Libia
Reunión de los ministros de exteriores sobre el cese de hostilidades en Libia durante el proceso de Berlín. (Cem Ozdel/Anadolu Agency via Getty Images)

Las coaliciones militares rivales en Libia han dejado de combatir y Naciones Unidas ha reanudado las negociaciones pare reunificar el país. Sin embargo, lograr una paz duradera va a seguir siendo muy difícil.

El 23 de octubre, el Ejército Nacional Libio (LNA en sus siglas en inglés), dirigido por el general Khalifa Haftar y respaldado por Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Rusia, y el Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA), apoyado por Turquía y encabezado por Fayez al Sarraj, firmaron un alto el fuego que ponía oficialmente fin a los combates librados a las afueras de Trípoli y otras ciudades desde abril de 2019. Los enfrentamientos habían matado aproximadamente a 3.000 personas y desplazado a cientos de miles de refugiados. La intervención militar directa de Turquía en ayuda de Sarraj a principios de 2020 dio la vuelta a la ventaja que hasta entonces tenía Haftar. Ahora el frente se ha quedado estancado en el centro del país. El alto el fuego es una buena noticia, pero su aplicación está siendo muy lenta. El LNA y el GNA se comprometieron a retirar tropas del frente, prescindir de los combatientes extranjeros e interrumpir toda la formación militar extranjera, pero ambos han dado marcha atrás. Sus fuerzas continúan sobre el terreno y en sus respectivas bases aéreas siguen aterrizando aviones militares extranjeros de carga, lo que hace pensar que los Estados que los respaldan están reabasteciéndoles todavía.

Del mismo modo, los avances hacia la reunificación de un país dividido desde 2014 están encontrándose con dificultades. En noviembre, las negociaciones convocadas por la ONU reunieron a 75 libios para encargarles la formación de un gobierno de unidad provisional y una hoja de ruta hacia las elecciones. Pero las conversaciones han estado plagadas de controversias sobre los criterios de Naciones Unidas para escoger a esos delegados, su autoridad legal, las luchas internas y las acusaciones de intentos de soborno. Los participantes se han puesto de acuerdo sobre la celebración de elecciones a finales de 2021, pero no sobre el marco legal por el que se regirán los comicios.

La raíz de todos los problemas está en las discrepancias sobre el reparto de poder. Los patrocinadores de Haftar exigen que el nuevo gobierno conceda igual trato a los bandos representados por el LNA y el GNA. Sus rivales se oponen a que se incluya a partidarios del LNA en ningún reparto. Y las potencias extranjeras también tienen opiniones contrapuestas. Ankara desea un gobierno amigo —sin partidarios de Haftar— en Trípoli. En cambio, El Cairo y Abu Dhabi quieren reducir la influencia turca y reforzar la de los políticos del bando del LNA. Moscú, que apoya al LNA, quiere mantener su bastión en el Mediterráneo, pero no está claro si prefiere el statu quo, que mantiene su influencia en el Este, o un nuevo gobierno en el que el LNA esté representado.

No parece que las luchas vayan a reanudarse en un futuro inmediato porque los actores externos, aunque están deseando consolidar su influencia, no quieren otra oleada de hostilidades abiertas. Ahora bien, cuanto más se tarde en aplicar las condiciones del alto el fuego, más peligro hay de cometer errores que desemboquen en una vuelta a la guerra. Para evitarlo, la ONU debe ayudar a elaborar una hoja de ruta que permita unificar las instituciones y aliviar las tensiones entre los enemigos regionales.