La última guerra en el Cáucaso ha escenificado algunos de los cambios vividos en los campos de batalla del siglo XXI.

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Desfile militar azerí donde se exhibe un dron de fabricación islarelí. Valery Sharifulin\TASS via Getty Images

Los drones campearon en los cielos de Nagorno-Karabaj” o “Los nuevos señores del cielo” son algunos de los titulares que proliferaron en la prensa para explicar cómo el uso de aviones no tripulados (o UAV por sus siglas inglesas) fue decisivo para que Azerbaiyán tuviera una ventaja decisiva en las batallas con Armenia por este enclave territorial.

Este uso de los drones es la primera de las lecciones que pueden extraerse de la guerra que se libró en el Cáucaso a finales de 2020. Unas cuestiones que ayudan a entender cómo han cambiado y cómo serán los campos de batalla en los próximos años.

La aparición de aviones no tripulados no ha sido una novedad en sí. Estas armas han aparecido en conflictos que han marcado las dos primeras décadas del siglo XXI como Afganistán, Irak, Libia o Siria. En estos escenarios se han estado empleando principalmente en el marco de un conflicto asimétrico, contra grupos insurgentes o terroristas como Al Qaeda o milicias de diversa naturaleza.

En cambio, en Nagorno-Karabaj han demostrado su eficacia en un conflicto de corte más clásico, de estado contra estado, con una mayor presencia de elementos bélicos convencionales (artillería, tanques, blindados, infantería…) en ambos bandos.

Una de las primeras lecciones sobre el uso de drones es si ha sido clave cambiar la dinámica en un conflicto que llevaba enquistado desde principios de los 90. Conviene recordar que los enfrentamientos entre azeríes y armenios comenzaron en los últimos años de la Unión Soviética por el enclave de Nagorno-Karabaj (de mayoría armenia pero situado en territorio de Azerbaiyán).

Esta violencia cristalizó en una guerra abierta entre 1991 y 1994. Este conflicto dejó miles de muertos y un millón de desplazados de uno y otro lado. Armenia ocupó Nagorno-Karabaj y el territorio azerí circundante. Desde mediados de los 90, los momentos de tensión y las escaramuzas militares fueron habituales, con episodios destacados como los combates de 2016. Pero eran enfrentamientos que no producían cambios en la situación territorial, hasta llegar a la guerra de finales de 2020.

Los drones ayudaron a romper esta situación de empate militar. Así lo ve el coronel José Pardo de Santayana, analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), quien cuenta a esglobal que “los enfrentamientos en Nagorno-Karabaj habían estado condicionados porque cualquier intento azerí de operar, los armenios se atrincheraban aprovechando el terreno montañoso y conseguían éxitos tácticos con escasos medios técnicos”.

En el escenario visto a finales de 2020, con los drones dominando los cielos de Nagorno-Karabaj, “los azeríes han roto este cerrojo armenio”, señala el analista del IEEE. Hasta ahora, los UAV se habían asociado con misiones de detección y ataque de grupos insurgentes (y en especial a sus líderes). Pero durante las seis semanas de guerra, las tropas de Bakú utilizaron las aeronaves no tripuladas para detectar las posiciones enemigas en el terreno y atacarlas con mayor precisión.

Aunque los drones han dado mucho de qué hablar en los conflictos del siglo XXI, el coronel Pardo de Satayana recuerda que son sistemas militares con una tradición dilatada en los campos de batalla. El analista del IEEE señala el ejemplo de la invasión israelí del Líbano en 1982, cuando “las fuerzas hebreas los utilizaron con gran éxito para detectar posiciones de la artillería antiaérea siria en el valle de la Bekaa”.

Las posiciones armenias que detectaban los UAV eran atacadas con aviación, artillería o municiones merodeadoras. Este último tipo de armamento fue otra de las estrellas de esta guerra. De hecho, se consideran una especie de drones suicidas. Son proyectiles que una vez lanzados desde la aeronave no impactan directamente, sino que se quedan un rato volando a la búsqueda de un objetivo que atacar.

