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Cuesta recordar un periodo en el que Pakistán no pareciera estar al borde del abismo. Este año no va a ser ninguna excepción. El país afronta una crisis humana en su parte central, donde las inundaciones han desplazado a 10 millones de personas, la amenaza contra la seguridad que representan los grupos terroristas que actúan en suelo paquistaní, y la inestabilidad política de un gobierno débil que todavía trata de ejercer el control civil sobre un Ejército todopoderoso.

La prioridad más inmediata es ayudar a los millones de personas que aún se encuentran desplazados tras las inundaciones en las zonas rurales del país. A las ciudades tampoco les vendría mal un poco de atención; en 2010 se produjo el mayor aumento de los atentados terroristas urbanos desde que comenzó la guerra en el vecino Afganistán. Los grupos rebeldes y terroristas, además de tener bastiones en el cinturón tribal del noroeste que limita con Afganistán, cuentan con ellos también en centros urbanos como Islamabad, Karachi, Quetta y Lahore. Sin embargo, a pesar de la oleada de ataques en su territorio, Pakistán parece reacio a enfrentarse con toda la fuerza necesaria a los insurgentes. Hasta ahora, las operaciones militares contra los grupos terroristas han oscilado entre los extremos: o una fuerza excesiva y caprichosa, o acuerdos de paz poco pensados. Además, el sistema de justicia penal ha fracasado por completo en el intento de adelantarse a los combatientes, investigarlos y condenarlos. Es muy posible que la violencia vuelva a dispararse en 2011.

Mientras tanto, en Islamabad, el gobierno del presidente Asif Ali Zardari es cada vez más débil e impopular, asolado por la corrupción y la incapacidad de seguir controlando a los jefes militares.  El control civil de la política de seguridad nacional, tanto dentro como fuera de sus fronteras, podría ayudar a volver a encerrar al genio criminal en la lámpara. Una dirección civil más fuerte de las prioridades humanitarias serviría también para impedir que los millones de personas que viven en las regiones devastadas por las inmensas inundaciones del monzón de 2010 -en las conflictivas zonas de la provincia de Khyber Pakhtunkhwa y en el corazón de Pakistán- se conviertan en blanco fácil para los grupos combatientes. Sin embargo, los choques entre el aparato judicial y Zardari y la tendencia del Ejército a desestabilizar los gobiernos elegidos pueden hacer que la transición democrática se tambalee e incluso fracase, con graves consecuencias para el ya frágil Estado.