Una de las regiones con más tensión ideológica del mundo se pasa al pragmatismo.

 

Con la toma de posesión del nuevo presidente de Colombia, los observadores quizá se sientan tentados de proclamar una nueva era política en América Latina. El conservador Juan Manuel Santos ha sucedido a Álvaro Uribe, el presidente más de derechas de Suramérica en los últimos años. Si a eso se añade la reciente elección en Chile del conservador Sebastián Piñera y la posible victoria en Brasil del candidato presidencial de igual ideología José Serra en las elecciones de octubre, sería fácil suponer que, cuando todavía no hace ni 10 años que Hugo Chávez y Evo Morales empujaron la región hacia la extrema izquierda, Latinoamérica está regresando hoy hacia la derecha.

MARTIN BERNETTI/AFP/Getty Images

Pero la realidad es más compleja. El Barómetro Latinoaméricano, un sondeo de opinión pública comparada que sigue la pista de las actitudes políticas desde 1995, revela que, en todo caso, la región ha dado un giro pronunciado hacia el centro. En 2002, el 29% de los habitantes de América Latina se identificaban como centristas; en 2008, esa cifra había subido al 42%.

No es extraño, dada la historia del continente, que se haya impuesto cierta dosis de moderación política en tiempos de prosperidad. En las décadas de intromisiones y dictaduras militares durante la Guerra Fría del siglo XX, América Latina era un lugar de enorme tensión ideológica. En nuestros días, la región se deja guiar más por el pragmatismo que por unas creencias. Casi todos los candidatos, tanto los teóricamente de izquierdas como los teóricamente de derechas, están más o menos de acuerdo en las políticas económicas y sociales. Por supuesto que la ideología no ha desaparecido, pero tiene menos importancia que la capacidad real de los Gobiernos de administrar sus respectivos países.

En muchos casos, la izquierda y la derecha comparten una continuidad general y cierta previsibilidad en aspectos económicos, de seguridad y de política social. En las elecciones es posible aún discernir las diferencias, pero los vínculos de Latinoamérica con el resto del mundo, la confianza cada vez mayor que tiene en sí misma y el crecimiento de su clase media han atenuado la brusquedad de los cambios políticos. Los ciudadanos votan en función de la actuación de los Gobiernos, su capacidad de resolver problemas acuciantes como el crimen y el desempleo, además de por el carisma, el talento político y el atractivo general de los candidatos. No tienen tan en cuenta en qué parte del espectro político están.

En los comicios colombianos, por ejemplo, había escasas diferencias en las políticas económicas y de seguridad fundamentales entre Santos y su principal adversario, el ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus. La distinción entre los dos era sobre todo estilística. Las elecciones de Chile vieron una coincidencia similar entre Piñera y el candidato de la coalición de centro izquierda, el ex presidente Eduardo Frei. Aunque es un político “de derechas”, Piñera está comprometido con el programa de salud y educación llevado adelante por los ex presidentes Michelle Bachelet y Ricardo Lagos, ambos socialistas.

En Brasil, también, las disparidades políticas entre la izquierdista Dilma Rousseff -la candidata impulsada por el presidente saliente, Luiz Inácio Lula da Silva- y Serra son bastante modestas en conjunto. Serra incluso está proponiendo la ampliación de Bolsa Familia, el programa brasileño de transferencia de dinero para luchar contra la pobreza que ha sido uno de los pilares del Gobierno de Lula. Las diferencias en política exterior son más claras -Serra prefiere unas relaciones menos íntimas con Venezuela e Irán-, pero ningún candidato serio puede renunciar a la influencia de Brasil en el mundo.

Cuando han aparecido candidatos más radicales en el continente, ha sido en gran parte porque las instituciones políticas tradicionales se habían venido abajo y sus predecesores estaban desacreditados, no porque los latinoamericanos se hubieran vuelto de pronto de izquierdas o de derechas. Chávez en Venezuela, Morales en Bolivia y Correa en Ecuador llegaron al poder en circunstancias así. Una vez en su cargo, los reeligieron porque el descontento acumulado era muy profundo, no habían surgido alternativas atrayentes y algunos de sus programas sociales habían tenido un éxito relativo. También ayudaron las enmiendas constitucionales para aumentar su autoridad ejecutiva, reforzar el control político e inclinar el campo de batalla a su favor.

La popularidad de Chávez, por ejemplo, está en su punto más bajo en siete años, debido, en parte, a la mala gestión económica

Pero estos socios de izquierdas no deben dormirse en los laureles; la opinión pública puede dar la vuelta con mucha facilidad si las políticas empiezan a fracasar. La popularidad de Chávez, por ejemplo, está en su punto más bajo en siete años, debido, en parte, a la mala gestión económica. Y tal vez el fenómeno más inesperado en las recientes elecciones de Chile y Colombia fue la aparición de rivales como, respectivamente, Marco Enríquez-Ominami, ex miembro del Partido Socialista, y Mockus. Estos dos candidatos dejaron clara la existencia de un deseo creciente de tener una política más abierta y nuevas formas de enfocar los problemas, sobre todo entre la juventud latinoamericana.

Santos, que es un político astuto, ha captado el mensaje que representó Mockus. Desde que salió elegido en junio, se ha distanciado de Uribe y ha adoptado un tono menos batallador, con llamamientos constantes a la “unidad nacional” y un gabinete extraordinariamente independiente. Santos es un defensor de la llamada Tercera vía que en su día articularon Bill Clinton y Tony Blair, un intento de conciliar las políticas de libre mercado con los ideales socialistas. ¿Convierte eso a Santos en alguien de centro izquierda o de centro derecha? Colombia espera que lo convierta en un buen presidente.

 

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