Con esta manera de actuar, las municiones merodeadoras son especialmente útiles para atacar enemigos que se han ocultado y desvelan su posición una vez que creen que ya no hay aeronaves enemigas cerca.

La emergencia de los drones en combates más convencionales ya se había visto en Libia y en Siria. En este último escenario conviene resaltar la operación Escudo de Primavera en marzo de 2020. Durante la misma, Turquía utilizó sus UAV para causar grandes bajas a las fuerzas del Gobierno sirio, en especial se cobraron un alto precio entre los tanques y blindados.

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Un soldado armenio en primera linea del conflicto en Nagorno Karabaj mira al cielo tras escuchar el sonido de un dron. Alex McBride/Getty Images

Por lo tanto, el uso de aeronaves no tripuladas contra fuerzas más convencionales no ha sido tan novedoso, pero sí que ha puesto en la palestra cómo “los drones y la robótica van a transformar el panorama militar”, explica el coronel Pardo de Santayana.

Si los UAV han sido las estrellas, los tanques y otros vehículos blindados han despertado cierto debate por si han quedado obsoletos ante los nuevos sistemas de

combate. Según afirmó en el diario The Washington Post un gran conocedor del Cáucaso como Thomas de Waal, investigador del Carnegie Endowment for International Peace, “un tercio de los tanques de Armenia fueron destruidos”. En concreto, el blog especializado en asuntos militares, Oryx, cifró en 133 los tanques armenios destruidos y en 68 los otros blindados.

Este volumen de pérdidas y la aparente poca eficacia para defenderse ante los drones, ha hecho que se abra el debate sobre si los tanques han dejado de ser útiles. Franz-Stefan Gady, investigador del International Institute for Strategic Studies (IISS), explica a esglobal que la narrativa de la obsolescencia de los blindados “ha surgido de vídeos de propagandas compartidos en canales de redes sociales”.

Para este experto, es una conclusión precipitada afirmar que los tanques están obsoletos. “La capacidad para penetrar blindajes de los drones todavía es limitada”, señala Gady. También resalta que las bajas humanas causadas por los UAV fueron mayores entre los destacamentos que no contaban con transportes blindados. Concretando un poco más, “los drones turcos Bayraktar TB2 conseguían impactos que podían dejar fuera de combate el tanque, pero en la mayoría de casos la tripulación sobrevivía”.

A modo de conclusión, el experto del IISS zanja el debate asegurando que “todavía no hay sustitutos para los tanques y otros vehículos blindados que puedan apoyar a la infantería en el campo de batalla moderno”. Para concluir esta cuestión, Gady añade que “los drones y los soldados con armamento ligero no pueden defender una posición por un período prolongado de tiempo”.

De cara a la defensa ante los drones, la mala preparación de las defensas antiaéreas armenias frente a estos aparatos no será una tónica habitual en próximos conflictos. Al menos en aquellos que impliquen a determinados actores como Estados Unidos, China o Rusia. El coronel Pardo de Santayana también apunta a que “los países con una preocupación intensa por la seguridad como Israel también están desarrollando la capacidad para protegerse de los aparatos no tripulados”.

Sobre las capacidades a desarrollar por las fuerzas armadas de los diferentes países, Franz-Stefan Gady señala que “una lección de esta guerra es que todos los ejércitos europeos necesitan sistemas móviles de defensa aérea de corto alcance, combinados con capacidades de guerra electrónica para defenderse de los UAV”.

Concretando más sobre estos sistemas de defensa, las grandes potencias han desarrollado sistemas de jamming (inhibición de frecuencias) que afectan a la navegación de estas aeronaves. Por ejemplo, los marines de EE UU consiguieron derribar así un dron iraní en el Golfo Pérsico en verano de 2019. Por su parte, Rusia también ha desarrollado sistemas similares a los que mencionaba Gady. Mientras que China utiliza tecnología láser para contrarrestar a posibles drones enemigos y la industria de defensa israelí también ocupa posiciones punteras en la creación de dispositivos contra los UAV.

