El movimiento turco conocido como Gezi se transforma paulatinamente y mantiene vivo su espíritu a través de diferentes iniciativas. ¿Cuáles son?  

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OZAN KOSE/AFP/Getty Images
Manifestantes en la plaza Taksim.

 

Cuando este sábado por la noche Estambul perdía su quinta posibilidad de hacerse con los Juegos Olímpicos un hombre airado en la capital del país, Ankara, se desahogaba a través de la red social Twitter. Y lanzaba el dedo acusador. “Traidores de Gezi, (…) Estad orgullosos de haber dañado la imagen de nuestro país”, aseveraba Melih Gökcek, alcalde de la capital turca.

Al día siguiente el rotativo Akşam amanecía con el titular Los saqueadores están contentos. El parque Gezi, evacuado y acordonado a continuación por la policía el sábado olímpico, se hizo celebre en junio debido a unas protestas que fueron conocidas internacionalmente. El sustantivo çapulcu (saqueador) se utiliza en Turquía para designar a los manifestantes que sobre todo en aquellos días llevaron al Gobierno de Ankara a su peor crisis en diez años.

Los disturbios de aquellas jornadas marcadas por el agua a presión y el gas arrojaron un balance de 6 muertos, 7.822 heridos, 3.244 arrestados y 6 encarcelados, según un estudio con la firma del principal partido de la oposición, el kemalista Republicano del Pueblo (CHP).

Después  de la revuelta, llegó la resaca. Vino en forma de sesudos análisis pero también de recopilación de las mejores imágenes y grafitis de las protestas. Las librerías centrales de Estambul, las más visitadas, están llenas ahora de libros y monográficos que recogen la historia reciente de las manifestaciones. También varias revistas especializadas dedican monográficos al tema, por no mencionar exposiciones con artefactos culturales dedicados al Gezi ruhunu (espíritu de Gezi) e incluso una pieza de teatro. Pero ahora ha llegado el momento de trabajar lo vivido para los integrantes de la revuelta. De buscar también las armas conceptuales para poder transformarse con éxito. Parece que, al menos como fenómeno cultural, las protestas turcas han llegado para quedarse.

El movimiento Gezi se reinventa

A pesar de los meses de canícula que siguieron a junio las protestas, aún en menor grado, continúan. Que se lo digan a los habituales de la Mis Sokak (Calle del Almizcle), muy cerca de la plaza Taksim, lindante con el parque Gezi. Una de las zonas con más solera a la hora de salir y beber unas cervezas en el centro de Estambul, geografía de bares y tiendas. Pero donde, las pasadas semanas se ha convertido en un lugar habitual, sobre todo los fines de semana, de abusos verbales, detenidos, cargas con gas y agua a presión.

En realidad ya en junio, cuando las movilizaciones antigubernamentales se extendieron por prácticamente todo el país se supo que las protestas contra la deriva autoritaria en Ankara iban a continuar. Más aún: gracias a las redes sociales, “la mayor amenaza para nuestra sociedad” (en palabras del primer ministro Recep T. Erdogan), hoy en día está demostrado que una causa de relevancia tendrá su pronta respuesta en la calle sobre todo gracias a Twitter.

Al mismo tiempo, también otra forma de democracia de base está calando entre la juventud: principalmente en parques distribuidos por Estambul pero también por otras ciudades y de forma asidua, los indignados turcos dialogan e intentan llegar a acuerdos e iniciativas para hacer avanzar al “espíritu de Gezi”.

Una gigante señal de paz

“La guerra nunca es algo bueno. Para el capital el complejo militar-industrial se sitúa como tercero en cuanto a rentabilidad. (….) Pero la vida no está hecha para morir, sino para vivirla”. Son palabras del escultor y pintor de 37 años Talat Dogan.

Dogan llevaba el 1 de septiembre una bandera con los colores del arcoíris en Kadiköy, parte asiática de Estambul. Venía de una manifestación con reivindicaciones pro kurdas. Tradicionalmente esos colores han sido símbolo de la paz. Aquel día, en concreto, se celebraba el día mundial de la Paz y el parque Gezi que está en el centro de la ciudad, estaba cerrado y acordonado por la policía, que no dejaba que nadie se aproximara al recinto.

