
¿Son los refugiados sirios en Líbano responsables de exportar el conflicto?
“La guerra en Líbano va a empezar cuando acabe en Siria”. El pronóstico que Hussein Ghalli, clérigo afiliado a la rama libanesa de los Hermanos Musulmanes, lanzaba en noviembre de 2012 tenía entonces tanto de desolador como de preclaro. Menos de dos años después, Líbano se ha convertido este verano en escenario propio del conflicto tras vivir el peor episodio de violencia en los más de tres años de guerra vecina, después de que milicianos del Frente Al Nusra y el autoproclamado Estado Islámico (EI, antes conocido como ISIS, Estado Islámico de Irak y el Levante, en inglés) entrasen en Arsal para enfrentarse al Ejército libanés. Los cuatro días de combates se han saldado con una veintena de soldados muertos, decenas de civiles abatidos, un número indeterminado de refugiados sirios abrasados en media docena de incendios provocados en los campamentos, así como el secuestro de 29 policías y soldados libaneses, de los cuales dos han sido decapitados.
En un país traumatizado, donde el miedo es un seguro de vida, la maquinaria de la memoria colectiva se ha puesto en marcha para señalar como cabeza de turco al elemento externo. Tras los sucesos de Arsal, el Gobierno libanés ha señalado a los refugiados como culpables y ha emprendido la devolución a una Siria aún en guerra de unas 2.000 personas, la mayoría indocumentadas. La repatriación ha ido acompañada de redadas en asentamientos informales y la detención de varios acusados de tener “vínculos con los extremistas”.
¿Cómo se ha llegado a este punto? Que la afluencia de refugiados sirios constituye un elemento desestabilizador del precario equilibrio sectario libanés no es nuevo. Desde el boom de entrada en 2012 a cuenta de la toma rebelde de Alepo y el endurecimiento del cerco sobre Homs (el número de refugiados se multiplicó por seis en los últimos siete meses, de los 17.267 registrados por ACNUR el 1 de junio de 2012, a los 129.106 el 31 de diciembre), políticos y agentes humanitarios han advertido de los riesgos del laissez-faire en la gestión de la crisis de un Ejecutivo enrocado en sus propios tejemanejes.
Mientras el Gobierno se negaba al establecimiento de campos que permitiesen una coordinación eficaz como en Turquía o Jordania, ha sido evidente la dificultad de desvincular a los exiliados con el conflicto. Siria ha exportado a Líbano el solapamiento entre población civil y rebeldes armados, adscritos primero al secular Ejército Libre Sirio (ELS) y, posteriormente, a nuevas brigadas más o menos islamistas. Esa militarización de la población civil alzada en armas contra el régimen fue la respuesta a la brutal represión de las protestas pacíficas iniciadas en 2011 y convertidas en un derramamiento de sangre con más de 190.000 muertos.
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