Cristianismo
Arzobismos en la plaza de San Pedro, Vaticano. (ALBERTO PIZZOLI/AFP via Getty Images)

¿Cómo Europa llegó a ser quién era y por qué piensa de la forma en que lo hace? Estas son algunas de las claves que intenta descifrar este libro basado en un amplio contexto histórico.

DOMINION, The Making of the Western Mind

Tom Holland

Little Brown, 2019

Este es un libro enormemente erudito, una historia contada con valentía y elegancia. ¿Sabe lo que sucedió en Lyon en el año 177 d. C., en Frisia en el 754 d. C., en Marburgo en 1229, en Toulouse en 1762 o en Abbey Road en 1967? Como cuenta Tom Holland, fue algo bastante humilde, bastante normal. Y sin embargo, esa normalidad, lejos de ser intrascendente —comenzando con las persecuciones a los cristianos en Lyon para prolongarse durante más de dos mil años hasta la grabación del último single de los Beatles en el famoso estudio de Londres—, demostró tener una gran importancia dando forma a lo que vendría después. Hubo acontecimientos mucho más grandiosos que dejaron mucha menos huella en la mente occidental. Estos veintiún capítulos proporcionan al autor, Tom Holland, otros tantos puntos de partida para su intento de examinar el papel que desempeñó el cristianismo en la configuración de la mente occidental.

Dominion, The Making of the Western Mind [Dominion, la formación de la mente occidental] cuenta cosas que son difíciles de capturar en una simple narración. Doctrinas religiosas e ideas filosóficas, las controversias teológicas e intelectuales más abstrusas… El gran éxito de este libro es que cuenta la historia de la difusión y transformación de las creencias, del desarrollo de las ideas filosóficas. Argumenta que el cristianismo ha formado la mente occidental; no solo sus convenciones morales e intelectuales, sino también sus opuestos, como el ateísmo y las ciencias naturales. Por paradójico que pueda resultar este pensamiento, está sustentado por toda la erudición y originalidad que ya asociamos a la escritura de Holland.

Usar un incidente, un lugar, una imagen o a un individuo para capturar el espíritu de una época es una apuesta audaz, pero este libro sale airoso. Todas estas historias se combinan para revelar la gran contribución del cristianismo al mundo moderno. Muchas de las cosas que ayudaron a la difusión del cristianismo en los primeros tres siglos d. C. se volvieron bastante inconvenientes una vez que se estableció como la religión dominante. Mientras trata de proporcionar una respuesta global a la controvertida pregunta de cómo una secta inspirada por la ejecución de un criminal perdido en un imperio desaparecido hace mucho tiempo llegó a ejercer una influencia tan duradera en el mundo, Holland no recurre a grandes descubrimientos arqueológicos o archivísticos: en su lugar, una narración de impresionante amplitud nos lleva desde los cantos gregorianos a los Beatles, desde monjes que se esconden en los desiertos libios hasta misioneros que tratan de cristianizar la India. Las influencias persas en la formación de la doctrina cristiana son de particular interés, pero mientras pasamos de Martin Luther King a Nietzsche, de Galileo a Origen, existe un verdadero riesgo de perderse. Un estilo cristalino y una excelente forma de narrar logran evitarlo.

Holland muestra lo disruptiva que resultó la cristiandad para los supuestos éticos y políticos que formaban el marco de creencias del mundo antiguo. Otras religiones que surgieron en la llamada Edad Axial sustituyeron el valor marcial y la mundanidad aristocrática como los más altos fines o logros vitales del hombre: el hinduismo y el budismo, y también el judaísmo antes de que lo hicieran el cristianismo y el islam unos siglos después. Sin embargo, el cristianismo fue en cierto sentido revolucionario y esencial en la creación de algunos valores modernos, como la importancia que le damos a la igualdad y el amor. La narración se desarrolla en tres partes: antigüedad, cristiandad y lo que Holland llama “modernitas”. Por supuesto, existe el peligro de convertir el cristianismo en la justificación de todo.

El autor parece subestimar la gran cantidad de críticos, desde Benedictus de Spinoza hasta Karl Marx, que no se sumaron a la idea del cristianismo como la explicación más importante para todo lo que había sucedido durante dos milenios. A los cristianos, por su parte, nada les gusta más que la noción de llevar al mundo de la oscuridad a la luz. Muchos de los postulados sobrenaturales del cristianismo han sido rechazados, al igual que sus premisas morales. La idea de que la caridad es suficiente para los pobres ya no convence, al igual que la de que el amor último debe de ser hacia Dios, que la procreación debe acompañar al sexo o que las mujeres deben adoptar un papel de subordinación.

El autor no hace apología del cristianismo, pero simpatiza con él. Los episodios más vergonzosos del pasado cristiano se tratan extensamente: la Inquisición, las Cruzadas, la corrupción en la Iglesia. Pero por muy serias que sean las acusaciones, fueron primero los propios cristianos quienes las sacaron a la luz. La búsqueda de la pureza y la superación personal ha sido parte del estilo de vida cristiano desde el principio. Como muestran diferentes capítulos, desde Donatus hasta Jan Hus, desde San Francisco de Asís hasta Martin Luther King, esta religión nunca ha dejado de mirarse en el espejo, juzgándose a sí misma y señalando sus carencias. El impacto del cristianismo ha permeado por todas partes: lo aceptemos o no, vivimos “en una sociedad todavía completamente saturada de conceptos y premisas cristianas”. Irónicamente, no podríamos rebelarnos contra ello si no utilizáramos el vocabulario cristiano.

El riesgo de reclamar tanta modernidad para el cristianismo no es que lo que dice Holland no sea cierto —incluso los lectores eruditos descubrirán una buena cantidad de historias y explicaciones de la Historia que nunca antes habían encontrado—, sino que quiere que reconozcamos que no hay relación entre Occidente y el resto. Si los derechos humanos son una simple cuestión de “reempaquetar conceptos cristianos para audiencias no cristianas”, esto solo puede tener como consecuencia que los no cristianos deben aceptar vivir en un permanente ambiente cristiano o resistirse a la modernidad como si fuera una fe extraña. Aquí es donde se revela otra debilidad del libro: no hay alusiones al cristianismo ortodoxo y las muchas versiones orientales del cristianismo. Aquí hablamos de Occidente stricto sensu. A pesar de todos sus defectos, el hecho de que el punto de partida de la historia que cuenta Holland presente al candidato a dios más improbable, un paria y criminal ejecutado por crucifixión, la forma de castigo más repulsiva y degradante conocida en el mundo antiguo, es convincente. Que este criminal acabara humillando al Imperio que lo ejecutó es asombroso. Lo insignificante sirve para enmascarar lo extraordinario y esa es la historia que aquí se cuenta tan eruditamente.