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Conviene no perderlo de vista en 2011, para ver cómo el gobierno de unidad del país -que agrupa al presidente Robert Mugabe y al líder de la oposición, el primer ministro Morgan Tsvangirai, merece su nombre conciliador cada día menos. ¿Cuál será el momento más delicado? Las elecciones. Ambos desean celebrarlas, pero no están de acuerdo en qué debe someterse a la decisión de los ciudadanos.

Era evidente que nunca iban a llevarse bien. Desde que los dos se aliaron en febrero de 2009, tras los comicios de 2008 que ganó Tsvangirai (pero que su rival se negó a reconocer), Mugabe ha continuado monopolizando las auténticas palancas del poder. Pese a las protestas del primero, es el presidente quien sigue controlando el Ejército, las fuerzas de seguridad y todas las funciones estatales que generan ingresos.

El otoño pasado, Mugabe declaró que quería que el Gobierno de unidad llegara a su fin en 2011. Pretende celebrar elecciones a mediados de año, y su partido, ZANU-PF, ha dejado entrever que empleará las mismas tácticas de coacción usadas en otros comicios para garantizar la victoria de Mugabe. La idea que tiene Tsvangirai sobre la cita en las urnas de 2011 es muy distinta: quiere que se apruebe una nueva constitución.

La disputa por las elecciones ha hecho que la tregua teórica de dos años entre ambos esté al borde del fracaso. Es posible que en torno a los comicios estalle la violencia abierta, salvo si los mediadores regionales e internacionales negocian un compromiso y ejercen auténtica presión sobre Mugabe para que respete las reglas.