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Durante los próximos 12 meses, habrá que observar al presidente venezolano, Hugo Chávez, mientras lleva hasta el extremo su variante de socialismo del siglo XXI. Después de haber perdido la mayoría en al Parlamento en septiembre, Chávez ha estado trabajando para asegurarse de que la nueva legislatura dominada por la oposición sea irrelevante. El presidente ha consolidado su control del Ejército y la policía, ha nacionalizado más empresas privadas y ha conseguido que la Asamblea Nacional saliente, progubernamental, le concediera poderes provisionales para “gobernar por decreto”.

La maniobra de Chávez para acaparar más poder llega en un momento en el que los problemas económicos, sociales y de seguridad el país van en aumento. La violencia se ha disparado en las áreas urbanas; en 2009 hubo alrededor de 19.000 homicidios, en una población de 28 millones. En los últimos años, Venezuela se ha convertido en un importante pasillo para el narcotráfico y acoge a diversos cárteles, tanto nacionales como extranjeros. También se ha acusado a las fuerzas de seguridad del Estado de participar en actividades criminales. Mientras tanto, Chávez ha empeorado -en lugar de suavizar- la situación con una retórica feroz y sectaria que parece incitar a la represión violenta de la oposición. El mensaje tiene su público; las bandas callejeras aliadas del Gobierno en Caracas están dispuestas a defender la revolución del presidente con sus Kalashnikovs.