Un manifestante camina entre neumáticos ardiendo en la ciudad de Benghazi, febrero de 2014. Abdullah Doma/AFP/Getty Images
Un manifestante camina entre neumáticos ardiendo en la ciudad de Benghazi, febrero de 2014. Abdullah Doma/AFP/Getty Images

 

La transición de Libia también se ha ido al traste, y el caos creado está extendiéndose más allá de sus fronteras. El bloqueo político ha dado lugar a dos cámaras legislativas rivales, un Parlamento que cuenta con el reconocimiento internacional en Tobruk y un Congreso Nacional General dominado por los islamistas en Trípoli. El Gobierno libio no tiene ya ninguna autoridad real; la confianza en las instituciones del Estado, poco más que una fachada, se ha desmoronado. Los asesinatos de autoridades y el intento de golpe encabezado por un general anti-islamista han dividido al país y han reflejado la polarización regional. Sin embargo, las divisiones son más complejas que una mera escisión entre islamistas y anti-islamistas. Las luchas por la riqueza del gas y el petróleo, las rivalidades entre tribus y milicias, los intereses contrapuestos de las potencias extranjeras y las discrepancias sobre cómo estructurar el Estado después de Gadafi amenazan con desgarrar el país.

Esa situación es un problema no solo para Libia, sino también para sus vecinos. La llegada de armas y mercenarios explica, en parte, la descomposición de Malí en 2012, cuando los rebeldes tuaregs y los grupos afiliados a Al Qaeda se adueñaron del norte y un golpe militar derrocó al Gobierno de Bamako. Una operación francesa hizo retroceder a los yihadistas, pero muchos de ellos siguen refugiados en el desierto o en comunidades remotas. Mientras tanto, en Níger también ha aumentado la actividad terrorista. Igual que en Malí, las autoridades tienen dificultades para controlar el vasto desierto y sus esfuerzos topan con las rivalidades regionales, especialmente entre Argelia y Marruecos. Los extremistas y los criminales con conexiones internacionales utilizan cada vez más el Sahel para escapar de las operaciones francesas y afianzarse en el Norte de África. Las fronteras porosas, la débil autoridad del Estado y la facilidad de obtención de armas les favorecen.

Toda esta inseguridad regional tiene eco en la inmensa zona sin gobernar del sur de Libia. La olvidada provincia de Fazzan, en el suroeste, ha experimentado una afluencia de combatientes tuaregs, entre ellos islamistas radicales, y está convirtiéndose en un refugio de grupos extremistas.

Los líderes libios parecen incapaces de interrumpir la desintegración del país. Las intervenciones de Francia y, en menor medida, Estados Unidos han detenido el avance yihadista en el Sahel. Pero está por ver si los esfuerzos militares van a ir acompañados de la política integradora y el desarrollo socioeconómico necesarios para alcanzar una estabilidad real. Hasta ahora, las estrategias políticas están muy por detrás de las campañas militares.