Tenemos un gran respeto por el trabajo de Thomas Carothers sobre el fortalecimiento de la democracia y el Estado de Derecho. Sin embargo, tergiversa en tres aspectos nuestra propuesta de una Liga de Democracias (‘Una liga a medida’, FP edición española, agosto/septiembre, 2008). Primero, aunque Carothers reconoce que nuestra intención no es que esa liga (o Concierto de Democracias) reemplace a la ONU, pasa por alto el potencial de ese grupo de naciones para reformar ese organismo y otras instituciones globales. Una de las cosas con la que todos los miembros de esa liga –que podría incluir a Argentina, Chile, Brasil, India, Indonesia, México, Suráfrica, Turquía y muchos otros Estados– estarían de acuerdo es con que los círculos de toma de decisiones globales necesitan ampliarse. Si el concierto obtuviese suficiente credibilidad –o legitimidad política–, podría hablar con una sola voz colectiva sobre los grandes temas del momento cuando Naciones Unidas no consiga hacerlo, aportando un incentivo adicional para la reforma.

Segundo, Carothers asume que los miembros de dicho grupo serían mirados con lupa por su inclinación a hacer lo que a Estados Unidos se le antojara. Nuestra visión es radicalmente diferente. Ni por un momento esperamos que todas las democracias liberales se alineen de forma armoniosa en cuestiones internacionales. Por el contrario, creemos que la abrumadora oposición de las democracias amigas de todo el mundo que precedió a la invasión de Irak hubiera encontrado una mayor resonancia en la opinión pública estadounidense que la oposición en el Consejo de Seguridad. Tercero, y más importante, enfrentarse a los retos del siglo XXI requerirá un amplio abanico de instituciones. La experiencia de la pasada centuria sugiere que las democracias son incapaces de trabajar juntas no sólo para resolver los problemas comunes, sino para defender un mundo de reglas e instituciones inclusivas y multilaterales. Como el propio Carothers reconoce, la OCDE, la Unión Europea y la OTAN coexisten y sostienen a instituciones como Naciones Unidas y la OMC. A él le corresponde la tarea de explicar por qué un mundo que incluyera también a una Liga de Democracias apoyada por países del Norte y del Sur sería tan malo.

 

  • John Ikenberry y Anne-Marie Slaughter
    Catedrático y decana, Escuela Woodrow Wilson y codirectores del Proyecto Princeton sobre Seguridad Nacional,
    Princeton, Nueva Jersey, EE UU

 

Nadie disecciona una idea con mayor rigor que Tom Carothers. Pero en su crítica de la idea de una Liga de Democracias se ha pasado con el bisturí. Primero, si otras grandes democracias no quieren unirse a un concierto semejante, entonces no lo habrá. No es algo que Estados Unidos deba o pueda imponer. Hoy no sabemos cuál sería la respuesta de otras democracias. Soy más optimista que Carothers, basándome en conversaciones con funcionarios extranjeros. Pero, ¿qué mal hay en plantear la cuestión? Si otras democracias quisieran unirse, eso llevaría a un largo camino para validar el concepto y, en mi opinión, respondería a la mayor parte, si no a todas las críticas de Carothers.

En cuanto a la objeción de que un conjunto de democracias no necesariamente podría percibir todos sus intereses comunes, es verdad. Sin embargo, si ése es el test para el éxito de una organización internacional, no puedo pensar en muchas que consiguieran pasar esa prueba, y menos Naciones Unidas (a la que, por otra parte, la Liga de Democracias no intenta reemplazar). ¿Disolvería Carothers el G-8?

Incluso en las dos ligas de democracias que ya existen, la OTAN y la Unión Europea, hay muchas ocasiones en las que sus miembros no están de acuerdo entre ellos. Y aún así sobreviven, e incluso prosperan. Una de las esperanzas de una Liga de Democracias, sin embargo, es que países democráticos como India, Indonesia y Suráfrica, que aún actúan como potencias poscoloniales, podrían inclinarse a pensar como democracias si fueran miembros de una asociación internacional de ese tipo. Honestamente, no sé qué daño hace intentarlo.

 

  • Robert Kagan
    Carnegie Endowment for International Peace Bruselas, Bélgica

 

Thomas Carothers responde:

Aprecio estas meditadas respuestas a mi artículo. Ambas réplicas toman nota de mi escepticismo sobre que un amplio grupo de democracias trabajasen juntas de forma más efectiva en torno a un amplio abanico de temas que las organizaciones internacionales existentes. Aunque John Ikenberry y Anne-Marie Slaughter parecen también tenerlo poco claro. Ellos argumentan que un Concierto de Democracias “podría hablar con una sola voz colectiva sobre las grandes cuestiones del momento”, mientras señalan que “no esperan ni por un segundo que las democracias libe- rales se alineen de forma armoniosa en asuntos internacionales”.

Estoy muy sorprendido por su argumento de que tal concierto podría haber constreñido a Estados Unidos en el camino hacia la invasión de Irak. Muchas democracias, incluidos los aliados más estrechos de Washington, mostraron claramente su oposición a la guerra, con muy poco efecto sobre los planes estadounidenses. Dudo que hubiera sido diferente si hubiesen sido miembros de esa liga (que hubiera estado en todo caso dividida sobre esa cuestión).

Robert Kagan es consciente de que no siempre es posible poner de acuerdo a un grupo numeroso de democracias, pero señala que la OTAN y la Unión Europea prosperan, pese a desacuerdos internos. Esas organizaciones tienen unos límites más definidos, sin embargo, tanto en su ámbito regional como en el político, que el proyecto de esta liga. Kagan esperaría que las emergentes democracias del Sur actuaran menos como potencias poscoloniales si fueran miembros de la misma. Aunque el fiero apego a la soberanía de esos países, a menudo en oposición a las ambiciones de EE UU (puestas de relieve, por ejemplo, en el alineamiento de Suráfrica con China y Rusia para votar en contra de la reciente resolución del Consejo de Seguridad de la ONU contra Zimbabue), no está desapareciendo. En todo caso, va en aumento.

En cuanto al daño que podría haber en un simple experimento con una liga, ¿debería una nueva Administración gastar su preciado capital diplomático inicial impulsando una gran idea que ha provocado tan pocos aplausos fuera y tiene tantas posibilidades de fallar?