El precio de cuidar a los estadounidenses que luchan en esta guerra podría ser superior al coste del conflicto.  

Acaba de conmemorarse, el 19 de marzo, el quinto aniversario de la invasión de Irak. El número de muertes estadounidenses –cerca de 4.000 en Irak y casi 500 en Afganistán– es bien conocido. Se ha prestado mucha menos atención al enorme número de soldados que han sobrevivido y han vuelto a casa con lesiones graves. Las cifras son escalofriantes. Más de 70.000 heridos en combate, en accidentes o evacuados con necesidad de atención médica urgente. Más de un tercio de los 750.000 soldados licenciados hasta ahora han precisado tratamiento en centros médicos, entre ellos, al menos 100.000 con problemas de salud mental y 52.000 con síndrome de estrés postraumático. Según un cálculo reciente del Ejército de EE UU, hasta el 20% de los que han regresado han padecido daños cerebrales leves. Más de 20.000 han sobrevivido con amputaciones, quemaduras graves, lesiones en la cabeza, en la columna vertebral y otras heridas severas.

Estas cifras se deben, en gran parte, a los extraordinarios avances en medicina de campaña logrados en los últimos años. Hay muchos más soldados que se reponen de daños de extrema gravedad que en conflictos anteriores. La proporción entre heridos en combate y fallecidos en Irak es de 7 a 1; en Vietnam fue de 2,6 a 1 y, en la Segunda Guerra Mundial, de 2 a 1. Si se incluyen todos los daños, como los debidos a accidentes de carretera y las enfermedades que provocan incapacidad, en Irak ha habido 15 lesionados por cada muerto. Este índice de supervivencia es una buena noticia, por supuesto, pero hace que EE UU esté obligado a ofrecer prestaciones médicas y subsidios de discapacidad a un inmenso número de veteranos y a sus familias durante décadas.

Los costes bélicos perduran años después del último tiro
Los costes bélicos perduran años después del último tiro

En los seis últimos años, se ha enviado a más de 1,6 millones de soldados a Irak y Afganistán. Incluso en la perspectiva más optimista, suponiendo que la mayoría de las tropas se hayan retirado a finales de 2009, el precio de mantener a los veteranos será equivalente a lo que ha costado librar la contienda: alrededor de 500.000millones de dólares (unos 338.000 millones de euros). Si se establece un mayor despliegue, el coste de la asistencia acabará siendo superior a 700.000 millones de dólares.

Cuando pensamos en lo que vale un conflicto, solemos centrarnos en el aquí y ahora. Pero en éste, que es ya el segundo más caro de la historia de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, los costes perdurarán mucho después de que se dispare el último tiro. Las prestaciones a los veteranos de la Primera Guerra Mundial siguieron pagándose hasta enero de 2007, cuando murió el último que aún las recibía, casi 90 años después del final del conflicto. Washington gasta más de 12.000 millones de dólares anuales en compensaciones para inválidos de la guerra de Vietnam, cifra que continúa aumentando 35 años después. Si nos guiamos por esos enfrentamientos anteriores, no hay duda de que los estadounidenses seguirán pagando Irak, por lo menos hasta dentro de 50 años.

El propósito de la política respecto a los veteranos es, en palabras de Abraham Lincoln, “cuidar del que soportó la batalla, de su viuda y su huérfano”. Para ello, el Gobierno de Estados Unidos ofrece dos ayudas: asistencia médica y retribución económica a quienes sufren discapacidades causadas o agravadas durante el servicio militar activo. Como consecuencia, EE UU afronta una carga económica abrumadora y un reto de organización considerable, al tener que proporcionar atención médica y subsidios a todos los que los necesitan y tienen derecho a ellos.

Las dificultades se deben, en parte, a que el sistema sanitario del Departamento de Veteranos de EE UU no tiene la capacidad necesaria para ocuparse de todos los soldados que regresan. Washington calcula que, sólo este año, habrá 300.000 ex combatientes de Irak y Afganistán que soliciten tratamiento. Si el conflicto actual sigue el modelo de la primera guerra del Golfo, habrá cerca de 800.000 necesitados de atención médica, y bastantes de ellos durante el resto de su vida. Además, el Gobierno no está preparado para hacerse cargo de la epidemia de trastornos mentales derivados de estos conflictos. Incluso con cálculos conservadores, el coste a largo plazo de la atención médica, por sí solo, podría acercarse a los 285.000 millones de dólares, dependiendo de cuánto tiempo estén desplegadas las tropas.

Tras la guerra del Golfo de 1991, alrededor del 44% de sus veteranos solicitaron prestaciones de discapacidad; hoy, casi 17 años después, EEUU paga más de 4.000 millones de dólares anuales en compensaciones a 169.000 ex combatientes de aquel conflicto. Ya ha pagado cinco veces más en subsidios de incapacidad por esa guerra que lo que costó librarla. Solamente con que los de Irak y Afganistán soliciten un volumen de prestaciones similar, el gasto podría alcanzar los 390.000 millones de dólares mientras vivan. También hay otros sectores que pagarán a la larga un precio por la guerra. Los veteranos que ya no son capaces de ocupar un empleo, por lesiones físicas o mentales, pueden solicitar un subsidio de la Seguridad Social (lo cual añade entre 22.000 y 38.000 millones de dólares más a la factura). En otros casos, acabarán hinchando las nóminas de Medicare (el sistema de atención a los jubilados), a medida que aparezcan los efectos aplazados de lesiones y enfermedades crónicas.

Sin embargo, pese a su enormidad, estos costes sólo representan el impacto de la guerra en el presupuesto federal de Estados Unidos. Los gastos sociales y económicos de los que no se hace cargo el Gobierno, como la pérdida para la economía de tantos ciudadanos jóvenes y productivos y los que sufragan los Estados, los municipios, las comunidades y los seguros médicos privados, pueden representar 415.000 millones más de dólares de gasto total.

Hasta ahora, los estadounidenses se han fijado en el inmenso precio a corto plazo de los conflictos de Afganistán e Irak. Pero todavía no han calculado el de cuidar a los veteranos, reponer el equipamiento militar y devolver a las Fuerzas Armadas la capacidad que tenían antes. Esta guerra va a ser una de las más caras de la historia de EE UU, y la factura la seguirán pagando las próximas generaciones.