Con la economía de su país hecha trizas por la crisis financiera, los islandeses están recurriendo a métodos extraños para reformar su Gobierno.

 

Me encuentro en una enorme sala que parece más un salón de bodas que un local para celebrar cumbres de ámbito nacional, con un escenario, una mesa de buffet y 1.500 islandeses sentados en torno a mesas redondas y hablando excitados. Los asistentes se denominan a sí mismos "hormigas", y en los distintivos que llevamos no figuran más que nuestros nombres de pila. Por surrealista que parezca el acto, los islandeses están convencidos de que es la única forma de enderezar su atribulada economía. En esta pequeña y aislada nación isleña, mientras crecen las crisis políticas, las soluciones a los problemas económicos vienen de direcciones inesperadas.

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Manifestación contra el Gobierno en las calles de Reikiavik cuando estalló la crisis económica.

Hace más o menos un año, días después de que la quiebra de los tres bancos principales de Islandia hiciera entrar al país en bancarrota, los islandeses llevaron a cabo una manifestación pacífica para pedir la dimisión del entonces presidente de la junta de gobernadores del banco central del país, David Oddsson. A principios de 2009, mientras las protestas aumentaban de tamaño y a veces se volvían violentas, cayó el Gobierno.

Ahora, la situación política se ha estabilizado, pero los islandeses siguen mirando con escepticismo el Ejecutivo actual y la economía no se ha recuperado. El paro ha alcanzado el 8%, una cifra alarmante en un Estado de 300.000 habitantes en el que, antes de la crisis, la tasa era del 1%.

Mientras tanto, el país intenta pagar como sea la deuda que contrajo el año pasado durante las quiebras de los bancos. En diciembre, el Parlamento aprobó por escaso margen un proyecto de ley para devolver a Reino Unido y Holanda más de 5.000 millones de dólares (unos 3.500 millones de euros) por las pérdidas que los inversores de dichos países sufrieron en la crisis de Islandia. Pero el proyecto de ley es muy impopular por la carga que supone para los contribuyentes, a quienes no les gusta tener que pagar los errores de unas empresas financieras privadas supervisadas por reguladores de otro país. El presidente Olafur Grimsson lo vetó el 5 de enero y, con ello, volvió a crear el caos en el Gobierno. Grimsson dice que deberían someter la ley a referéndum, pero los partidarios de ella temen que, si fracasa, corran peligro los 10.000 millones de dólares de ayuda prometidos por el FMI al país tras las bancarrotas y las posibilidades de Islandia de entrar en la Unión Europea.

Como reacción frente a estas crisis, en Reikiavik ha surgido una especie de movimiento económico de base en el que los ciudadanos intentan ofrecer soluciones por y para el pueblo. Una de las organizaciones que tiene la iniciativa es la Casa de las Ideas, una mezcla de think tank y oficina creada por Gudjon Gudjonsson, empresario del sector de las telecomunicaciones y profesor de empresa en la Universidad de Reikiavik. Poco después de la quiebra, la Casa de las Ideas, bajo el patrocinio de la universidad y de la Academia de las Artes de Islandia, empezó a proporcionar a los empresarios creativos espacios gratuitos para construir ideas de negocio.

La “Asamblea Nacional” en la que me encuentro es resultado del crisol intelectual del Ministerio de las Ideas, que está situado en la Casa de las Ideas. Este experimento de toma colectiva de decisiones reúne a 1.500 islandeses, en su mayoría escogidos al azar del Registro Nacional de Islandia, para pensar formas de reconstruir la economía y los valores del país. En cualquier otro sitio, el plan se consideraría una locura; en Islandia, donde los participantes constituyen un respetable 0,5% de la población, tiene cierta lógica. En julio, un grupo de voluntarios de a Casa de las Ideas se unió con otras organizaciones de base para empezar a elaborar el manifiesto de la Asamblea Nacional.

Gudjonsson explica su iniciativa como un intento de desarrollar un plan empresarial para Islandia. “El país puede comportarse como una empresa en el sentido de que comparte unos valores y una visión comunes”, dice. “La población de Islandia tiene el tamaño de General Electric. La oportunidad que tenemos es la de ser el modelo de una nueva forma de democracia”. Quiere que los islandeses contribuyan a la solución, en vez de quedarse pasivamente a merced de las instituciones financieras que destruyeron la economía.

