• Mishpacha, Jerusalem

 

En la era de la televisión por satélite e Internet, es extraño que una revista
impresa altere la conciencia de una comunidad completa. Pero Mishpacha,
un semanario publicado en inglés y hebreo, lo ha conseguido. Leído por un 30%
de los ultraortodoxos en Israel y por un porcentaje similar de ese grupo en
EE UU, la revista ha redibujado las fronteras del discurso público en esta colectividad.
Mishpacha es, al mismo tiempo, expresión y agente de la revolución
de la sociedad ultraortodoxa”, dice Tamar Rotem, periodista del diario liberal
israelí Haaretz. Pero la cabecera (cuyo nombre significa “familia”)
no lo ha hecho disparando desde los extremos, sino dirigiéndose a una nueva
mayoría que, de alguna forma, ella misma está contribuyendo a definir: más democrática,plural
y autocrítica de lo que cabía imaginar hace unos años.

En hebreo, a los ultraortodoxos se les llama haredim (temerosos),
para reflejar la reivindicación de esta comunidad como símbolo del último bastión
del judaísmo centrado en el respeto y la reverencia hacia Dios. El movimiento
nació a principios del siglo XIX, cuando el humanismo laico de la Ilustración
comenzó a penetrar en las poblaciones judías de Europa del Este. Los principales
rabinos respondieron al cambio prohibiendo la enseñanza laica y todas las innovaciones
que reflejasen las sensibilidades modernas. Después del Holocausto, los ultraortodoxos
supervivientes que se agruparon en Israel se enfrentaron al triunfo del sionismo
secular. En respuesta, los haredim israelíes crearon una cultura más
cerrada y controlada que nunca. La televisión y el cine se prohibieron y el
ansia por la educación superior empezó a ser mal vista, salvo para ganarse la
vida. Lo mismo ocurrió con el debate interno y la crítica. En las dos décadas
pasadas, sin embargo, el crecimiento exponencial de la población ultraortodoxa
en el mundo (la familia media tiene entre seis y ocho hijos) les ha calmado.
Mientras, el sionismo ha perdido mucho caché, sobre todo porque su mayor objetivo
–la creación de un Estado judío en Israel– se ha conseguido.

La nueva autoestima de la sociedad ortodoxa le ha permitido ser también más
autocrítica, y Mishpacha ha jugado un importante papel en este sentido.
Su revolución tranquila no es evidente en la portada, que a menudo se ilustra
con la imagen de uno de esos sabios de la Torá con barba blanca que son los
héroes culturales de esta sociedad. El primer indicio de aire fresco se encuentra
en la sección de cartas. En un número reciente, un lector escribía sobre la
discriminación contra “los reconvertidos al judaísmo” –judíos de familias no
ortodoxas que se han unido a la comunidad rigorista–, lo que desencadenó un
gran debate en la calle ultraortodoxa y en el magacín. Mishpacha
apunta otras formas de discriminación, como la tendencia de algunas escuelas
y seminarios ultraortodoxos a negar la asistencia de judíos procedentes de África
o de Oriente Medio. Al denunciar algunas formas de racismo, la publicación está
cambiando la estructura jerárquica y el enfásis en el pedigrí familiar en la
sociedad ultraortodoxa.

Aunque Mishpacha permanece, en teoría, neutral sobre las cuestiones
políticas que dividen a Israel, cubre de forma exhaustiva acontecimientos como
la retirada de los colonos de la franja de Gaza y la guerra con Líbano del verano
pasado. Eli Paley, fundador de la revista y consejero delegado de Mishpacha
Publishing Group, asegura que quiere promover el diálogo entre la comunidad
ultraortodoxa y el resto de la sociedad israelí, así como potenciar la empatía
de los haredim hacia el sufrimiento ajeno. “No tomamos partido durante
la retirada de Gaza”, dice Paley. “Fuimos muy criticados porque gran parte del
universo haredi estaba contra la retirada. Lo que sí cubrimos (…) fue el dolor
de los colonos expulsados de sus casas”.

La agenda oculta de Mishpacha –para mediar en la détente
entre modernidad y ultraortodoxia– está todavía en construcción. “Lo que me
interesa”, asegura Paley, “es lo que podemos aprender de la modernidad, no lo
que tenemos que temer”.

La publicación lleva reportajes sobre la sociedad contemporánea apropiados
para los haredim, y silencia otras cuestiones. La ciencia se acepta,
incluso quizá la evolución, pero no la promiscuidad sexual, el cotilleo sobre
famosos y el culto a la fama.

Al ofrecer un modelo de fundamentalismo seguro de sí mismo y sin miedo a discutir
con la modernidad, Mishpacha tiene el potencial para extenderse más
allá de sus propias y escogidas fronteras y abrir camino para otros grupos tradicionalistas
en todo el mundo que están intentando hacer las paces con nuestros tiempos.