• La vie sexuelle d’un islamiste à Paris (La vida sexual de un islamista en París)
    Leïla Marouane
    317 págs., Albin Michel,
    París (Francia), 2007 (en francés)

 

La vida real quizá sea la aceptación de uno mismo y de su pertenencia a un mundo múltiple”, afirma el experto en literatura africana Benaouda Lebdaï al final de su inteligente comentario en la Red sobre la novela La vie sexuelle d’un islamiste à Paris. El individuo que gestiona la complejidad de sus diversas identidades frente a la masa de identidad (étnica, nacional, cultural, ideológica o religiosa) única, inamovible, berroqueña: éste es, en efecto, uno de los grandes temas del siglo XXI. Y ahí, por obra y gracia de los nacionalismos e integrismos religiosos, estamos retrocediendo.

Fijémonos en la ribera meridional del Mediterráneo: hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que un individuo podía declarar que era simultáneamente beirutí, libanés, levantino, árabe, cristiano, afrancesado y de izquierdas. O tangerino, rifeño, marroquí, medio bereber, medio árabe, musulmán, atlántico, mediterráneo e hispanohablante. O alejandrino, egipcio, levantino, judío, liberal y anglófilo. Pero Beirut, Tánger y Alejandría ya no son lo que eran; ni tampoco, por cierto, Estambul. Al beirutí se le exige ahora que proclame si está a favor o en contra de Hezbolá; al tangerino, si cree o no en la marroquinidad de Ceuta y Melilla; al alejandrino… bueno, ya apenas quedan judíos en Alejandría.

Podríamos hacer un ejercicio semejante en la orilla septentrional. Por citar un solo ejemplo: ¿qué pasó con las identidades múltiples de tantos individuos de la ex Yugoslavia? La variedad de afiliaciones era el tesoro de Sarajevo y ya sabemos lo que ocurrió allí la pasada década. En todas partes, y no sólo en las gangrenadas por el fundamentalismo musulmán, cuecen habas.

Mohamed BenMokhtar, el protagonista de esta quinta novela de Leïla Marouane, gestiona muy mal lo de las identidades. Es un inmigrante argelino cuarentón que vive en la banlieue de París con su muy posesiva y conservadora madre. Es un musulmán practicante y tradicionalista, pero, en contra de lo que dice el título de la novela (atribuible tal vez a razones comerciales), no es un islamista (la política le importa un bledo). Económicamente le va bien, pero su vida sexual es un desastre; mejor dicho, es nula: a su edad todavía es virgen. Y eso le escuece, faltaría más. La promesa coránica de las huríes del paraíso le resulta altamente insatisfactoria. Así que se arma de valor y abandona a su castradora mamá para instalarse en un coqueto apartamento cercano a Saint-Germain- des-Prés. Cambia, asimismo, su nombre por el de Basile Tocquard. Su objetivo es entregarse plenamente a los placeres de la carne y piensa que puede conseguirlo con facilidad con mujeres europeas. ¿No son éstas, a diferencia de las magrebíes, libres de cuerpo y de espíritu?

Rebautizado Basile, el protagonista consagra, pues, sus veladas a intentar ligar en el Café de Flore y otros locales del Barrio Latino. Pero bebe –y gasta– mucho, con nulos resultados en lo relativo al fornicio. No logra interesar a una sola europea, de modo que, noche tras noche, termina escuchando las penas de mujeres magrebíes, sin que, por lo demás, ninguna de ellas se acueste con él. A la hora de la verdad, todas le dan calabazas. El desencanto es feroz: la vida hedonista occidental, la lujuria sin fin con la que soñaba Mohamed, resulta ser otro espejismo, y, entretanto, su madre y su mundo tradicional –familia, clan, tribu, patria y religión– no renuncian a recuperarle.

Leïla Marouane es una argelina afincada en París desde 1991, cuando en su país se desató la feroz guerra civil entre militares e islamistas. Ella misma es otro ejemplo de identidades múltiples: mujer, argelina, francófona, progresista, parisina… También de coherencia: a quienes le preguntan por qué no regresa a Argelia, les responde que no lo hará hasta que allí sean derogadas las leyes que discriminan a las mujeres.

A través de la libido contrariada del protagonista de su novela, la autora aborda la esquizofrénica situación de un inmigrante musulmán en Europa. Salido de una cultura que pone todo el acento en lo comunitario, vive ahora en un mundo que exalta el individuo y hasta el individualismo (aunque en muchos otros momentos también se enfrenta a la ecuación “nosotros y ellos”, o sea, los nacidos aquí y los venidos de fuera).

Recomendable tan sólo por esto, la novela tiene otros valores. Uno es el hecho de que estemos ante la primera escritora argelina que cuenta una historia a través de un muy convincente personaje masculino. Otro es que Marouane habla de sexo con gran libertad. Más discutible es, en cambio, el final del libro: un torbellino delirante y alegórico que contrasta con la lógica, la nitidez y el humor de todo lo anterior. ¿Son la resignación del borrego, la violencia del islamista o la esquizofrenia del exilio las únicas opciones que el mundo musulmán ofrece hoy a sus habitantes? No, hay otras; o mejor dicho, hay gente que batalla por otras. En un lugar destacado, un puñado cada vez más nutrido de escritores que presentan a individuos que se afirman frente a la comunidad (umma), que violan ese conjunto de reglas centenarias que, como indica Benaouda Lebdaï, “no dejan a la libertad personal ninguna posibilidad de expresarse”. “Yo no educo, cuento”, afirmó en una entrevista Marouane citando a Montaigne. Bien dicho: el trabajo del novelista consiste en contar historias en las que, como en la vida misma, cada ser humano es particular e irrepetible, único y complejo.