Acorralado por los escándalos de corrupción, Lula
ha pasado de héroe a villano en cuestión de meses y ve cómo
se tambalea el sueño de la reelección en octubre. Su gran error:
dejar la tarea de gobernar en manos de sus colaboradores, que, como las termitas,
han devorado la legitimidad de la democracia. Para renacer de sus cenizas,
Brasil necesita un nuevo consenso.

Después de haber adoptado numerosas formas a lo largo de los siglos,
la nueva encarnación de Mefistófeles es el congresista brasileño
Roberto Jefferson. Las acusaciones de este ex presentador de televisión,
acostumbrado a llevar armas y cantante aficionado de arias de ópera
y temas napolitanos, destaparon un escándalo político que ha
estado a punto de destruir el Gobierno de Lula da Silva.

La esencia de la leyenda de Fausto es la incapacidad de percibir sus limitaciones,
por la que tiene que pagar un precio. En la historia, Fausto es un mago y charlatán
que pacta con el diablo para obtener poderes sobrehumanos. Al cabo del tiempo,
Mefistófeles, uno de los siete príncipes del infierno, reclama
su alma para condenarla.

La más reciente versión brasileña de este mito consiste
en sórdidos cambalaches de Lula y su Partido de los Trabajadores (PT)
a cambio de mayores poderes. Y todo empezó cuando Jefferson, el presidente
del conservador Partido del Trabajo Brasileño (PTB), reconoció que,
en nombre de la organización, había negociado diversos pagos
de dirigentes del PT por 20 millones de reales brasileños (unos siete
millones de euros), pero añadió, indignado, que no había
recibido más que cuatro millones en efectivo, en dos maletines. Su confesión
desembocó en una serie de revelaciones en cascada sobre fraudes, blanqueo
internacional de dinero, financiación ilegal de campañas electorales,
congresistas sobornados a cambio de votos, contratos oficiales ilícitos,
grandes sumas robadas a las autoridades municipales, bancos, empresas y aseguradoras
del Gobierno federal, y la malversación de fondos de pensiones del sector
público.

Como las termitas, los políticos han devorado la estructura y la legitimidad
de la democracia de Brasil. Las esperanzas despertadas por Lula se han derrumbado
en medio de un desfile grotesco de corrupción y degradación.
El cerebro de la estrategia fue, al parecer, José Dirceu, antiguo primer
ministro de Lula. Líder estudiantil revolucionario en la generación
de 1968, que se opuso a la dictadura militar, fue agente de los servicios de
inteligencia cubanos (después de someterse a cirugía plástica
durante su exilio en La Habana), tuvo una vida clandestina como dueño
de una tienda de ropa y, entre 1995 y 2005, fue presidente del PT, antes de
asumir la jefatura del Gobierno de Lula. Agitador adusto, tenso y autoritario,
desarrolló la estrategia de sobornar a partidos de derecha pequeños
y corruptos para garantizar una mayoría funcional en el Congreso. En
la sesión del Comité de Ética de la Cámara celebrada
el 14 de junio y retransmitida por televisión, Jefferson le acusó de
organizar la corrupción y le dijo en tono imperativo: "Vete rápido,
Zé", para salvar a Lula del escándalo. Dos días
después, Dirceu dimitió.

La indignación pública
se alimenta del miedo a que todo acabe en ‘pizza’, palabra
en clave que, en Brasil, designa los acuerdos políticos para absolver
a los culpables y que todo quede como estaba

Día tras día, semana tras semana, el desfile de acciones corruptas
con sus numerosas ramificaciones fue dañando la autoestima de la sociedad.
El martilleo de la prensa ha sido constante. Es la primera crisis política
que sufre Brasil en la era digital, con blogs en Internet, cadenas de correos
electrónicos y páginas como www.e-indignacao.com.br, en la que
al menos 503.000 personas, hasta ahora, se han sumado a una protesta virtual
en Brasilia.

La indignación pública se alimenta del miedo a que los escándalos
terminen en pizza, palabra en clave con la que se denominan en Brasil los acuerdos
políticos para absolver a los culpables y dejar las cosas como estaban.
Los diputados están presionando para salvarse de perder el escaño
en el Congreso, lo que significaría, además, la prohibición
de presentarse a elecciones durante ocho años. Varios dirigentes, ante
esa posibilidad, amenazan con "contarlo todo" e involucrar a docenas
de personas si no les absuelven. La expulsión la decide toda la Cámara
mediante voto secreto, lo cual deja espacio para que haya pactos entre partidos
sin tener que responder ante nadie.

LOS PECADOS DE LULA
Lula llegó a la presidencia como símbolo de esperanza y de los
cambios logrados por Brasil con su nueva democracia. Fue emocionante el espectáculo
de su toma de posesión en Brasilia, el 1 de enero de 2003, con una muchedumbre
que rodeaba el Rolls-Royce presidencial, llena de adoración, alegría,
esperanza y solidaridad con un hombre que había comenzado la vida como
uno de ellos y se había convertido en ejemplo de lo que podían
alcanzar hasta los más pobres. Hoy es una figura solitaria, ni temida
ni respetada.

La esencia de la tragedia humana es la autodestrucción, una opción
de los privilegiados, porque requiere contemplación y posibilidad de
elegir. El antiguo sindicalista tuvo sus alternativas. Lo que ha hecho con
ellas refleja una personalidad muy compleja, cuya espectacular ascensión
engendró una arrogancia que le hizo perder su guía moral. Pese
a no haber ido a la escuela más que hasta quinto curso, Lula había
presentado su candidatura a la presidencia en cuatro ocasiones. Es un hombre
que siempre ha tenido dificultades para leer, pero es muy inteligente, tiene
capacidad de improvisación y sabe escuchar. Un colaborador cercano dice
que resulta penoso ver cómo el presidente tarda una hora en leer una
sola página. Tal vez, el hecho de que no se haya esforzado para superar
su problema es una decisión voluntaria. Otra elección libre fue
su indiferencia ante la corrupción. Y otra más grave: entregó las
riendas del Gobierno y él se dedicó a las relaciones públicas.

