
Algunas de las preguntas que hay que hacerse a la hora de apostar por una intervención militar en Siria. ¿Cómo actuar? ¿Qué funciona y qué no? Empecemos por echar un vistazo a los aciertos y fallos en operaciones pasadas.
Los recientes atentados en París, las imágenes de miles de refugiados cruzando las fronteras europeas buscando un futuro mejor y las escenas de los conflictos de sus lugares de origen implican cuestionarse una posible intervención armada en Siria por parte de la comunidad internacional. Pero tener que actuar es diferente que poder actuar. Una operación de esta naturaleza necesita de tres elementos: voluntad política, músculo militar y capacidades logísticas.
Si bien es cierto que la atención está puesta en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, los actores regionales tienen intereses encontrados y dudosas capacidades militares para poder abordar una empresa de semejantes dimensiones. Conviene recordar que la misión de Bosnia, cinco veces más pequeño que Siria, comenzó con 60.000 tropas de la OTAN.
Para la opinión pública occidental es muy sencillo exigir respuestas inmediatas siguiendo la lógica del “que alguien haga algo”. Ese algo se llama planificación, uso de la fuerza y despliegue de tropas, acompañado de una intensa labor diplomática multilateral en busca de legitimidad y de unión de voluntades a medio y largo plazo. Pero aquí lo relevante no es el “qué” sino el “cómo”. Hacer algo significa también mostrar escenas que no gustan a la sensibilidad de esa misma opinión pública, como por ejemplo, ampliar la partida presupuestaria para defensa en época de crisis y recortes, bajas propias (muertos, heridos y mutilados) y daños colaterales (población civil). Y, además, la involucración en el conflicto siempre tiene un coste político, especialmente notable en las citas electorales. Los gobiernos están atrapados en esta coyuntura, y el líder de opinión, a la larga, también.
A pesar de los miles de refugiados sirios y de las escenas de terror que vemos en directo, y teniendo en cuenta las condiciones necesarias para que el uso de la fuerza sea legítimo, no es fácil tomar la decisión de llevar a acabo una intervención armada. Aparte de lo mencionado con Bosnia, veamos dos ejemplos más.
Estados Unidos lleva más de un año realizando acciones ofensivas contra el Estado Islámico, una campaña que ha recibido serias dudas en cuanto a su eficiencia. Cualquier análisis elemental sobre intervenciones militares confirma que ésta no puede lograr resultados óptimos sin la intervención de tropas. Los ataques aéreos necesitan el complemento de la ocupación física del terrero, y eso se llama boots on the ground (soldados sobre el terreno). Y es la tropa el ingrediente que las principales potencias no desean utilizar para enfrentarse a Daesh, ni Estados Unidos ni Reino Unido ni Francia ni Alemania, y por supuesto, ni Rusia ni Arabia Saudí.
La Operación Serval de Francia puesta en marcha en Malí de enero de 2013 a julio ...
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