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Hace cuatro años que el presidente mexicano, Felipe Calderón, declaró la guerra contra los narcotraficantes del país. En ese periodo, 30.000 personas han sido víctimas del conflicto, muchas de ellas en la frontera con Estados Unidos, en gran parte como consecuencia de las luchas internas entre bandas rivales para controlar los pasillos de la droga. Hoy, Ciudad Juárez, una urbe fronteriza próxima a Texas, compite con Caracas por el título de ciudad con más muertes del mundo. En los últimos 12 meses, la violencia se ha extendido a centros culturales y económicos del país que antes se consideraban inmunes a la penetración de la droga. Por el norte, las rutas del crimen organizado mexicano llegan ya a casi todas las áreas metropolitanas de Estados Unidos.

En resumen, pese al paquete de ayuda de 400 millones de dólares (unos 300 millones de euros)  anuales de EE UU y los grandes aumentos de los fondos para el Ejército, no está nada claro que el gobierno de México esté ganando -o pueda ganar- esta batalla.

En especial durante el último año, se ha criticado a Calderón por su forma de llevar a cabo la guerra contra el narco. No sólo es difícil ver un claro progreso, sino que, para muchos, la vida ha sufrido un deterioro visible desde que comenzaron las operaciones. En los últimos cuatro años han muerto 20 veces más mexicanos que estadounidenses en toda la guerra de Afganistán. Han sido asesinados dos candidatos a gobernadores y 11 alcaldes. La prensa sufre cada vez más presiones para ejercer la autocensura. Un periódico de Ciudad Juárez llegó a pedir, en una carta abierta a los cárteles, qué estaba autorizado a publicar.

Para “ganar” sería necesario examinar y reformar el Ejército y la policía, que han sido objeto de acusaciones creíbles de cometer abusos en la lucha contra las bandas. Asimismo hay que reforzar el sistema judicial para someter a los culpables a un juicio justo. Y, por supuesto, hay muchas cosas que dependen del vecino del norte: Estados Unidos sigue siendo el mayor mercado de la droga en el mundo y, mientras sus consumidores demanden el producto, los cárteles seguirán suministrándolo.