El 2010 fue uno de los más difíciles para este país africano: el presidente de Nigeria desapareció por motivos médicos -y luego falleció-, cientos de personas murieron por la violencia sectaria entre musulmanes y cristianos en la región central del país, y la amnistía rebelde en la región petrolífera del Delta del Níger se rompió, produciéndose una serie de atentados y secuestros.

Y no parece que 2011 vaya a ser mejor para el país más poblado de África. Está previsto que se celebren elecciones presidenciales en primavera; las últimas, en 2007, dejaron asombrados a los observadores internacionales que vieron las flagrantes intimidaciones y manipulaciones de urnas. Votar en Nigeria nunca ha sido fácil, y, a pesar de las promesas de reformar el sistema electoral, las viejas costumbres de intimidar y comprar votos se resisten a desaparecer. Asimismo, una vez celebrados los comicios, es muy posible que haya disturbios, sobre todo si alguna región y algún grupo concretos quedan insatisfechos con el resultado. Las numerosas zonas de Nigeria -norte, sur, oeste, este y todo lo demás- necesitan tener representantes en puestos de poder para que repartan ayudas y favores, de modo que lo que está en juego es muchísimo.

Sea quien sea el nuevo presidente, se encontrará con varias tareas urgentes. La rebelión en el Delta del Níger está reavivándose, y los guerrilleros prometen seguir atacando instalaciones petroleras y oficinas del Gobierno. La comisión anticorrupción ha perdido la eficacia que antes tenía. Y todo el país está dominado por enormes desigualdades económicas: la riqueza del crudo está en manos de unos pocos, mientras la mayoría de los 140 millones de habitantes vive en la pobreza.