
En un mundo de naciones-Estado, resulta esencial estudiar los grandes imperios para comprender los conflictos actuales y futuros.

Visions of Empire, How Five Imperial Regimes Shaped the World
Krishan Kumar
Princeton University Press, 2017
La caída de la Unión Soviética en 1991 pareció acabar de forma definitiva con el largo enfrentamiento entre nación e imperio. Por más que se hablara del nuevo “Imperio Americano” de Estados Unidos, era evidente que el término “imperio” en su sentido clásico, parecía, al menos por el momento, haber tocado a su fin. Proliferaron las afirmaciones de que estábamos presenciando el fin, de que la democracia liberal había triunfado de una vez por todas, pero, 25 años después, esas proclamaciones no parecen tan acertadas. Si la nueva potencia hegemónica era o no un imperio depende de la perspectiva con que se analice, pero lo que es indudable es que tenía que serlo sin decirlo. Sin embargo, la distinción entre imperio y nación —para muchos la forma suprema de organización política a pesar de los horrores causados por los nacionalismos en Europa desde el siglo XIX y en el mundo entero después— no está tan clara como muchos historiadores querrían hacernos creer. El gran historiador Lewis Namier reconocía que el nacionalismo puede adoptar diversas formas y expresiones y que, por tanto, un término como “nacionalismo imperialista” no es tan contradictorio como parece.
Repasar algunos de los principales imperios de la historia y los discursos y la retórica de sus gobernantes ofrece unas perspectivas diferentes sobre un tema complejo. Krishan Kumar analiza de forma original en su último libro cómo contribuyeron cinco regímenes imperiales —el otomano, el de los Habsburgo, el ruso y soviético, el británico y el francés— a configurar el mundo actual. Destaca que, en los siglos XVI y XVII, el término “imperio” solía usarse en su sentido original (romano) de soberanía o autoridad suprema, y no con su significado posterior —y más común en la actualidad— de poder que se extiende sobre múltiples tierras y pueblos. El autor cita a T. S. Eliot —“Todos seguimos siendo, en la medida en que somos herederos de la civilización europea, ciudadanos del Imperio Romano”— para explicar que cualquier imperio debe ser romano en uno u otro sentido. Nunca se insistirá demasiado en la repercusión y la influencia de las ideas, formas de organización y símbolos de Roma en sus réplicas europeas modernas. El lenguaje del autor, libre de jerga, su maravillosa labor de investigación y su elegante estilo convierten su análisis en una auténtica obra maestra.
Cada uno de esos imperios se consideraba portador de una civilización universal para el resto del mundo. El objetivo podía estar envuelto en términos más religiosos, como en el islam de los otomanos y el catolicismo de los Habsburgo. Más tarde, en la tradición política británica o el comunismo mundial de los soviéticos, la misión adoptó una forma más laica. El autor señala que “el ascenso de la historiografía ...
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