AFP/Getty Images

Si se tiene en cuenta que todavía sufre las consecuencias de una guerra con Israel en 2006 que dejó como legado un precario equilibrio de poder entre los cristianos y los fundamentalistas islámicos, se puede decir que el país de los cedros está hoy más al borde del desastre que nunca.

En los próximos meses, se espera que un tribunal internacional formule cargos contra varios miembros de Hezbolá por el asesinato del ex primer ministro libanés Rafik Hariri, una medida que puede desatar luchas sectarias en todo el país. Sobre todo, los procesamientos podrían acabar con el frágil acuerdo de reparto de poder conseguido en Doha en 2008. De ser así, Líbano podría sufrir la vuelta a los asesinatos políticos, la guerra abierta entre distintos grupos o nuevos intentos del Partido de Dios de reafirmar su poder político y militar. No es imposible que ocurra alguna de estas cosas este año; de hecho, han ocurrido todas en el pasado reciente de Líbano. El hecho de que sea muy difícil imaginar tanto de qué manera puede mantenerse el statu quo actual como hacia dónde puede evolucionar es muy indicativo del grado de incertidumbre y fragilidad que aflige al país.

Además de su desintegración política interna, Líbano corre peligro de volver a enfrentarse en una guerra con Israel. Casi cinco años después del conflicto armado de 2006, las relaciones entre los dos países atraviesan una fase excepcionalmente tranquila pero, al mismo tiempo, muy peligrosa, las dos cosas por el mismo motivo: a ambos lados de la frontera norte de Israel, la acumulación de efectivos militares y las amenazas de una guerra abierta que no respetaría ni a la población ni las infraestructuras civiles  y que podría acabar extendiéndose a toda la región, ha tenido un efecto disuasorio para todas las partes. Hoy, nadie puede pensar seriamente en la perspectiva de un conflicto que tendría un coste mayor, sería más difícil de contener y tendría un resultado menos predecible que ningún otro de los que se han vivido en el pasado.

Pero eso no es más que la parte positiva. Bajo la superficie, las tensiones aumentan sin que exista ninguna válvula de seguridad visible. El régimen de disuasión ha ayudado a mantener la paz, pero el proceso que contribuye a perpetuar -el refuerzo constante de los preparativos militares, el arsenal cada vez mayor y más sofisticado de Hezbolá y la escalada de las amenazas israelíes- tiende a producir el efecto contrario y podría desencadenar precisamente la situación que se ha conseguido evitar hasta ahora.