La sombra de un conflicto entre grupos armados hasta los dientes se cierne sobre el país.

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A principios de año, el presidente del Consejo Nacional de Transición libio, Mustafá Abdul Jalil, ya advertía de que si no se ponía bajo control a las milicias, podría haber una guerra civil. Ante semejante declaración, no cabe más que un pronóstico: muy pero que muy tormentoso. Desarmar a las milicias va a ser tarea ardua, porque no quieren perder el poder y algunas están armadas hasta los dientes. Ya ha habido enfrentamientos entre ellas.

El hecho de que Saif al Islam, el hijo del dictador, esté detenido por una de esas milicias y no por las autoridades lo dice todo. Si, además, este grupo ha chantajeado al Primer Ministro para obtener el ministerio de Defensa, poco se puede añadir.

Y no hay que olvidar el sello islamista de esta mal llamada revolución. Abdel Hakim Belhadj, antiguo yihadista en Afganistán, antiguo emir del Grupo de Combatientes Islámicos, con antiguos contactos con Al Qaeda, es hoy el comandante militar de Trípoli y quizás el islamista con más poder del país. Su objetivo ha sido, es y será un Estado islámico. Además, queda pendiente la reconciliación y hacer justicia a las víctimas. Pero la sed de venganza parece no estar saciada todavía.

Y, por supuesto, seguirá sobrevolando la eterna pregunta: ¿se debió la intervención internacional a la defensa de los derechos humanos o al petróleo? Creo que todos conocemos la respuesta.

 

Pilar Requena, periodista de TVE