organización son antiguos batallones del Ejército libio que estaban estacionados en la parte oriental del país, también denominada Cirenaica. Éstas, entre ellas las que dirige el antiguo ministro del Interior, Abdul Fattah Younis al Abidi, desertaron en masa a mediados de febrero pero conservaron su estructura organizativa. Sin embargo, por extraño que parezca, están bastante ausentes de la lucha. No está claro por qué.

Las siguientes unidades más organizadas son las formadas por los barbudos de tendencias islamistas. Sus miembros suelen ser de determinadas ciudades -sobre todo, Darnah- y responder a un mismo tipo: por ejemplo, hombres con formación universitaria y en paro. Algunos han asistido a seminarios salafistas; un grupo más pequeño se había entrenado en secreto en Libia. Un núcleo todavía menor luchó en Afganistán junto a Osama Bin Laden en los 80 y creó el Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL) al regresar a su país a principios de los 90. Su objetivo fundamental de era derrocar por la fuerza a Gadafi. Después de varios intentos de golpe frustrados a finales del siglo pasado, el Estado libio aplastó y cooptó el GICL durante sus primeros años. En el último lustro, antiguos líderes destacados dentro de sus filas han abjurado de sus antiguos vínculos con Al Qaeda y han desarrollado una teología islámica innovadora y antiextremista. Como explicaba en The Wall Street Journal Charles Levinson, que se ha entrevistado con antiguos dirigentes del Grupo en Darnah, "los líderes islamistas y sus seguidores representan una minoría relativamente pequeña dentro de la causa rebelde. Han obedecido a la dirección laica de la revuelta con pocas fricciones. Su disciplina y su experiencia de combate son muy necesarias visto el variopinto ejército del que disponen los rebeldes".

Aunque es probable que los islamistas duros sigan teniendo poca importancia política en el movimiento rebelde, no sería realista pensar que el islam no va a cumplir un papel destacado en Libia cuando se vaya Gadafi. Gran parte de la zona oriental del país es tradicional y conservadora desde el punto de vista religioso. La adhesión a la orden sufí Senussi sirvió a los cirenaicos de guía social, religiosa y política desde mediados del siglo XIX hasta 1969, cuando el mandatario la prohibió. El hecho de que éste excluyera de la política a todos los representantes de las tendencias musulmanas conservadoras, es precisamente la razón por la que a partir de ahora los grupos musulmanes deberán tener el puesto que les corresponde en la mesa.

El islam, en Libia, siempre ha servido para unir a grupos tribales, sociales y regionales diferentes. Cuando caiga Gadafi, si es que cae, es previsible que su rama más moderada sea un factor retórico fundamental tanto en el discurso popular como en la política. Eso no debe asustar a los observadores occidentales, porque la utilización de éste como elemento estabilizador y de unión será perjudicial para el reclutamiento de yihadistas.

En cualquier caso, ni los islamistas ni los desertores del Ejército constituyen el grueso de los combatientes rebeldes. La forma de organización que prevalece es la de unidades ad hoc: unos cuantos hermanos o amigos que pagan entre todos la gasolina y comparten varios fusiles, una bandera rebelde y una camioneta. De vez en cuando, aldeas enteras o subsecciones de tribus se unen a los sublevados como unidades semicoherentes. Pero ni siquiera entonces parece que los jefes del pueblo o los jeques tribales sean quienes dirigen y organizan la lucha. La dirección militar en el frente, si es que se puede llamar así, es completamente espontánea. A finales de marzo, por ejemplo, los altos jefes militares de Bengasi aconsejaron a los combatientes que no fueran más allá de Ajdabiya después de recuperarla debido a los ataques aéreos de la coalición. Los soldados no obedecieron las órdenes y tuvieron que huir en desbandada cuando Gadafi contraatacó.

Lo cierto es que es casi imposible imaginar que los revolucionarios puedan derrotar a Gadafi sólo a base de poder militar. Carecen de una cadena de mando real y de entrenamiento, por lo que no han aprendido todavía a emplear tácticas guerrilleras o de asedio ni maniobras militares coordinadas. Dotar a los insurgentes de armas y municiones más avanzadas no servirá para que se conviertan en una fuerza de combate más cohesionada. Sería útil entrenarlos, pero haría falta mucho tiempo.

El apoyo de la comunidad internacional debe ser sobre todo político, no militar

Lo mejor que puede pasarles es que el régimen se desmorone desde dentro, una perspectiva muy posible, porque las deserciones de personajes clave, las duras condiciones de vida en Trípoli bajo el asedio internacional y los errores diplomáticos de Gadafi están desmoralizando gradualmente a sus partidarios. Hasta ahora, el poder aéreo de la coalición ha contribuido de manera crucial a mantener a los sublevados con vida el tiempo suficiente como para que las fuerzas del tirano se autodestruyeran. Pero limitarse a evitar las matanzas y la derrota de los insurgentes no es suficiente. Ahora que la zona de exclusión aérea ha cumplido su función, es el momento de que la coalición haga varios cambios. Como dice Oliver Miles, antiguo embajador británico en Libia: "la escasa probabilidad de que los rebeldes puedan derrotar militarmente a Gadafi, incluso con más apoyo aéreo de la coalición y más armas, hace precisamente que la mejor ayuda que pueden dar los países occidentales y árabes a los rebeldes sea a través de la política, la diplomacia y la propaganda, unas herramientas que, manejadas de forma experta, pueden inclinar la balanza en contra de Gadafi".