No obstante, Lula ha conseguido ciertas cosas. Ya antes de que el pánico
invadiera los mercados financieros ante la perspectiva de su victoria en 2002,
tuvo la prudencia de comprender que el pueblo de Brasil no iba a aceptar volver
a la inflación crónica. Se dio cuenta de que el motor principal
de la política de su Gobierno debía ser la estabilidad, porque
de ella dependía su supervivencia política.

Días de gloria: Lula, aclamado por la población de Brasilia el día de tu toma de posesión, el 1 de enero de 2003.
Días de gloria: Lula,
aclamado por la población de Brasilia el día de

su toma de posesión, el 1 de enero de 2003.

La consolidación de la estabilidad y la reanimación del crecimiento
deberían haber dado a Lula una ventaja decisiva para la reelección
en octubre de 2006. La decencia y la simpatía que irradiaba hacían
que la gente le perdonara el fracaso de su programa Hambre
Cero
y otros planes
sociales inundados por la desorganización y la corrupción. Pero
sus posibilidades para 2006 han disminuido con los escándalos, si bien
el presidente ha prometido hacer esfuerzos renovados para superar estas dificultades.
Ha intentado separarse de su partido y ha culpado al sistema político: "Lo
que hizo el PT, desde el punto de vista electoral, es lo que se hace sistemáticamente
en Brasil". En otro momento ha llegado a afirmar que "en este país
no ha nacido todavía quien pueda darme lecciones de ética".
Ante los dirigentes sindicales de los jubilados aseguró que no iba a "negociar
con el diablo para seguir en la presidencia". "No me presentaré a
la reelección si eso significa sacar a subasta ministerios y ser incapaz
de mejorar la economía y distribuir más las rentas", aseguró.
Sin embargo, al día siguiente, Lula hacía campaña, con
el casco de cuero de un vaquero del interior (cangaceiro), llorando por su
madre y contando ante una muchedumbre, en su ciudad natal de Pernambuco, que,
si decidía presentarse, "ellos [las élites] tendrán
que tragarme otra vez, porque el pueblo brasileño me querrá a
mí".

Lula ha hablado con frecuencia de que hay una conspiración de las clases
dirigentes para derrocar a su Gobierno. Pero los empresarios, la banca y los
políticos de la oposición se oponen de forma casi unánime
a iniciar un proceso de destitución, pese a que muchos dicen que existen
amplias bases legales.

Mientras tanto, la economía va bien. La inflación disminuye.
Las finanzas públicas están mejorando y las balanzas internacionales
muestran unos superávit cada vez mayores. Los analistas temen que la
caída de Lula supondría también la caída del ministro
de Economía, Antonio Palocci, "el poste que sostiene la carpa",
según Delfim Netto, el cínico responsable de ese departamento
durante el régimen militar (1964-1985). El sistema político de
Brasil no parece tener suficiente confianza en sí mismo para afrontar
el trauma de un proceso de destitución como el que provocó la
dimisión de Fernando Collor de Melo, en 1992.

‘LULINHA, PAZ E AMOR’
La mayor transferencia ilegal de dinero descubierta, hasta ahora, es la de
15,5 millones de reales pagados a la empresa de marketing político
de Duda Mendonça, que creó la campaña Lulinha,
paz e amor
para las elecciones de 2002. Lula se había negado a volver a
presentarse, después de perder en tres ocasiones, si el PT no contrataba
a este publicista.

Pero, tras la victoria electoral, al asesor le resultó difícil
cobrar, y aseguró que casi la mitad del total de su factura de 25 millones
de reales se pagaron de forma ilegal, dentro de un plan de blanqueo de dinero
que utilizaba fondos ocultos en el extranjero, y que para cobrar la deuda tuvo
que abrir una cuenta a nombre de Düsseldorf en BankBoston, Bahamas.

 

La crisis del ‘mensalão’

Protagonistas: arriba, Jefferson declara el 14 de julio ante el Comité de Ética del Gongreso; abajo, Lula se reúne con sindicalistas en medio de la crisis, el 11 de julio. A la derecha, Dirceu anuncia su dimisión el 16 de julio de 2005.
Protagonistas: arriba,
Jefferson declara el 14 de julio ante el Comité de Ética
del Gongreso; abajo, Lula se reúne con sindicalistas en
medio de la crisis, el 11 de julio. A la derecha, Dirceu anuncia
su dimisión el 16 de julio de 2005.

Hace una década se hizo famoso por encabezar en la Cámara
baja la defensa del presidente Collor de Melo durante su impugnación.
Abogado criminalista, estudiante de canto y gran actor, Roberto Jefferson
era un obeso con gafas de concha que parece haberse sometido a una
transformación para aparecer en el teatro de las investigaciones
televisadas del Congreso.

Adornado con un brazalete de candomblé, la religión
afrobrasileña tradicional, se defendió con brillantez
y un humor cáustico en televisión mientras desvelaba
el sistema de sobornos de congresistas por parte del PT, conocido como mensalão, que
comprendía pagos en efectivo de muchos millones de dólares. "Es
más fácil alquilar a un diputado que discutir con él
una propuesta del gobierno. El que cobra no piensa". La principal
justificación de esos pagos era la financiación de la
campaña. A mediados de mayo de 2005, el prestigioso semanario
brasileño Veja publicó, también en su web, una
entrevista, grabada con cámara oculta, a un funcionario menor
de Correos que recibía, como si nada, un soborno de 3.000 reales. "Somos
tres, y trabajamos juntos", decía en la cinta el empleado,
Maurício Marinho. "Los tres estamos designados por Jefferson".

Cuando el vídeo se difundió en televisión, Lula
intentó defender a su aliado: "Tenemos que mostrar solidaridad
con nuestros socios". Lula y el PT fracasaron en sus esfuerzos
para impedir una investigación penal, y después trataron
de distanciarse de Jefferson emprendiendo otra, por parte de la policía.
Jefferson concedió una larga entrevista a Folha de
São Paulo,
en la que explicaba el mensalão para
sobornar a docenas de congresistas. El 14 de septiembre fue expulsado
del Congreso, a pesar de los elogios por denunciar los escándalos.

