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Cubanos en La Habana durante la pandemia, 2021. Sven Creutzmann/Mambo photo/Getty Images

He aquí los factores tras las protestas en el país y los desafíos por delante no solo para Cuba, sino para Estados Unidos y la UE respecto a sus políticas hacia la isla.

Para explicar las protestas en Cuba empecemos por lo que es conocido: la economía y la pandemia de la Covid-19. Los cubanos que salen a las calles no son distintos a los ciudadanos de otros países latinoamericanos. Están asustados y hambrientos por la subida de los precios y la carencia de alimentos, se sienten ansiosos y angustiados por la incertidumbre sobre cuándo terminará la crisis sanitaria. Lo sorprendente es que no se haya roto el cántaro después de tantos meses llevándolo a la fuente.

 

Las raíces de la crisis

En el caso de la economía, la isla ya venía renqueando por décadas con una crisis estructural del modelo estatista, remendado de vez en cuando con algunas aperturas al mercado que, en ausencia de una reforma abarcadora, solo producían reanimaciones parciales. Esos cambios segmentados demandaban más reformas que el Gobierno cubano trataba con una lentitud del que tiene todo el tiempo del mundo. La reunificación monetaria y cambiaria, proclamada como necesaria desde finales de los 90, no ocurrió hasta 2020, en el peor momento, en medio de la pandemia.

Con esa cojera de reforma parcial desarticulada, responsabilidad fundamentalmente del Gobierno, recibió la isla a la Covid-19. El país importa hoy más del 70% de los alimentos que consume la población. Tal dinámica importadora no es nueva en la historia económica de la isla, pero se agudizó por decisiones de las últimas dos décadas. Al desmantelamiento de gran parte de la industria azucarera, ya de por sí bastante maltrecha en 2003, se agregó el abandono de la mayoría de las tierras arables. Desde 2011, el partido-estado proclamó en sus lineamientos la centralidad de reanimar la agricultura con el fin de sustituir con producción nacional la importación masiva de alimentos, pero la reforma del sector agropecuario nunca arrancó.

Para alimentar a su población, el Gobierno entonces echó mano de las principales fuentes de divisas que habían ido creciendo desde los 90: el turismo, las remesas y los ingresos por servicios ofrecidos en el exterior por trabajadores cubanos, fundamentalmente, de salud. De los dos últimos renglones, las misiones médicas en el exterior y las remesas, se encargaría la administración de Donald Trump y el giro a la derecha de algunos países en América Latina, como Brasil. Del turismo, se encargaría la pandemia. Para hacerse una idea del descenso brutal en ese sector, nótese que en 2019 Cuba recibió a 4,2 millones de turistas, en 2020, 1,2 millones, ya en medio de la crisis sanitaria global, para caer aún más en el primer semestre de 2021, 122.000 turistas en total.

Ese descenso de ingresos se reflejó en incapacidad para importar los alimentos necesarios para niveles que bordean la subsistencia. En esa escasez extrema están las raíces del comportamiento desesperado de la población, abocada a aglomeraciones y colas para encontrar, incluso en las tiendas en divisas, la comida para sobrevivir. En ese contexto, llegó a Cuba la variante delta del virus, más contagiosa y letal.

La pandemia no solo ha sembrado muertes y destrucción económica, sino también el miedo y la incertidumbre en una población desesperada que no ve cuándo la angustia de vivir en el límite va a terminar. A pesar del conocimiento sobre su deterioro, la población cubana actuó confiada en la capacidad de su sistema de salud en tanto éste contuvo el avance del virus y se iba progresando en la experimentación para vacunas propias. Sin embargo, el hechizo se deshizo cuando en el último mes se dispararon los casos.

A pesar de un sistema de salud de cobertura universal y su relativo desempeño positivo, así como una información a la población y liderazgo apegado a criterios científicos, la pandemia terminó por exponer con crudeza el mayor problema para el sector del bienestar social cubano: sin una economía que lo respalde, ese sistema de salud estará siempre a merced de una crisis que agote sus recursos. Cuba es el único país latinoamericano capaz de producir dos vacunas propias. A la vez su campaña de vacunación ha tenido notables retrasos para implementarse por falta de fondos para comprar sus componentes y otros elementos relacionados. Paradójico.