Para ayudar verdaderamente a los líderes políticos sublevados es necesario comprender quiénes son y cómo comenzó el levantamiento libio. El 15 de febrero, los hombres de Gadafi detuvieron a Fathi Terbil, abogado y activista, por intentar organizar un "Día de la ira" para el 17, con el fin de conmemorar en Bengasi el quinto aniversario de las protestas contra las caricaturas danesas, en las que los servicios de seguridad del dictador habían matado al menos a 11 personas. Su detención provocó unas manifestaciones espontáneas y no violentas que fueron aplastadas por la fuerza. Entonces, a los jóvenes activistas empezaron a unirse abogados, jueces, cargos importantes locales y tecnócratas que quisieron oponerse a la represión con la que el mandatario estaba reaccionando ante las protestas. Muchos de ellos habían sido antes funcionarios o asesores del Gobierno, cada vez más desilusionados por el hecho de que la distensión entre Gadafi y Occidente no repercutiera en un cambio político genuino. El 27 de febrero, los más destacados se reunieron en Bengasi para formar el Consejo Nacional de Transición (CNT). Éste ha adquirido legitimidad a medida que en toda la parte oriental del país se han creado comités de base que han escogido a dirigentes locales que, a su vez, han dado su respaldo al Consejo (lo irónico es que este sistema se parece mucho a la ideología de la democracia directa de Gadafi, con su mandato de crear Congresos populares de base).

Es decir, lo que comenzó como una revuelta juvenil está ahora en manos de tecnócratas reformistas del régimen y diplomáticos desertores, que son los únicos grupos capaces de representar a los insurgentes ante el mundo exterior. La dirección del CNT tiene amplia experiencia de relación con los Estados occidentales y la comunidad económica internacional. Los demás miembros del Consejo fueron escogidos para representar a las distintas facciones de la oposición. Entre ellos hay parientes del antiguo rey de Libia, viejos amigos de Gadafi que están molestos por la lentitud de la reforma, musulmanes conservadores que se oponen a Al Qaeda, empresarios prooccidentales, tecnócratas con doctorados obtenidos en EE UU y representantes de las mujeres y los jóvenes.

Un posible fallo de la estructura política actual de los sublevados es el peso excesivo de los grupos cirenaicos, árabes y de élite. Si los insurgentes consiguen derrocar a Gadafi, sufrirán enormes presiones para incorporar a toda velocidad a nuevos actores del oeste del país, la diáspora libia y los grupos étnicos bereber, tuareg y tabu. Al mismo tiempo, tendrán que prestar atención a los problemas sociales y económicos que afectan a los jóvenes y los desempleados, y no sólo a los que interesan a los tecnócratas reformistas. Y es crucial tener en cuenta que, después de una hipotética victoria rebelde, los combatientes, predominantemente cirenaicos, proclamarán su papel como salvadores de Libia. Sería muy inoportuno que las potencias extranjeras tratasen de microgestionar o adelantarse a la delicada evolución de la estructura representativa en la nueva Libia.

A pesar de las informaciones de que la dirección del CNT puede estar envuelta en una serie de choques entre personalidades, yo conservo una esperanza razonable de que el Consejo logre incorporar a la mayoría de los elementos de la sociedad libia y las luchas internas y los sectarismos políticos se mantengan en niveles normales. Libia es una creación colonial artificial. Pero, a diferencia de otras entidades coloniales, no tiene las fisuras sociales ni los resentimientos históricos que han desembocado en violencia étnica y sectaria en países como Líbano, Irak y Afganistán. La idea de que, cuando se vaya Gadafi, puede estallar una guerra civil, es demasiado pesimista. Aunque resulte paradójico, como éste reprimió a tantos grupos sociales del país, excepto las tribus Gadhadhfa y Magarha, es previsible que todos los antiguos miembros de oposición logren un consenso para la construcción de la Libia post Gadafi.

Da la impresión de que los rebeldes están esforzándose en preparar el terreno para esta nueva Libia. Insisten en que poseen células secretas organizadas en el oeste del país, una afirmación creíble dada la clara impopularidad de Gadafi en ciudades como Misrata, Zintan y Zawiyah. Y, aunque los miembros de las tribus Magarha y Gadhadhfa seguramente se mantendrán leales a él y lucharán hasta el fin, otros pilares del régimen más urbanos y tecnocráticos se vendrán abajo si las potencias árabes y occidentales dan al CNT un apoyo más eficaz.

Ahora bien, ese apoyo debe ser sobre todo político, no militar. Los aliados árabes y occidentales están empezando a comprenderlo, pero se necesitan con urgencia medidas más complejas y de más nivel. Hay que aprovechar el valor propagandístico de desertores destacados como Moussa Koussa y pedirles que hablen en contra de Gadafi en la televisión árabe por satélite. Además, la coalición puede ayudar a los líderes rebeldes a propagar su causa a sus posibles camaradas en la parte oeste, controlada por el mandatario. Qatar ya ha creado un canal por satélite para los sublevados; debe haber más países que les ofrezcan apariciones en antena, dinero y más respaldo diplomático. El presidente francés, Nicolas Sarkozy -que ha reconocido al CNT como gobierno legítimo de Libia y parece el más comprometido de los dirigentes occidentales- podría invitar de nuevo a Mahmud Jibril, el ministro de Exteriores de los rebeldes en la práctica, y en esta ocasión recibirle en el palacio del Elíseo, lo cual le otorgaría prestigio internacional y una plataforma desde la que pedir más ayuda concreta.

Lo que derrotará definitivamente a Gadafi no es la potencia de fuego, sino la fuerza moral. Los combatientes constituyen el alma de la revuelta libia, pero nunca serán capaces de dirigirla. Un apoyo diplomático inteligente y un poco de buena suerte podrían muy bien crear un punto de inflexión en las próximas semanas o los próximos meses. Hasta entonces, la comunidad internacional no debe distraerse con otras crisis que puedan surgir en el mundo árabe ni por el hecho de que la situación sobre el terreno parezca estancada. El futuro de Libia depende de ello.

 

 

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