Los socialdemócratas de Europa pasaron un siglo construyendo y gobernando el Estado del bienestar; ahora ya no están en poder. He aquí cómo se puede restaurar la solidaridad para el siglo XXI.
Una vez que las celebraciones de Ed Miliband por haber ganado el liderazgo del Partido Laborista británico se hayan apagado, éste tendrá que vérselas con los desastrosos resultados electorales de su partido a comienzos de este año, que supusieron el segundo porcentaje de votos más bajo desde la Segunda Guerra Mundial. Quizá le consuele que el laborismo no está solo en su estancamiento en la oposición: según parece, en toda Europa la izquierda moderada está atravesando tiempos difíciles.
La socialdemocracia, que una vez fuera el orgullo de Europa, un movimiento político genuinamente autóctono que luchó por el Estado del bienestar y mejoró las vidas de millones de personas, está hoy en crisis. Los socialdemócratas suecos acaban de presenciar cómo sus rivales conservadores logran la reelección por primera vez en cien años. Sólo cuatro gobiernos del continente están dirigidos por socialdemócratas -en Grecia, Portugal, España y Noruega- y varios de ellos tendrían muchas probabilidades de verse obligados a abandonar el poder si las elecciones se celebraran hoy. A lo largo de 13 países europeos, incluyendo aquellos con los partidos socialdemócratas tradicionales más fuertes, su porcentaje medio de votos ha caído 7 puntos desde los 70.
Sin embargo, la socialdemocracia no es una causa perdida. Hay mucho que se puede hacer para detener el desangramiento del centroizquierda de Europa y ayudar a los progresistas moderados del continente a volver por sus fueros en el siglo XXI.
El primer paso sería simplemente reconocer lo profunda que es la crisis. La socialdemocracia sencillamente no se construyó para tiempos como estos; el movimiento comenzó como un medio para que la clase obrera lograra una voz política tras años de habérsele negado. Cuando comenzaron a organizarse los trabajadores no podían votar, no podían sindicarse, y soportaban condiciones laborales deplorables que no eran reguladas por el Estado. Los socialdemócratas convirtieron a estos ciudadanos en algo más que una pieza prescindible de la maquinaria capitalista; a cambio, recibieron su perdurable lealtad política.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los socialdemócratas se convirtieron en los principales defensores y constructores del Estado del bienestar, expandiendo enormemente el acceso a la sanidad, la educación, las pensiones, la vivienda y las ayudas económicas para la clase trabajadora. Los 70, sin embargo, plantearon nuevos desafíos. El crecimiento económico en los países avanzados se ralentizó bajo el impacto de la crisis del petróleo y la competencia internacional. A los socialdemócratas les pilló desprevenidos. Carecían de un programa para recuperar los altos niveles de crecimiento económico necesarios para sostener y expandir el Estado del bienestar.
El primer intento real de dar al centroizquierda europeo una puesta al día moderna se produjo en los 90 bajo la bandera de la Tercera Vía. ...
Una vez que las celebraciones de Ed Miliband por haber ganado el liderazgo del Partido Laborista británico se hayan apagado, éste tendrá que vérselas con los desastrosos resultados electorales de su partido a comienzos de este año, que supusieron el segundo porcentaje de votos más bajo desde la Segunda Guerra Mundial. Quizá le consuele que el laborismo no está solo en su estancamiento en la oposición: según parece, en toda Europa la izquierda moderada está atravesando tiempos difíciles.
La socialdemocracia, que una vez fuera el orgullo de Europa, un movimiento político genuinamente autóctono que luchó por el Estado del bienestar y mejoró las vidas de millones de personas, está hoy en crisis. Los socialdemócratas suecos acaban de presenciar cómo sus rivales conservadores logran la reelección por primera vez en cien años. Sólo cuatro gobiernos del continente están dirigidos por socialdemócratas -en Grecia, Portugal, España y Noruega- y varios de ellos tendrían muchas probabilidades de verse obligados a abandonar el poder si las elecciones se celebraran hoy. A lo largo de 13 países europeos, incluyendo aquellos con los partidos socialdemócratas tradicionales más fuertes, su porcentaje medio de votos ha caído 7 puntos desde los 70.
Sin embargo, la socialdemocracia no es una causa perdida. Hay mucho que se puede hacer para detener el desangramiento del centroizquierda de Europa y ayudar a los progresistas moderados del continente a volver por sus fueros en el siglo XXI.
El primer paso sería simplemente reconocer lo profunda que es la crisis. La socialdemocracia sencillamente no se construyó para tiempos como estos; el movimiento comenzó como un medio para que la clase obrera lograra una voz política tras años de habérsele negado. Cuando comenzaron a organizarse los trabajadores no podían votar, no podían sindicarse, y soportaban condiciones laborales deplorables que no eran reguladas por el Estado. Los socialdemócratas convirtieron a estos ciudadanos en algo más que una pieza prescindible de la maquinaria capitalista; a cambio, recibieron su perdurable lealtad política.
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Valery Hache/AFP/GettyImages |
Después de la Segunda Guerra Mundial, los socialdemócratas se convirtieron en los principales defensores y constructores del Estado del bienestar, expandiendo enormemente el acceso a la sanidad, la educación, las pensiones, la vivienda y las ayudas económicas para la clase trabajadora. Los 70, sin embargo, plantearon nuevos desafíos. El crecimiento económico en los países avanzados se ralentizó bajo el impacto de la crisis del petróleo y la competencia internacional. A los socialdemócratas les pilló desprevenidos. Carecían de un programa para recuperar los altos niveles de crecimiento económico necesarios para sostener y expandir el Estado del bienestar.
El primer intento real de dar al centroizquierda europeo una puesta al día moderna se produjo en los 90 bajo la bandera de la Tercera Vía. ...
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