 

 

A medida que se sucedían los escándalos, Lula insistió en
que no sabía nada de pagos ilegales. Al día siguiente del sorprendente
testimonio de Duda, el presidente pronunció unas breves palabras por
televisión: "Con toda franqueza, me siento traicionado, traicionado
por unas prácticas inaceptables de las que nunca supe nada". Ese
mismo día, la revista Época publicó una entrevista con
Valdemar Costa Neto, líder del pequeño Partido Liberal (PL),
que había dimitido del Congreso después de que Jefferson le acusara
de recibir sobornos del PT. Según Valdemar, el presidente estuvo presente
en una reunión celebrada el 19 de junio de 2002 en casa de Dirceu, en
Brasilia, para superar la falta de acuerdo con respecto al dinero. "Empecé pidiendo
20 millones de reales para llegar a un acuerdo en 15 millones", explicaba. "Lula
estaba en la habitación de al lado. Sabía que estábamos
negociando cifras. Dije: ‘¿Qué tal si acordamos 10 millones
de reales?’, y Lula entró para autorizar la operación".

LA TIERRA FELIZ DE PELÉ
La evolución de las instituciones brasileñas en las últimas
décadas permite, sin embargo, confiar en que de este episodio surjan
nuevos avances. Brasil sigue siendo un país con aspiraciones. Sus ciudadanos
se juzgan con los criterios políticos de las democracias occidentales
avanzadas. Pero su veredicto oscila entre el triunfalismo y la desesperación.
Lula se ha quejado muchas veces de que Brasil padece una herança
maldita
(herencia maldita) en referencia al gobierno anterior y a una economía
y a una sociedad con raíces históricas en la esclavitud y los
asentamientos precarios.

El pesimismo coexiste con la idea de Brasil como una tierra feliz, el país
del futuro, una potencia mundial para el siglo xxi, la patria de Pelé,
el único país que ha ganado la Copa del Mundo de fútbol
en cinco ocasiones y un archipiélago continental de comunidades que
hablan la misma lengua y ondean la misma bandera. Y es una tierra feliz porque
ha tenido muchas oportunidades. Pese a las distorsiones y las injusticias institucionalizadas
en una inflación crónica, fue la economía que más
creció del mundo de 1870 a 1980. Los índices de expansión
se han venido abajo desde ese año por las debilidades institucionales
que desembocaron en la violencia urbana, las crisis de la deuda y la hiperinflación,
pero resulta difícil reconocer el Brasil del pasado. En 1900, sólo
había 17 millones de habitantes, el 90% en zonas rurales, con una esperanza
de vida de 31 años y una renta per cápita de 678 dólares
(de 1990). Había más del 80% de analfabetos, frente al 11% actual.
Hoy hay 180 millones de personas, el 82% en pequeñas y grandes ciudades,
con una expectativa de vida de 71 años, y la renta real se ha multiplicado
por 10 desde entonces.

Dona Lindu, la madre de Lula, era una mujer valiente, analfabeta, que tuvo
11 hijos, cuatro de los cuales murieron muy temprano. En su época, de
cada 1.000 niños nacidos, unos 200 no alcanzaban los cinco años.
Hoy, esa cifra ha bajado a 34, aunque Brasil siga padeciendo muchas más
muertes infantiles que los países ricos. Cuando Lula era niño,
sólo había seis millones de alumnos inscritos en la escuela primaria
y secundaria, mientras que hoy hay casi cuarenta millones. En 1950, cuando
el joven Lula tenía cinco años, era tal la escasez de productos
derivados del petróleo que hasta el asfalto para las carreteras tenía
que importarse. Ahora Brasil no sólo es autosuficiente en cuanto al
oro negro, sino que pronto empezará a exportar, gracias a los yacimientos
de crudo y gas recién encontrados frente a la costa. Además,
con su enorme extensión de tierra cultivable barata y su elaborada tecnología,
se ha convertido en una superpotencia agraria.

Brasil se ha desarrollado
con rapidez, pero aún le falta la capacidad institucional de abordar
unos problemas cuya escala y complejidad sólo puede afrontar como
es debido una población preparada

La inflación crónica en los años 80 y principios de los
90 hizo que los bancos brasileños fueran los primeros en desarrollar
un sistema continental de pagos por ordenador, adaptado durante la elaboración
de sistemas de elecciones electrónicas y recuento de votos. Hoy, la
Hacienda federal cobra el 95% de los impuestos por Internet. Todos estos nódulos
de comunicación se adentran cada vez más en el interior, movidos
por una ilusión de expansión infinita que caracteriza a las sociedades
pioneras de toda América.

Con todas estas ventajas y logros, ¿por qué está la vida
política tan asolada por la mediocridad y la corrupción? Brasil
se ha desarrollado con rapidez, pero sigue faltándole la capacidad institucional
de abordar unos problemas cuya escala y complejidad sólo puede afrontar
como es debido una población preparada.

El no haber desarrollado el capital humano es una de las herencias de la esclavitud
que, poco a poco, se está superando. Una de sus penosas consecuencias
se ve en la reacción de la clase política ante la crisis de corrupción
en el Gobierno de Lula: se han visto muchas acusaciones, pero pocas propuestas
para vencer las dificultades. Ocurre así, sobre todo, con los partidos
de la oposición, que parecen pensar que el escándalo les va a
beneficiar, sin que necesiten proponer ideas ni soluciones propias.

En todas las sociedades y todos los sistemas políticos existen ineficacias
e injusticias, pero unos niveles de educación más elevados suelen
quitar peso a esos fallos. La formación no sólo tiende a reducir
la corrupción, sino que refuerza la cooperación y da a la gente
la posibilidad de encontrar otras oportunidades. Brasil tendría un futuro
brillante si pudiera superar sus obstáculos institucionales. Para lograrlo,
es precisa una nueva estrategia que cuente durante mucho tiempo con el apoyo
de una serie de gobiernos elegidos y otorgue credibilidad a un programa de
largo alcance para fortalecer las instituciones públicas y hacer realidad
el potencial del país.

Verano caliente: manifestantes en Brasilia el 17 de agosto de 2005.
Verano caliente: manifestantes
en Brasilia el 17 de agosto de 2005.

