
Las atrocidades vividas por los refugiados y migrantes en los países de origen y en los de tránsito pasan una dolorosa factura: desde la depresión y el estrés postraumático hasta ataques de ira e intentos de suicidio. Por el momento, pocos son los centros y organizaciones en Europa que consiguen atender a tiempo, y de modo adecuado, los daños mentales de quienes huyen de la violencia.
No pueden dormir interrumpidamente. Narran flashbacks, que a veces también ocurren de día. Algunos se sienten perseguidos, incluso víctimas de complots inexistentes. Sufren de ansiedad, depresión leve o estrés. Otros padecen apatía y cansancio crónico. No se fían. Manifiestan síntomas somáticos, como hinchazones en la piel, dolores de cabeza y de estómago. Cuando no pueden más, tienen explosiones de rabia incontrolada que, en la gran mayoría de los casos, acaban con actos de autolesión, es decir, contra ellos mismos. Los hay que han intentado suicidarse. El anhelo de la soñada Europa, en parte frustrado, su difícil fuga de guerras y persecuciones, y las condiciones de llegada al viejo continente, influyen. Las atrocidades que han experimentado, o a las que han asistido en sus países de origen o de tránsito, también. Son los inmigrantes y refugiados con trastornos mentales, un colectivo que, en los últimos años, ha ido en aumento en Europa, donde muchos, demasiados, no reciben una atención médica adecuada, pues todavía el debate está verde y los recursos de personal −tanto operadores como investigadores− y los fondos económicos escasean.
El fenómeno sigue unos patrones similares en los principales países europeos en primera línea en la recepción de migrantes y refugiados. A causa de la prolongación de los conflictos bélicos en el norte de África −en particular, en Libia− y en Oriente Medio −Siria, Irak y Afganistán−, y de la amplificación del fenómeno de las redes que se lucran con el tráfico de personas, los inmigrantes y refugiados llegan cada vez más traumatizados. En los países de origen sufren las lacras de guerras −incluyendo torturas y violencias sexuales reiteradas−, mientras que en los de tránsito −donde se sufre de hacinamiento en campos de refugiados o incluso esclavización, como el caso libio− son víctimas vulnerables de las redes de tráfico.
Aunque no hay un consenso definitivo sobre los aspectos más específicos de un fenómeno aún en curso, lo que sí ha detectado la mayoría de los expertos europeos es que una de las patologías más recurrentes entre los afectados es precisamente el trastorno de estrés postraumático, así como la manifestación de síntomas relacionados con la depresión. Así lo ha reconocido también un análisis, de 2015 elaborado por la Cámara Federal de Psicoterapeutas de Alemania: “entre el 40% y el 50% de los que llegan a Alemania sufre de trastorno de estrés postraumático, la mitad de los cuales también padece de depresión”. “De acuerdo con cifras recogidas en el centro de detención de Ragusa, en Sicilia, el 60% ...
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