Esta carrera por el desarrollo de un nuevo sistema de armas y los métodos para contrarrestarlos tampoco es nada nuevo. El coronel Pardo de Santayana compara esta situación con la vivida “cuando aparecieron los tanques y se comenzaron a desarrollar armas contra los carros de combate”.

 

Más allá de los cambios territoriales, la posición de los diferentes actores

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Reunión en el Kremlin del Primer Ministro armenio, Nikol Pashinyan, el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, y el líder ruso, Vladímir Putin, enero 2021. Mikhail Klimentyev\TASS via Getty Images

El armamento de última generación que utilizó Azerbaiyán con tanta eficacia en la guerra fue principalmente de fabricación turca (como el mencionado Bayraktar TB2) e israelí (en particular diversos modelos de municiones merodeadoras). Por su parte, los armenios recurrieron principalmente a aparatos de fabricación propia y contaron con algunos modelos rusos Orlan-10 para realizar tareas de reconocimiento.

El crecimiento del gasto en drones no ha sido ni será una tendencia única entre los contendientes en Nagorno-Karabaj. Según datos de la compañía Jane’s (referencia en temas de defensa) recogidos por el diario The Guardian, el gasto de los 10 principales países compradores de UAV militares (encabezados por EE UU, China y Rusia) fue de 8.000 millones de dólares en 2019.

Esta distribución de las potencias suministradoras de armamento a los bandos combatientes tiene su reflejo también en el equilibrio de influencias en el Cáucaso. Más allá de las cuestiones puramente militares, la última guerra en Nagorno-Karabaj también ha clarificado el equilibrio de influencias en la región. El analista del IEEE recuerda que “Armenia había sido el gran aliado de Moscú en la región, lo que le había permitido mantener el control del enclave y los territorios (legalmente azeríes) que lo rodeaban”.

La intransigencia armenia para llegar a un acuerdo sobre estos territorios está detrás de la permisividad del Kremlin con las derrotas que sufrieron las fuerzas de Ereván a finales de 2020. Mientras que si Azerbaiyán se atrevió a desencadenar las hostilidades “fue gracias al apoyo de Turquía”, recuerda a esglobal Carmen Claudín, investigadora del Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB). El apoyo material (con drones y mercenarios sirios) y diplomático fue patente durante las seis semanas de guerra y en la preparación de las Fuerzas Armadas de Bakú.

Claudín también señala que “el desencadenamiento de la guerra no le gustó a Rusia porque el Kremlin no quiere que se altere el statu quo de sus vecinos exsoviéticos y en especial en el Cáucaso, una zona que siempre ha sido muy volátil”.

“El acuerdo de alto el fuego [de finales de 2020] no trajo ningún beneficio para Armenia, salvo el de no perder más territorio”, continúa relatando la experta del CIDOB. Conviene recordar que, según la iniciativa diplomática impulsada por el Kremlin, se reconocían las ganancias territoriales azeríes en parte de Nagorno-Karabaj y los territorios circundantes. Claudín considera que “la imagen de Rusia ante Armenia ha quedado en entredicho por la oposición de buena parte de la población del país caucásico al acuerdo de paz, que lo veían como una herida a su orgullo nacional”. Mientras que Pardo de Santayana cree que “Moscú ha transmitido un mensaje claro al gobierno del primer ministro Nikol Pashinyan, los armenios necesitan a Rusia”.

Respecto al papel del gobierno de Recep Tayyip Erdogan, “Turquía había tenido tradicionalmente una presencia muy importante en la zona, pero hasta ahora no había contribuido a modificar el statu quo”, explica la experta del CIDOB.

¿El acuerdo auspiciado por Rusia puede verse como una solución definitiva para el conflicto de Nagorno-Karabaj? Carmen Claudín se muestra rotunda al decir que “la cuestión no está solucionada” y resalta que “hemos visto un alto el fuego y no un acuerdo político de entendimiento”. De cara a zanjar esta larga disputa territorial entre armenios y azeríes, la experta considera que “no habrá una resolución hasta que las dos partes no se sienten a hablar con voluntad de encontrar una solución política duradera”.