ALIANZA DE
PROGRAMAS

Es necesario un consenso a largo plazo, porque harán falta décadas
para consolidar el progreso en ámbitos fundamentales como la educación,
las infraestructuras y la reforma política. Para ello, tiene que surgir
un centro democrático más fuerte, con un programa coherente y
creíble de innovación, tanto en la política como en los
procesos.

Una alianza basada en un programa de gobierno así podría apoyar
ideas como dar prioridad a la educación de calidad y las infraestructuras
a largo plazo; ampliar la responsabilidad del Congreso; una reforma política
amplia (con un sistema de elecciones primarias que decidiría las candidaturas
controvertidas); y con distritos electorales -que ahora corresponden
a los Estados y las ciudades- reducidos a unidades de población
uniformes, de forma que los legisladores tengan que responder ante unos votantes
específicos y la obligación de todos los candidatos y partidos
de publicar sus activos en Internet para permitir que el sistema político
se vigile a sí mismo.

OTRA DISTRIBUCIÓN ES POSIBLE
Casi todos los especialistas están de acuerdo en que el fin de la inflación
crónica, en 1994-1995, ayudó más a reducir la pobreza
que cualquier programa social. Un estudio realizado por especialistas en IPEA,
un organismo de investigación gubernamental, concluyó que el
gasto en programas sociales desde aquel año no ha logrado disminuir
la proporción de personas que viven en la pobreza y la extrema pobreza.

Entre 2000 y 2001, Brasil dedicó a educación, sanidad, seguridad
social y vivienda tanto dinero per cápita como Chile, cinco veces más
que Perú y República Dominicana, tres veces más que Colombia
y dos veces más que México. Sin embargo, indicadores sociales
como la mortalidad infantil, el nivel educativo, la esperanza de vida, la vivienda,
las condiciones sanitarias y las rentas familiares no han sido mejores, desde
1990, que los de otros países que dedican mucho menos dinero.

¿Por qué? Según el Ministerio de Finanzas, el gasto en
pensiones, que representa el 73% de todas las transferencias de moneda hechas
por el Gobierno central en 2002, tiene un perfil regresivo, puesto que la mayoría
del dinero va a parar a los hogares más ricos. Ese ministerio dice que "Brasil
es un país con una renta per cápita relativamente baja y una
carga fiscal tan elevada como la de los Estados ricos. Sin embargo, no ha podido
utilizarla para vencer sus enormes desigualdades de riqueza". Las transferencias
de salario mínimo a personas pobres no representan más que el
1,7% del total, y sólo supusieron un incremento de sus ingresos de un
0,4%.

La quinta parte más rica de la población recibe el 61% del gasto
en pensiones. Brasil dedica el 12% del PIB al pago de jubilaciones, más
que Gran Bretaña, España, Japón y Estados Unidos, pese
a que éstos tienen poblaciones mucho más envejecidas. Si en España
el 45% de las pensiones va a los mayores de 70 años, en en el país
latinoamericano la mayor proporción (40%) se dedica a personas entre
40 y 60 años. Los impuestos y las transferencias en Brasil sólo
reducen las desigualdades en un 14%, frente al 50% en Europa. Aunque sólo
el 6,5% de los brasileños es mayor de 65, los programas sociales favorecen
a los mayores antes que a los jóvenes, que carecen de una educación
decente.

Brasil dedicó entre
2000 y 2001 tanto dinero ‘per cápita’ como Chile a
gastos sociales, cinco veces más que Perú y dos más
que México, pero sus cifras de mortalidad infantil o vivienda
no son mejores

EVITAR EL SUICIDIO COLECTIVO
Todos los especialistas están de acuerdo en que las políticas
sociales para ayudar a los más pobres son necesarias y sostenibles.
El principal problema es que el sistema de pensiones encamina a Brasil hacia
el suicidio colectivo, porque arrebata al país unos recursos que necesitaría
para invertir en su desarrollo futuro.

Las soluciones, seguramente, serán graduales. Son sencillas, obvias
y siempre se encuentran con feroz oposición política: elevar
la edad de jubilación a 65 años y eliminar las disposiciones
especiales, como la de permitir que las mujeres se retiren cinco años
antes que los hombres; disociar las pensiones del salario mínimo, lo
que disminuiría la carga fiscal que se crea cada vez que el Congreso
aprueba una gran subida del salario mínimo; proporcionar más
recursos y más personal para que el sistema de la seguridad social pueda
combatir el fraude y la corrupción.

"Brasil no se merece lo que está ocurriendo", dijo Lula
en París al inaugurar el Año de Brasil en Francia, y mientras
se multiplicaban los escándalos. "Merece mucho más".
Mucha gente está de acuerdo. Pero hay que hacer innovaciones institucionales
para evitar situaciones como ésta en el futuro. La sociedad brasileña
sólo podrá adquirir seguridad en sí misma si invierte
en el futuro y no en el pasado, en estrategias de capacitación como
la educación y las infraestructuras, y no en el parasitismo fiscal cultivado
por un sistema político arcaico.

¿Algo más?
En su capítulo dedicado a Brasil, el completísimo
informe de la CEPAL Estudio económico de América Latina
y el Caribe, 2004-2005
(agosto,
2005) explica cómo en 2004 Brasil experimentó su
mayor expansión en los últimos 10 años,
y analiza con detalle la reciente evolución económica
y financiera del país. Mientras, en el último Índice
de percepción de la corrupción,
de
Transparency International (octubre, 2005), Brasil ha caído
del puesto 59 al 62 (con una pérdida de puntuación
desde 3,9 a 3,7) de 159 países, durante la legislatura
de Lula (www.transparencia.org.br y en www.transparency.org).

Para profundizar en la herencia maldita brasileña
es interesante consultar el clásico del recientemente
fallecido Celso Furtado, Formação
economica do Brasil
(Río de Janeiro,
1959), y su último libro Em busca de
Novo Modelo
(São
Paulo: Editora Paz e Terra, 2002), en el que culpa de la desigualdad
y los problemas de desarrollo de Brasil a la obsesión
de las élites brasileñas por reproducir el
modelo de consumo estadounidense en lugar de invertir.

