Para Nadelmann es muy fácil atacar la retórica de la política antidrogas mundial. No hay duda de que un “mundo sin drogas” no tiene sentido, y hasta los que asumen esta frase lo saben. Esta tesis no puede ser un fundamento serio de las políticas de control, y hasta su valor retórico es discutible. Por otra parte, también se ha usado para justificar el rechazo a las “medidas de reducción de daños”, tales como los programas de intercambio de jeringuillas y las narcosalas. Estos programas consiguen indudables beneficios, ninguna evidencia dañina y tienen una irresistible lógica y humanidad. La primera mitad del artículo de Nadelmann defiende la reducción de daños, pero la última parte gira ligeramente hacia la legalización. Como argumentamos en Drug War Heresies (Cambridge University Press, 2001), hay dudas en la idea de que legalizando la cocaína y la heroína se reducirían muchos de los problemas que más nos preocupan hoy en día. El crimen caería drásticamente, el mercado ilegal de la droga, que es la perdición de tantas comunidades, desaparecería y, con un plan cuidadoso, la conexión entre el sida y los narcóticos inyectables se podría romper. Lo que está menos claro es cuánto aumentarían el consumo y la dependencia. Aunque el consumo de heroína subiese un 50% (manteniéndose aún inferior a los niveles de dependencia del alcohol y el tabaco), la sociedad estaría, probablemente, aún peor. La dosis media de una droga ilegal sería menos letal en un sistema regulado, pero si el número de esas dosis se incrementara de forma señalada el daño general para la sociedad podría crecer en vez de disminuir. La legalización debería ser una buena opción. Pero sus defensores deben aceptar que es imposible predecir sus consecuencias y reconocer la transformación –más que la completa eliminación– del problema, ya que la droga permanecería.

  • Robert MacCoun
    Profesor de Políticas Públicas,
    Goldman School,
    Universidad de California, Berkeley, California, EE UU

 

Ethan Nadelmann responde:
Robert MacCoun puntualiza que “la legalización debería ser una buena opción”, pero que debemos tener en cuenta su potencial impacto en los índices de consumo y dependencia, que no pueden ser predichos de manera fiable. Sus comentarios son acertados. Yo no digo que la legalización sea la respuesta al problema de la droga, pero sí es la pregunta que necesita ampliarse y considerarse de manera honesta. El régimen internacional de prohibición se ha convertido en el demonio que todos conocemos: sus daños y fallos son tolerados e ignorados más allá de toda razón. Se requiere una determinación crítica, pero a menudo ésta es aislada por intereses diversos, por simple inercia o por rechazo dogmático de la legalización como un tipo de herejía secular. Es hora de abrir el debate.