La pandemia y su impacto económico son los factores que determinan la coyuntura. Son la última gota. Pero en la raíz de las causas que originan la protesta hay factores estructurales, que llenaron la copa para que se derramase. Entre esos factores, dos son fundamentales. Primero, el desajuste de una economía de comando nunca transformada a un nuevo paradigma de economía mixta de mercado, atrapada en un nefasto equilibrio de reforma parcial; y segundo, un sistema de sanciones por parte de Estados Unidos que representa un asedio de guerra económica, imposible de limitar al concepto de un mero embargo comercial.

 

Las protestas como reflejo de un nuevo tiempo

En 1994, entrada la crisis del llamado periodo especial en tiempos de paz (un eufemismo para catalogar la crisis severa en la que entró Cuba tras la caída de sus socios del bloque comunista) se produjo el precedente mas importante de protesta social en la isla hasta ahora. Fue el llamado “maleconazo” del 5 de agosto. En aquel entonces la protesta estuvo limitada a una sección específica de la Habana y en cuestión de horas la revuelta fue sofocada sin el uso de armas de fuego, con el carisma de Fidel Castro presente en el lugar. En medio del episodio, Cuba usó la emigración descontrolada como un arma política, liberando de custodia las costas cubanas y permitiendo la exportación a Estados Unidos de gran parte del descontento social.

Como en aquel entonces la oposición cubana hoy tuvo poco que ver con los conatos de rebelión caracterizados por manifestaciones acéfalas, sin una propuesta alternativa al gobierno existente, más el resultado del hartazgo que de la convocatoria de algún actor político. Tal factor explica la razón por la que con facilidad muchos de estos actos, originalmente de protesta pacífica, devinieron entonces y esta vez en enfrentamientos a pedradas contra las autoridades policiales y en acciones vandálicas contra tiendas y otros objetivos económicos. Lo ocurrido, al volcar coches policiales, asaltar tiendas y otras prácticas de violencia, es un aldabonazo no solo a las autoridades cubanas, sino también a otros actores que como el gobierno de Estados Unidos, la Unión Europea o una parte de la sociedad política cubana en la isla y la diáspora, proclaman como objetivo una transición pacífica, gradual y ordenada, de la ley a la ley, hacia un sistema político mas abierto. Si lo que se quiere es promover derechos humanos, tan importante es el sustantivo transición como sus adjetivos. Lo que menos necesita Cuba es andar de revolución en revolución.

Esta vez, sin embargo, hay importantes diferencias. Para empezar los conatos de rebelión comenzaron por el municipio de San Antonio de los Baños, pero alcanzaron de modo simultáneo a la parte occidental, central y oriental del país. Una clave a este respecto fue la utilización del Internet y las redes sociales, por las cuales los manifestantes resolvieron el clásico problema de acción colectiva de encontrar un punto de congregación. Las redes sociales también influyeron en la divulgación inmediata de las protestas hasta que el Gobierno cortó su uso.

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Protesta de la diápora cubana en Miami, Estados Unidos. Joe Raedle/Getty Images

Un elemento poco divulgado al respecto fue el bombardeo desde Miami de narrativas hostiles que el Gobierno cubano ignoró a su propio pesar. Algunas de estos discursos giraron en torno a la necesidad de un “corredor humanitario” e incluso la intervención en Cuba, que ni está en guerra, ni violando el Derecho internacional humanitario, ni es siquiera uno de los casos más trágicos de crisis en la lucha contra la pandemia. Estas campañas crearon chateo y, a pesar de su falta de veracidad, impactaron en el debate público informal cubano y, en cierta forma, ofrecieron chispa para el incendio.