 

 

Acorralado por los escándalos de corrupción, Lula
ha pasado de héroe a villano en cuestión de meses y ve cómo
se tambalea el sueño de la reelección en octubre. Su gran error:
dejar la tarea de gobernar en manos de sus colaboradores, que, como las termitas,
han devorado la legitimidad de la democracia. Para renacer de sus cenizas,
Brasil necesita un nuevo consenso.
Norman Gall

Después de haber adoptado numerosas formas a lo largo de los siglos,
la nueva encarnación de Mefistófeles es el congresista brasileño
Roberto Jefferson. Las acusaciones de este ex presentador de televisión,
acostumbrado a llevar armas y cantante aficionado de arias de ópera
y temas napolitanos, destaparon un escándalo político que ha
estado a punto de destruir el Gobierno de Lula da Silva.

La esencia de la leyenda de Fausto es la incapacidad de percibir sus limitaciones,
por la que tiene que pagar un precio. En la historia, Fausto es un mago y charlatán
que pacta con el diablo para obtener poderes sobrehumanos. Al cabo del tiempo,
Mefistófeles, uno de los siete príncipes del infierno, reclama
su alma para condenarla.

La más reciente versión brasileña de este mito consiste
en sórdidos cambalaches de Lula y su Partido de los Trabajadores (PT)
a cambio de mayores poderes. Y todo empezó cuando Jefferson, el presidente
del conservador Partido del Trabajo Brasileño (PTB), reconoció que,
en nombre de la organización, había negociado diversos pagos
de dirigentes del PT por 20 millones de reales brasileños (unos siete
millones de euros), pero añadió, indignado, que no había
recibido más que cuatro millones en efectivo, en dos maletines. Su confesión
desembocó en una serie de revelaciones en cascada sobre fraudes, blanqueo
internacional de dinero, financiación ilegal de campañas electorales,
congresistas sobornados a cambio de votos, contratos oficiales ilícitos,
grandes sumas robadas a las autoridades municipales, bancos, empresas y aseguradoras
del Gobierno federal, y la malversación de fondos de pensiones del sector
público.

Como las termitas, los políticos han devorado la estructura y la legitimidad
de la democracia de Brasil. Las esperanzas despertadas por Lula se han derrumbado
en medio de un desfile grotesco de corrupción y degradación.
El cerebro de la estrategia fue, al parecer, José Dirceu, antiguo primer
ministro de Lula. Líder estudiantil revolucionario en la generación
de 1968, que se opuso a la dictadura militar, fue agente de los servicios de
inteligencia cubanos (después de someterse a cirugía plástica
durante su exilio en La Habana), tuvo una vida clandestina como dueño
de una tienda de ropa y, entre 1995 y 2005, fue presidente del PT, antes de
asumir la jefatura del Gobierno de Lula. Agitador adusto, tenso y autoritario,
desarrolló la estrategia de sobornar a partidos de derecha pequeños
y corruptos para garantizar una mayoría funcional en el Congreso. En
la sesión del Comité de Ética de la Cámara celebrada
el 14 de junio y retransmitida por televisión, Jefferson le acusó de
organizar la corrupción y le dijo en tono imperativo: "Vete rápido,
Zé", para salvar a Lula del escándalo. Dos días
después, Dirceu dimitió.

La indignación pública
se alimenta del miedo a que todo acabe en ‘pizza’, palabra
en clave que, en Brasil, designa los acuerdos políticos para absolver
a los culpables y que todo quede como estaba

Día tras día, semana tras semana, el desfile de acciones corruptas
con sus numerosas ramificaciones fue dañando la autoestima de la sociedad.
El martilleo de la prensa ha sido constante. Es la primera crisis política
que sufre Brasil en la era digital, con blogs en Internet, cadenas de correos
electrónicos y páginas como www.e-indignacao.com.br, en la que
al menos 503.000 personas, hasta ahora, se han sumado a una protesta virtual
en Brasilia.

La indignación pública se alimenta del miedo a que los escándalos
terminen en pizza, palabra en clave con la que se denominan en Brasil los acuerdos
políticos para absolver a los culpables y dejar las cosas como estaban.
Los diputados están presionando para salvarse de perder el escaño
en el Congreso, lo que significaría, además, la prohibición
de presentarse a elecciones durante ocho años. Varios dirigentes, ante
esa posibilidad, amenazan con "contarlo todo" e involucrar a docenas
de personas si no les absuelven. La expulsión la decide toda la Cámara
mediante voto secreto, lo cual deja espacio para que haya pactos entre partidos
sin tener que responder ante nadie.

LOS PECADOS DE LULA
Lula llegó a la presidencia como símbolo de esperanza y de los
cambios logrados por Brasil con su nueva democracia. Fue emocionante el espectáculo
de su toma de posesión en Brasilia, el 1 de enero de 2003, con una muchedumbre
que rodeaba el Rolls-Royce presidencial, llena de adoración, alegría,
esperanza y solidaridad con un hombre que había comenzado la vida como
uno de ellos y se había convertido en ejemplo de lo que podían
alcanzar hasta los más pobres. Hoy es una figura solitaria, ni temida
ni respetada.

La esencia de la tragedia humana es la autodestrucción, una opción
de los privilegiados, porque requiere contemplación y posibilidad de
elegir. El antiguo sindicalista tuvo sus alternativas. Lo que ha hecho con
ellas refleja una personalidad muy compleja, cuya espectacular ascensión
engendró una arrogancia que le hizo perder su guía moral. Pese
a no haber ido a la escuela más que hasta quinto curso, Lula había
presentado su candidatura a la presidencia en cuatro ocasiones. Es un hombre
que siempre ha tenido dificultades para leer, pero es muy inteligente, tiene
capacidad de improvisación y sabe escuchar. Un colaborador cercano dice
que resulta penoso ver cómo el presidente tarda una hora en leer una
sola página. Tal vez, el hecho de que no se haya esforzado para superar
su problema es una decisión voluntaria. Otra elección libre fue
su indiferencia ante la corrupción. Y otra más grave: entregó las
riendas del Gobierno y él se dedicó a las relaciones públicas.

