• Prospect,
    nº 95,
    febrero 2004, Londres

 

Las palabras pueden convertirse en bombas que provocan reacciones en cadena
mucho mayores de lo que sus autores pretendían. Basta leer el sesudo
artículo sobre inmigración y sociedad que ha provocado una espectacular
polémica en el Reino Unido. El texto apareció en Prospect,
una elegante revista dirigida a un público interesado por los asuntos
internacionales y abundante información cultural.

El director de Prospect, David Goodhart, hijo de un antiguo parlamentario
conservador y partidario del Nuevo Laborismo del primer ministro Tony Blair,
esboza un argumento relativamente sencillo. Afirma que existe una tensión
entre dos valores apreciados por los progresistas: la diversidad social y el
Estado de bienestar. Por un lado, se considera la diversidad social como algo
bueno, y una inmigración procedente de numerosas culturas, algo que debe
ser loado. Por el otro, sin embargo, sucede lo mismo con un Estado de bienestar
sólido, que supone un acuerdo social que exige un fuerte sentimiento
de solidaridad social.

Goodhart propone resolver este dilema mediante un manejo escrupuloso de la
inmigración, gracias al aumento de los controles fronterizos y la reducción
de la posibilidad de ser automáticamente beneficiario de las prestaciones
sociales, entre otros principios, algo que ya planteó el ministro de
Interior laborista, David Blunkett. El autor también insta a los políticos
de centro-izquierda a pecar de exceso de cautela en la cuestión de la
inmigración, y escribe cosas como "en el tema de la identidad,
se puede diferenciar una tercera vía que no es ni el asimilacionismo
coercitivo de la derecha nacionalista, que rechaza todo elemento de una cultura
extranjera, ni el multiculturalismo, que rechaza una cultura común".

Estas opiniones pueden no parecer particularmente explosivas. Pero se trata
de un tema tan delicado que Goodhart ha obtenido con su número de febrero
el mismo efecto que si lo hubiera sacado a los quioscos envuelto en dinamita.
Trevor Phillips, presidente de la Comisión para la Igualdad Racial, le
acusó de racismo de ricos. Prospect creó una sección
especial en su página web para hacer frente a las reacciones
y hubo miembros de la redacción que expresaron su desacuerdo con las
ideas de su director. "David [Goodhart] ha formulado mal el problema y
ha acabado por poner exageradamente el acento en la diferencia étnica",
amonestaba la subdirectora Allana Prevatt-Goldstein, quien proseguía
diciendo que "una revista como Prospect debería contribuir
a cambiar la percepción de la inmigración como un problema en
lugar de aparentar tolerarla".

Pero Goodhart hizo bien en meterse en la boca del lobo, aunque debería
haberse preparado para defenderse. Identificó un grave interrogante relativo
a una cuestión política que, aunque ya era importante antes del
11-S, se ha hecho peor desde entonces. Los demandantes de asilo, unos niveles
récord de inmigración y el miedo al terrorismo forman una combinación
potencialmente letal para las democracias europeas y será el centro-izquierda
el que más sufra sus efectos.

De hecho, este debate ya no se refiere a los problemas raciales tradicionales.
Los nuevos inmigrantes que llegan a Gran Bretaña proceden sobre todo
de los Balcanes y de países como Afganistán o Irak, y últimamente
el alarmismo de la prensa se ceba en el potencial flujo procedente de Europa
del Este. Lo que se discute en realidad es cuánta diferencia
puede soportar una sociedad antes de llegar a carecer de la uniformidad
que la mantiene unida.

¿Llegará el texto de Goodhart a afectar a la política
británica de inmigración a largo plazo? Es muy probable, sobre
todo si se tiene en cuenta su oportunidad. Su argumento ha ofrecido a una parte
del Partido Laborista unas ideas que, aunque razonables, habían permanecido
largo tiempo reprimidas en nombre de lo políticamente correcto.

Digan lo que digan sus críticos, Goodhart no ha hecho del racismo algo
respetable intelectualmente. Más bien ha tratado la cuestión de
la diversidad de un modo que permite hacer intelectualmente viable el consentimiento
de la sociedad a la reforma de la inmigración. Ha rendido, pues, al centro-izquierda
un noble servicio, aunque éste no parezca estarle muy agradecido.