El paro ha alcanzado el 8%, una cifra alarmante en un Estado de 300.000 habitantes

Gudjonsson me ha enviado el manifiesto de la Asamblea Nacional, que llama a los voluntarios de la asamblea el “hormiguero” y define su misión como la búsqueda de “un tipo único de democracia surgida de las multitudes”. El objetivo, dice el manifiesto, es “aprovechar la sabiduría y  la conciencia colectivas de la población islandesa, que permanecen ocultas para cada individuo aislado”.

Una de las hormigas fundadoras de la Asamblea Nacional me cuenta que el apodo del "Hormiguero" tuvo su inspiración en que las hormigas perciben de forma intuitiva las amenazas y son capaces de trasladar su sociedad hasta lugar seguro; cada una de ellas es una parte del conjunto tan importante como las demás. Entre las hormigas originales del Hormiguero de la Asamblea Nacional se encuentran la ministra de Medio Ambiente de Islandia y la cantante Björk, que ayudó a formular la idea, pero no puede asistir a ella.

Las hormigas se iban a encontrar por fin el 14 de noviembre, con la reunión de unos 1.200 islandeses seleccionados al azar y 300 líderes influyentes, entre los que había personajes políticos pasados y actuales, en el estadio deportivo de Reikiavik, Laugardalsholl.

El vestíbulo principal de Laugardalsholl está lleno de pantallas de vídeo y globos. Los participantes empiezan a congregarse en torno a sus mesas: siete rondas de discusión que permiten debatir temas fundamentales para la salud nacional. Cada persona escribe unas palabras en cada ronda y cada mesa se pone de acuerdo en una frase durante cada ronda. Después se computan los datos de toda la asamblea para publicarlos en una página web, que emite en directo un vídeo de la reunión y muestra las nubes de palabras en las pantallas de vídeo durante la Asamblea. Las respuestas más populares son las palabras que más ocupan en la nube.

A las 10 de la mañana, 1.500 islandeses -jóvenes y viejos, hombres y mujeres- están sentados en las mesas asignadas. Participan también la alcaldesa de Reikiavik, Hanna Birna Kristjansdottir, el líder del derrotado Partido de la Independencia, Bjarni Benediktsson, y el ministro de Finanzas, Steingrimur Sigfusson. Trabajan con ciudadanos corrientes, desde una chica de 18 años con el cabello rosa hasta un pescador de 100 años. Durante las discusiones, casi no se oyen ruidos en la sala. “Es una tarea difícil pero importante”, dice una hormiga durante una pausa.

A la hora de comer, se forma la primera nube de palabras en las pantallas: Heidarleiki, es decir, honradez e integridad, es la número uno. La sala estalla en aplausos. Igualdad de derechos, respeto y justicia empatan en segundo lugar. Siguen amor, responsabilidad, libertad, sostenibilidad, democracia, familia, igualdad y confianza. También son populares palabras como “transparencia” y “educación”.

Al final del día, los participantes rellenan unas tarjetas con sugerencias para mejorar el futuro de Islandia. Luego las meten en una caja junto al escenario. Abundan las sonrisas. Un hombre llamado Helgi me dice lo que ha escrito: quiere que haya variedad de trabajos al alcance de todos y programas para enseñar a los jóvenes a formar una sociedad mejor.

Durante la siguiente fase, proyectada por el manifiesto de la Asamblea Nacional, el Hormiguero pondrá en práctica un plan de acción para este año. Diez días después, Iceland Review, una revista de Reikiavik en lengua inglesa, y el diario islandés Morgunbladid informan de la formación de una sociedad entre el Hormiguero y un grupo de trabajo nombrado por el Gobierno para la planificación estratégica con el fin de “incorporar las conclusiones de la Asamblea Nacional a los planes del grupo de trabajo”. Los resultados de la Asamblea Nacional -unas palabras sencillas que definen los valores y las necesidades económicas de un país- pueden parecer pura retórica y, después de la corrupción y la complicidad con el Gobierno y sus antiguos bancos, no es extraño que todos los islandeses coincidan en palabras como "honradez" e "integridad". No obstante, salga lo que salga de aquí, las hormigas islandesas han reaccionado ante los temibles retos a los que se enfrentan empezando a construir una solución que podrá llevar de verdad el sello de “Made in Iceland”.