No obstante, Lula ha conseguido ciertas cosas. Ya antes de que el pánico
invadiera los mercados financieros ante la perspectiva de su victoria en 2002,
tuvo la prudencia de comprender que el pueblo de Brasil no iba a aceptar volver
a la inflación crónica. Se dio cuenta de que el motor principal
de la política de su Gobierno debía ser la estabilidad, porque
de ella dependía su supervivencia política.

Días de gloria: Lula, aclamado por la población de Brasilia el día de tu toma de posesión, el 1 de enero de 2003.
Días de gloria: Lula,
aclamado por la población de Brasilia el día de

su toma de posesión, el 1 de enero de 2003.

La consolidación de la estabilidad y la reanimación del crecimiento
deberían haber dado a Lula una ventaja decisiva para la reelección
en octubre de 2006. La decencia y la simpatía que irradiaba hacían
que la gente le perdonara el fracaso de su programa Hambre
Cero
y otros planes
sociales inundados por la desorganización y la corrupción. Pero
sus posibilidades para 2006 han disminuido con los escándalos, si bien
el presidente ha prometido hacer esfuerzos renovados para superar estas dificultades.
Ha intentado separarse de su partido y ha culpado al sistema político: "Lo
que hizo el PT, desde el punto de vista electoral, es lo que se hace sistemáticamente
en Brasil". En otro momento ha llegado a afirmar que "en este país
no ha nacido todavía quien pueda darme lecciones de ética".
Ante los dirigentes sindicales de los jubilados aseguró que no iba a "negociar
con el diablo para seguir en la presidencia". "No me presentaré a
la reelección si eso significa sacar a subasta ministerios y ser incapaz
de mejorar la economía y distribuir más las rentas", aseguró.
Sin embargo, al día siguiente, Lula hacía campaña, con
el casco de cuero de un vaquero del interior (cangaceiro), llorando por su
madre y contando ante una muchedumbre, en su ciudad natal de Pernambuco, que,
si decidía presentarse, "ellos [las élites] tendrán
que tragarme otra vez, porque el pueblo brasileño me querrá a
mí".

Lula ha hablado con frecuencia de que hay una conspiración de las clases
dirigentes para derrocar a su Gobierno. Pero los empresarios, la banca y los
políticos de la oposición se oponen de forma casi unánime
a iniciar un proceso de destitución, pese a que muchos dicen que existen
amplias bases legales.

Mientras tanto, la economía va bien. La inflación disminuye.
Las finanzas públicas están mejorando y las balanzas internacionales
muestran unos superávit cada vez mayores. Los analistas temen que la
caída de Lula supondría también la caída del ministro
de Economía, Antonio Palocci, "el poste que sostiene la carpa",
según Delfim Netto, el cínico responsable de ese departamento
durante el régimen militar (1964-1985). El sistema político de
Brasil no parece tener suficiente confianza en sí mismo para afrontar
el trauma de un proceso de destitución como el que provocó la
dimisión de Fernando Collor de Melo, en 1992.

‘LULINHA, PAZ E AMOR’
La mayor transferencia ilegal de dinero descubierta, hasta ahora, es la de
15,5 millones de reales pagados a la empresa de marketing político
de Duda Mendonça, que creó la campaña Lulinha,
paz e amor
para las elecciones de 2002. Lula se había negado a volver a
presentarse, después de perder en tres ocasiones, si el PT no contrataba
a este publicista.

Pero, tras la victoria electoral, al asesor le resultó difícil
cobrar, y aseguró que casi la mitad del total de su factura de 25 millones
de reales se pagaron de forma ilegal, dentro de un plan de blanqueo de dinero
que utilizaba fondos ocultos en el extranjero, y que para cobrar la deuda tuvo
que abrir una cuenta a nombre de Düsseldorf en BankBoston, Bahamas.

 

La crisis del ‘mensalão’

Protagonistas: arriba, Jefferson declara el 14 de julio ante el Comité de Ética del Gongreso; abajo, Lula se reúne con sindicalistas en medio de la crisis, el 11 de julio. A la derecha, Dirceu anuncia su dimisión el 16 de julio de 2005.
Protagonistas: arriba,
Jefferson declara el 14 de julio ante el Comité de Ética
del Gongreso; abajo, Lula se reúne con sindicalistas en
medio de la crisis, el 11 de julio. A la derecha, Dirceu anuncia
su dimisión el 16 de julio de 2005.

Hace una década se hizo famoso por encabezar en la Cámara
baja la defensa del presidente Collor de Melo durante su impugnación.
Abogado criminalista, estudiante de canto y gran actor, Roberto Jefferson
era un obeso con gafas de concha que parece haberse sometido a una
transformación para aparecer en el teatro de las investigaciones
televisadas del Congreso.

Adornado con un brazalete de candomblé, la religión
afrobrasileña tradicional, se defendió con brillantez
y un humor cáustico en televisión mientras desvelaba
el sistema de sobornos de congresistas por parte del PT, conocido como mensalão, que
comprendía pagos en efectivo de muchos millones de dólares. "Es
más fácil alquilar a un diputado que discutir con él
una propuesta del gobierno. El que cobra no piensa". La principal
justificación de esos pagos era la financiación de la
campaña. A mediados de mayo de 2005, el prestigioso semanario
brasileño Veja publicó, también en su web, una
entrevista, grabada con cámara oculta, a un funcionario menor
de Correos que recibía, como si nada, un soborno de 3.000 reales. "Somos
tres, y trabajamos juntos", decía en la cinta el empleado,
Maurício Marinho. "Los tres estamos designados por Jefferson".

Cuando el vídeo se difundió en televisión, Lula
intentó defender a su aliado: "Tenemos que mostrar solidaridad
con nuestros socios". Lula y el PT fracasaron en sus esfuerzos
para impedir una investigación penal, y después trataron
de distanciarse de Jefferson emprendiendo otra, por parte de la policía.
Jefferson concedió una larga entrevista a Folha de
São Paulo,
en la que explicaba el mensalão para
sobornar a docenas de congresistas. El 14 de septiembre fue expulsado
del Congreso, a pesar de los elogios por denunciar los escándalos.