Cientos de personas, la mayor parte participantes directa o indirectamente en la sublevación de Gezi, formaban largas cadenas humanas para reivindicar la paz en diferentes lugares de Estambul. Recreaban así, distribuidos en ambas orillas, una gigantesca señal de la paz. Sobre todo deseaban detener de este modo la ya planeada intervención militar aliada en el país vecino, Siria.
“El Gobierno actual está exigiendo la guerra (…) Tengo miedo de qué tipo de Turquía va a venir pero antes veía la televisión y solía tolerar la situación. Y ahora ya no puedo”, añadía Dogan.

No es ningún secreto en el país que Ankara está apoyando en Siria al grupo yihadista Al Nusra. La necesidad de profesionalización de la oposición armada al régimen de Bashar al Assad si se desea derrocarlo ha llevado a Turquía, miembro de la OTAN, a apoyar a una organización cercana a Al Quaeda. Previsiblemente, a medida que la operación bélica tome su curso el movimiento Gezi se transformará más y más en uno antibélico.

La mujer embarazada como sujeto revolucionario

El modus operandi siempre es el mismo: convocados por las redes sociales -en especial Twitter- los jóvenes turcos abrazan de forma espontánea diversas formas de direniş (resistencia). El hashtag de Twitter siempre está acompañado por el imperativo diren (¡resiste!).

Un ejemplo: diren hamile! (¡resiste, embarazada!). A finales de julio, en plena canícula y celebración del Ramadán, las calles de Estambul y Ankara llegaron a conocer al que podría ser un nuevo sujeto revolucionario: la mujer embarazada. Por unos días, decenas de ellas, acompañadas por otras féminas con cojines y almohadas bajo las camisetas y algunos pocos hombres que lucían una falsa barriga, se sumaron a varias protestas para defender lo que consideran algo inviolable: su derecho, aún en avanzado estado de gestación, de poder mostrarse en la calle.
Varias pancartas rezaban: “embarazada, embarazada, paseamos”, “salir a la calle embarazada es de mal gusto: la agresión no es incómoda”, “tu lengua, tu mano, sácala de mi cuerpo” y, sobre todo, “resiste, embarazada”.

Pero, ¿a qué venía la movilización? La polémica comenzó con unos comentarios fuera de lugar. Y de época, seguramente, también. En un programa de la cadena estatal TRT dedicado a la observación de las tradiciones de la fiesta del Ramadán un abogado de nombre Ömer Tugrul Inancer calificó como “antiestético” la visión de mujeres embarazadas “a partir del séptimo u octavo mes (de gestación)”.

En esta línea, su presencia visible en las calles fue calificada de forma vehemente por Inancer como “vergonzosa” e “inmoral”. Por ello las mujeres a partir del tercer trimestre tan solo deberían abandonar la casa para meterse en el coche y estando acompañadas por su marido. Inancer, cuyas palabras fueron celebradas por el presentador del programa con abundantes sonrisas, es un invitado habitual en los programas de corte religioso donde se le presenta como “pensador”. Es en todo caso autor de varios libros sobre todo acerca del misticismo sufí. De inmediato, aún en el mismo día de emisión, los comentarios en la Red no cesaron. Y al poco llegaron las protestas a la calle.

Escaleras que resisten

Curiosamente, los colores del arcoíris que llevaba Talat Dogan por bandera han supuesto también la continuidad del fenómeno conocido como “espíritu de Gezi”. Bien presentes en las manifestaciones de aquellos días como acreditan varios vídeoslos colores han vuelto con fuerza estas semanas. Todo empezó con la idea del ya jubilado ingeniero de montes y caminos Hüseyin Çetinel. Para revitalizar la clientela de su café-restaurante al pie de unas escaleras en Findikli, centro de Estambul, pintaría los peldaños de la escalinata con los colores del arcoíris.

Al poco, los trabajadores de la municipalidad la volvieron a pintar de gris, que es conocido en Turquía popularmente como color del Estado turco puesto que predomina en la capital, Ankara. Debido a la presión social la municipalidad tuvo que volver a pintarla de colores. Así y sin darse cuenta Çetinel se convirtió en un héroe de la comunidad LGBT (gays, lesbianas, bisexuales y transexuales) en Turquía porque utilizan sus mismos colores como bandera. Ahora la escalera es un atractivo para recién casados, turistas y locales. Y varias ciudades turcas tan distintas como Batman y Esmirna han empezado también a pintar sus escalinatas en señal de apoyo a la iniciativa.

 

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