ENSAYOS, ARGUMENTOS Y OPINIONES DE TODO EL PLANETA

Tim Hames

Prospect,
nº 95,
febrero 2004, Londres

Las palabras pueden convertirse en bombas que provocan reacciones en cadena
mucho mayores de lo que sus autores pretendían. Basta leer el sesudo
artículo sobre inmigración y sociedad que ha provocado una espectacular
polémica en el Reino Unido. El texto apareció en Prospect,
una elegante revista dirigida a un público interesado por los asuntos
internacionales y abundante información cultural.

El director de Prospect, David Goodhart, hijo de un antiguo parlamentario
conservador y partidario del Nuevo Laborismo del primer ministro Tony Blair,
esboza un argumento relativamente sencillo. Afirma que existe una tensión
entre dos valores apreciados por los progresistas: la diversidad social y el
Estado de bienestar. Por un lado, se considera la diversidad social como algo
bueno, y una inmigración procedente de numerosas culturas, algo que debe
ser loado. Por el otro, sin embargo, sucede lo mismo con un Estado de bienestar
sólido, que supone un acuerdo social que exige un fuerte sentimiento
de solidaridad social.

Goodhart propone resolver este dilema mediante un manejo escrupuloso de la
inmigración, gracias al aumento de los controles fronterizos y la reducción
de la posibilidad de ser automáticamente beneficiario de las prestaciones
sociales, entre otros principios, algo que ya planteó el ministro de
Interior laborista, David Blunkett. El autor también insta a los políticos
de centro-izquierda a pecar de exceso de cautela en la cuestión de la
inmigración, y escribe cosas como "en el tema de la identidad,
se puede diferenciar una tercera vía que no es ni el asimilacionismo
coercitivo de la derecha nacionalista, que rechaza todo elemento de una cultura
extranjera, ni el multiculturalismo, que rechaza una cultura común".

Estas opiniones pueden no parecer particularmente explosivas. Pero se trata
de un tema tan delicado que Goodhart ha obtenido con su número de febrero
el mismo efecto que si lo hubiera sacado a los quioscos envuelto en dinamita.
Trevor Phillips, presidente de la Comisión para la Igualdad Racial, le
acusó de racismo de ricos. Prospect creó una sección
especial en su página web para hacer frente a las reacciones
y hubo miembros de la redacción que expresaron su desacuerdo con las
ideas de su director. "David [Goodhart] ha formulado mal el problema y
ha acabado por poner exageradamente el acento en la diferencia étnica",
amonestaba la subdirectora Allana Prevatt-Goldstein, quien proseguía
diciendo que "una revista como Prospect debería contribuir
a cambiar la percepción de la inmigración como un problema en
lugar de aparentar tolerarla".

Pero Goodhart hizo bien en meterse en la boca del lobo, aunque debería
haberse preparado para defenderse. Identificó un grave interrogante relativo
a una cuestión política que, aunque ya era importante antes del
11-S, se ha hecho peor desde entonces. Los demandantes de asilo, unos niveles
récord de inmigración y el miedo al terrorismo forman una combinación
potencialmente letal para las democracias europeas y será el centro-izquierda
el que más sufra sus efectos.

De hecho, este debate ya no se refiere a los problemas raciales tradicionales.
Los nuevos inmigrantes que llegan a Gran Bretaña proceden sobre todo
de los Balcanes y de países como Afganistán o Irak, y últimamente
el alarmismo de la prensa se ceba en el potencial flujo procedente de Europa
del Este. Lo que se discute en realidad es cuánta diferencia
puede soportar una sociedad antes de llegar a carecer de la uniformidad
que la mantiene unida.

¿Llegará el texto de Goodhart a afectar a la política
británica de inmigración a largo plazo? Es muy probable, sobre
todo si se tiene en cuenta su oportunidad. Su argumento ha ofrecido a una parte
del Partido Laborista unas ideas que, aunque razonables, habían permanecido
largo tiempo reprimidas en nombre de lo políticamente correcto.

Digan lo que digan sus críticos, Goodhart no ha hecho del racismo algo
respetable intelectualmente. Más bien ha tratado la cuestión de
la diversidad de un modo que permite hacer intelectualmente viable el consentimiento
de la sociedad a la reforma de la inmigración. Ha rendido, pues, al centro-izquierda
un noble servicio, aunque éste no parezca estarle muy agradecido.

Tim Hames es subdirector, editorialista jefe
y columnista del periódico londinense The Times. Ha sido profesor de
Ciencias Políticas en la Universidad de Oxford.