 

 

A medida que se sucedían los escándalos, Lula insistió en
que no sabía nada de pagos ilegales. Al día siguiente del sorprendente
testimonio de Duda, el presidente pronunció unas breves palabras por
televisión: "Con toda franqueza, me siento traicionado, traicionado
por unas prácticas inaceptables de las que nunca supe nada". Ese
mismo día, la revista Época publicó una entrevista con
Valdemar Costa Neto, líder del pequeño Partido Liberal (PL),
que había dimitido del Congreso después de que Jefferson le acusara
de recibir sobornos del PT. Según Valdemar, el presidente estuvo presente
en una reunión celebrada el 19 de junio de 2002 en casa de Dirceu, en
Brasilia, para superar la falta de acuerdo con respecto al dinero. "Empecé pidiendo
20 millones de reales para llegar a un acuerdo en 15 millones", explicaba. "Lula
estaba en la habitación de al lado. Sabía que estábamos
negociando cifras. Dije: ‘¿Qué tal si acordamos 10 millones
de reales?’, y Lula entró para autorizar la operación".

LA TIERRA FELIZ DE PELÉ
La evolución de las instituciones brasileñas en las últimas
décadas permite, sin embargo, confiar en que de este episodio surjan
nuevos avances. Brasil sigue siendo un país con aspiraciones. Sus ciudadanos
se juzgan con los criterios políticos de las democracias occidentales
avanzadas. Pero su veredicto oscila entre el triunfalismo y la desesperación.
Lula se ha quejado muchas veces de que Brasil padece una herança
maldita
(herencia maldita) en referencia al gobierno anterior y a una economía
y a una sociedad con raíces históricas en la esclavitud y los
asentamientos precarios.

El pesimismo coexiste con la idea de Brasil como una tierra feliz, el país
del futuro, una potencia mundial para el siglo xxi, la patria de Pelé,
el único país que ha ganado la Copa del Mundo de fútbol
en cinco ocasiones y un archipiélago continental de comunidades que
hablan la misma lengua y ondean la misma bandera. Y es una tierra feliz porque
ha tenido muchas oportunidades. Pese a las distorsiones y las injusticias institucionalizadas
en una inflación crónica, fue la economía que más
creció del mundo de 1870 a 1980. Los índices de expansión
se han venido abajo desde ese año por las debilidades institucionales
que desembocaron en la violencia urbana, las crisis de la deuda y la hiperinflación,
pero resulta difícil reconocer el Brasil del pasado. En 1900, sólo
había 17 millones de habitantes, el 90% en zonas rurales, con una esperanza
de vida de 31 años y una renta per cápita de 678 dólares
(de 1990). Había más del 80% de analfabetos, frente al 11% actual.
Hoy hay 180 millones de personas, el 82% en pequeñas y grandes ciudades,
con una expectativa de vida de 71 años, y la renta real se ha multiplicado
por 10 desde entonces.

Dona Lindu, la madre de Lula, era una mujer valiente, analfabeta, que tuvo
11 hijos, cuatro de los cuales murieron muy temprano. En su época, de
cada 1.000 niños nacidos, unos 200 no alcanzaban los cinco años.
Hoy, esa cifra ha bajado a 34, aunque Brasil siga padeciendo muchas más
muertes infantiles que los países ricos. Cuando Lula era niño,
sólo había seis millones de alumnos inscritos en la escuela primaria
y secundaria, mientras que hoy hay casi cuarenta millones. En 1950, cuando
el joven Lula tenía cinco años, era tal la escasez de productos
derivados del petróleo que hasta el asfalto para las carreteras tenía
que importarse. Ahora Brasil no sólo es autosuficiente en cuanto al
oro negro, sino que pronto empezará a exportar, gracias a los yacimientos
de crudo y gas recién encontrados frente a la costa. Además,
con su enorme extensión de tierra cultivable barata y su elaborada tecnología,
se ha convertido en una superpotencia agraria.

Brasil se ha desarrollado
con rapidez, pero aún le falta la capacidad institucional de abordar
unos problemas cuya escala y complejidad sólo puede afrontar como
es debido una población preparada

La inflación crónica en los años 80 y principios de los
90 hizo que los bancos brasileños fueran los primeros en desarrollar
un sistema continental de pagos por ordenador, adaptado durante la elaboración
de sistemas de elecciones electrónicas y recuento de votos. Hoy, la
Hacienda federal cobra el 95% de los impuestos por Internet. Todos estos nódulos
de comunicación se adentran cada vez más en el interior, movidos
por una ilusión de expansión infinita que caracteriza a las sociedades
pioneras de toda América.

Con todas estas ventajas y logros, ¿por qué está la vida
política tan asolada por la mediocridad y la corrupción? Brasil
se ha desarrollado con rapidez, pero sigue faltándole la capacidad institucional
de abordar unos problemas cuya escala y complejidad sólo puede afrontar
como es debido una población preparada.

El no haber desarrollado el capital humano es una de las herencias de la esclavitud
que, poco a poco, se está superando. Una de sus penosas consecuencias
se ve en la reacción de la clase política ante la crisis de corrupción
en el Gobierno de Lula: se han visto muchas acusaciones, pero pocas propuestas
para vencer las dificultades. Ocurre así, sobre todo, con los partidos
de la oposición, que parecen pensar que el escándalo les va a
beneficiar, sin que necesiten proponer ideas ni soluciones propias.

En todas las sociedades y todos los sistemas políticos existen ineficacias
e injusticias, pero unos niveles de educación más elevados suelen
quitar peso a esos fallos. La formación no sólo tiende a reducir
la corrupción, sino que refuerza la cooperación y da a la gente
la posibilidad de encontrar otras oportunidades. Brasil tendría un futuro
brillante si pudiera superar sus obstáculos institucionales. Para lograrlo,
es precisa una nueva estrategia que cuente durante mucho tiempo con el apoyo
de una serie de gobiernos elegidos y otorgue credibilidad a un programa de
largo alcance para fortalecer las instituciones públicas y hacer realidad
el potencial del país.

Verano caliente: manifestantes en Brasilia el 17 de agosto de 2005.
Verano caliente: manifestantes
en Brasilia el 17 de agosto de 2005.