El tema del bulo fue un supuesto deseo de Estados Unidos y la diáspora cubana para establecer un “corredor”,  supuestamente rechazado por el Gobierno cubano, interesado en mantener su prurito de soberanía y de “potencia médica”.  ¿De donde salió esa idea? De los debates en las redes sociales. Un grupo de manifestantes fueron cautivados por la formulación en un caso típico de confirmación de sesgos. Como saben que el Gobierno, como todo régimen leninista, alberga una importante suspicacia contra todo agrupamiento ciudadano autónomo, llegaron a la deducción, sin fundamento, de que la ayuda estaba en camino pero el Ejecutivo no le daba paso.

La falsedad de estas aseveraciones fue usada a posteriori en la racionalidad del Gobierno para hablar de "ciudadanos confundidos” o incluso cortar Internet, imitando episodios similares en el contexto de regímenes leninistas como los de China y Vietnam. Como algunas de las organizaciones que lanzaron la campaña están vinculadas a programas de cambio de régimen financiados por el Gobierno federal estadounidense, La Habana acusó a Washington de promover los disturbios, sin presentar hasta ahora otra prueba que ese vínculo de segundo o tercer grado.

 

Retos en el horizonte

Para el Gobierno cubano el desafío más inmediato ha sido sofocar los conatos de rebelión y lo ha hecho con relativa facilidad. Si lo logra, de todas formas, enfrentaría el reto de retornar a la campaña de vacunación e introducir con celeridad reformas económicas y políticas para atender las causas de la revuelta, entre ellas las deficiencias estructurales históricas de su modelo económico y la necesidad de liberalizaciones políticas.

Esa potencial activación del calendario de reforma pone sobre la mesa un desafío a las políticas de Estados Unidos y otros actores como la Unión Europea. Por una parte, lo racional para aquellos interesados en una transición gradual, ordenada y pacífica sería activar aún más la política de intercambio para acompañar al régimen cubano en sus liberalizaciones. Tal política ha sido más efectiva a largo plazo como lo demuestra el empoderamiento de los cubanos que ha supuesto la apertura a Internet. Por la otra, está el problema de imagen de casi dos centenares de detenidos con los que no se sabe qué hará el Gobierno si actúa desde la premisa de dar escarmientos.

Europa tiene a su favor haber acordado, con Federica Mogherini, y profundizado –de modo sistemático con el Alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, Josep Borrell– una política abierta de dialogo político y cooperación, que esta institucionalizada en un tratado con Cuba y lista para mover hacia sus intereses la dinámica triangular Washington-La Habana-Bruselas. La clave está en hacer entender al presidente estadounidense, Joe Biden, que la política hacia Europa y Cuba en ese triángulo estratégico es parte relevante del prometido regreso a un liderazgo multilateral después del invierno de Donald Trump.

Para Estados Unidos, una preocupación importante de seguridad nacional es la posibilidad de que los procesos en la isla salgan de cauce, causando impactos de migración descontrolada, colapso gubernamental y, entonces, sí una demanda real de intervención. Europa ha cuestionado las medidas de asfixia de Trump aún vigentes contra Cuba. Éstas incluyeron sanciones y actos hostiles contra gobiernos y compañías europeas renuentes a secundar la política de máxima hostilidad. Bruselas no tiene ninguna razón para disculparse por promover sus valores democráticos apegados al multilateralismo: ni con Cuba ni con Estados Unidos. Su posición de pivot, ahora con un acuerdo con la isla sobre bases sólidas, y una relación que Washington quiere cortejar, le da una oportunidad especial para influir en la dinámica triangular como nunca antes. No debería desviarse de tal rumbo, promoviendo cambios pero valorando la importancia del orden y la legitimidad en cualquier circunstancia.

La respuesta de Biden a las protestas ha sido reiterar que “EE UU está con el pueblo cubano”. Tal frase se traduce en palabras huecas sin ningún tipo de acción para desmantelar las sanciones como prometió en la campaña electoral y no ha cumplido. La pandemia le ha dado a Biden una oportunidad para poner intereses humanitarios por encima de cualquier consideración política de cortas miras. Cada día que pasa dejando intactas en lo esencial las nuevas 242 sanciones que adoptó Trump, el actual presidente estadounidense pierde la posibilidad de estructurar su propia política de intercambio y diálogo .