ALIANZA DE
PROGRAMAS

Es necesario un consenso a largo plazo, porque harán falta décadas
para consolidar el progreso en ámbitos fundamentales como la educación,
las infraestructuras y la reforma política. Para ello, tiene que surgir
un centro democrático más fuerte, con un programa coherente y
creíble de innovación, tanto en la política como en los
procesos.

Una alianza basada en un programa de gobierno así podría apoyar
ideas como dar prioridad a la educación de calidad y las infraestructuras
a largo plazo; ampliar la responsabilidad del Congreso; una reforma política
amplia (con un sistema de elecciones primarias que decidiría las candidaturas
controvertidas); y con distritos electorales -que ahora corresponden
a los Estados y las ciudades- reducidos a unidades de población
uniformes, de forma que los legisladores tengan que responder ante unos votantes
específicos y la obligación de todos los candidatos y partidos
de publicar sus activos en Internet para permitir que el sistema político
se vigile a sí mismo.

OTRA DISTRIBUCIÓN ES POSIBLE
Casi todos los especialistas están de acuerdo en que el fin de la inflación
crónica, en 1994-1995, ayudó más a reducir la pobreza
que cualquier programa social. Un estudio realizado por especialistas en IPEA,
un organismo de investigación gubernamental, concluyó que el
gasto en programas sociales desde aquel año no ha logrado disminuir
la proporción de personas que viven en la pobreza y la extrema pobreza.

Entre 2000 y 2001, Brasil dedicó a educación, sanidad, seguridad
social y vivienda tanto dinero per cápita como Chile, cinco veces más
que Perú y República Dominicana, tres veces más que Colombia
y dos veces más que México. Sin embargo, indicadores sociales
como la mortalidad infantil, el nivel educativo, la esperanza de vida, la vivienda,
las condiciones sanitarias y las rentas familiares no han sido mejores, desde
1990, que los de otros países que dedican mucho menos dinero.

¿Por qué? Según el Ministerio de Finanzas, el gasto en
pensiones, que representa el 73% de todas las transferencias de moneda hechas
por el Gobierno central en 2002, tiene un perfil regresivo, puesto que la mayoría
del dinero va a parar a los hogares más ricos. Ese ministerio dice que "Brasil
es un país con una renta per cápita relativamente baja y una
carga fiscal tan elevada como la de los Estados ricos. Sin embargo, no ha podido
utilizarla para vencer sus enormes desigualdades de riqueza". Las transferencias
de salario mínimo a personas pobres no representan más que el
1,7% del total, y sólo supusieron un incremento de sus ingresos de un
0,4%.

La quinta parte más rica de la población recibe el 61% del gasto
en pensiones. Brasil dedica el 12% del PIB al pago de jubilaciones, más
que Gran Bretaña, España, Japón y Estados Unidos, pese
a que éstos tienen poblaciones mucho más envejecidas. Si en España
el 45% de las pensiones va a los mayores de 70 años, en en el país
latinoamericano la mayor proporción (40%) se dedica a personas entre
40 y 60 años. Los impuestos y las transferencias en Brasil sólo
reducen las desigualdades en un 14%, frente al 50% en Europa. Aunque sólo
el 6,5% de los brasileños es mayor de 65, los programas sociales favorecen
a los mayores antes que a los jóvenes, que carecen de una educación
decente.

Brasil dedicó entre
2000 y 2001 tanto dinero ‘per cápita’ como Chile a
gastos sociales, cinco veces más que Perú y dos más
que México, pero sus cifras de mortalidad infantil o vivienda
no son mejores

EVITAR EL SUICIDIO COLECTIVO
Todos los especialistas están de acuerdo en que las políticas
sociales para ayudar a los más pobres son necesarias y sostenibles.
El principal problema es que el sistema de pensiones encamina a Brasil hacia
el suicidio colectivo, porque arrebata al país unos recursos que necesitaría
para invertir en su desarrollo futuro.

Las soluciones, seguramente, serán graduales. Son sencillas, obvias
y siempre se encuentran con feroz oposición política: elevar
la edad de jubilación a 65 años y eliminar las disposiciones
especiales, como la de permitir que las mujeres se retiren cinco años
antes que los hombres; disociar las pensiones del salario mínimo, lo
que disminuiría la carga fiscal que se crea cada vez que el Congreso
aprueba una gran subida del salario mínimo; proporcionar más
recursos y más personal para que el sistema de la seguridad social pueda
combatir el fraude y la corrupción.

"Brasil no se merece lo que está ocurriendo", dijo Lula
en París al inaugurar el Año de Brasil en Francia, y mientras
se multiplicaban los escándalos. "Merece mucho más".
Mucha gente está de acuerdo. Pero hay que hacer innovaciones institucionales
para evitar situaciones como ésta en el futuro. La sociedad brasileña
sólo podrá adquirir seguridad en sí misma si invierte
en el futuro y no en el pasado, en estrategias de capacitación como
la educación y las infraestructuras, y no en el parasitismo fiscal cultivado
por un sistema político arcaico.

¿Algo más?
En su capítulo dedicado a Brasil, el completísimo
informe de la CEPAL Estudio económico de América Latina
y el Caribe, 2004-2005
(agosto,
2005) explica cómo en 2004 Brasil experimentó su
mayor expansión en los últimos 10 años,
y analiza con detalle la reciente evolución económica
y financiera del país. Mientras, en el último Índice
de percepción de la corrupción,
de
Transparency International (octubre, 2005), Brasil ha caído
del puesto 59 al 62 (con una pérdida de puntuación
desde 3,9 a 3,7) de 159 países, durante la legislatura
de Lula (www.transparencia.org.br y en www.transparency.org).

Para profundizar en la herencia maldita brasileña
es interesante consultar el clásico del recientemente
fallecido Celso Furtado, Formação
economica do Brasil
(Río de Janeiro,
1959), y su último libro Em busca de
Novo Modelo
(São
Paulo: Editora Paz e Terra, 2002), en el que culpa de la desigualdad
y los problemas de desarrollo de Brasil a la obsesión
de las élites brasileñas por reproducir el
modelo de consumo estadounidense en lugar de invertir.

 

 

Norman Gall es director del Instituto
Fernand Braudel de Economía Mundial de São Paulo (Brasil) y miembro
del Consejo Editorial de
FP EDICIÓN ESPAÑOLA.