Desde las reservas estratégicas de cerdo de China hasta un futuro en el que los insectos serán la nueva carne blanca, 10 razones por las que somos verdaderamente lo que comemos.

Dicen que uno es lo que come. Y eso vale no sólo para las personas, sino también para los países y las culturas. La comida que entra en nuestra boca nos define en un sentido mucho más fundamental y visceral que la gasolina que llena nuestro depósito o las fronteras en un mapa. Por eso no es extraño que las preguntas más importantes de la política mundial muchas veces se reduzcan a ¿qué debemos comer?

 

 

La reserva estratégica de cerdo: China es una superpotencia porcina, además de humana. El Imperio del Centro cuenta con más de 446 millones de cerdos, uno por cada tres chinos y más que los siguientes 43 países juntos. Por tanto, cuando el abastecimiento de este tipo de carne sufre alguna perturbación, la economía se resiente: por ejemplo, la enfermedad del “cerdo de oreja azul” que obligó a los agricultores chinos a matar millones de animales en 2008 hizo que la inflación del país alcanzara su nivel máximo en una década.

Para evitar nuevos incidentes, Pekín creó poco después una reserva estratégica de cerdo y estableció por toda China almacenes frigoríficos llenos de esta clase de carne congelada al que se da salida en periodos de escasez. El Gobierno se vio obligado a aumentar las reservas -con cerdos sacados del mercado- en la primavera de 2010, cuando el exceso de existencias hizo que se derrumbaran los precios.

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Cómo adueñarse del mercado del chocolate: Apodado “Dedos de chocolate” y “Willy Wonka” en los medios de comunicación, el inversor británico Anthony Ward se ha convertido en la última década en el rey indiscutible del mercado mundial del chocolate. En 2002, Ward compró más de 150.000 toneladas de cacao, el 5% de la producción global. Volvió a hacerlo en el verano de 2010 con la compra de más de 240.000 toneladas –suficiente para fabricar aproximadamente 5.000 millones de tabletas-, que le dio el control del 7% de la producción del planeta. Fue la mayor venta de cacao en la Bolsa de Londres desde hacía por lo menos 10 años, y Ward se convirtió en el proveedor de referencia para los fabricantes de chocolate. Otros inversores protestaron y aseguraron que Ward estaba forzando el aumento de los precios de una materia prima que ya había incrementado su valor en más del 150% durante los dos años y medio anteriores.

Ward no es simplemente un loco del chocolate; lo que ha hecho es apostar a largo plazo a que los problemas de suministro en África occidental van a seguir impulsando los precios. La demanda de cacao ha crecido el 3% anual en el último siglo, y se disparó durante los disturbios políticos de este año en Costa de Marfil, que cultiva alrededor del 40% de la cosecha global. Además, resulta que la demanda de chocolate es anticíclica: los beneficios de Hershey crecieron un 40% en 2009, en plena crisis financiera mundial.

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Las guerras del humus: Un frente menos conocido y, por suerte, menos destructivo del conflicto árabe-israelí es la lucha permanente por alardear de quién es capaz de producir la mayor cantidad de humus de una vez. Durante años, Israel estuvo en posesión de la marca mundial, con una ensaladera que contenía 450 kilos de la popular pasta de garbanzos. Pero Líbano, que afirma que Israel se ha apropiado de un plato tradicional, respondió con una bandeja de más de 2.000 kilos de humus en 2009. Israel se vengó dos meses después, cuando un grupo de cocineros increíbles hizo un plato de más de 4.000 kilos. Y en 2010, el país de los cedros recuperó la corona con una fuente de 10.000 kilos. (Por lo visto, nadie se detuvo a pensar la pita del tamaño del Mar Muerto que iba a hacer falta para consumir toda esa pasta).

No parece que la pelea vaya a terminar pronto. Los productores libaneses de humus han amenazado con acusar a Israel de violación de los derechos de propiedad intelectual, y citan el precedente de una sentencia del Tribunal Europeo de Justicia que estableció los derechos exclusivos de Grecia a fabricar queso feta. Las dos partes se han enfrentado también por el récord mundial de la mayor cantidad de tabulé.

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Picaduras de insectos: La afición del mundo desarrollado a la carne, que no deja de aumentar, está convirtiéndose en una auténtica catástrofe ambiental, porque la cría del ganado necesario para satisfacer ese apetito genera ya hasta el 20% de los gases de efecto invernadero que están fomentando el calentamiento global, según Naciones Unidas. Muchos ecologistas dicen que la solución es hacerse vegetarianos, o, por lo menos, consumir menos carne. Pero la Organización de Naciones Unidas para los Alimentos y la Agricultura (FAO) está pidiendo a los consumidores que tengan en cuenta otra opción: comer insectos.

Una dieta a base de estos animales podría suministrar tantas proteínas como la carne (además de vitaminas y minerales esenciales) con muchas menos emisiones de carbono, asegura la FAO. Y la cría de insectos como las lagostas, los grillos y las lombrices emite la décima parte del metano que la cría de ganado, según los científicos.

La propuesta no es tan absurda como se podría pensar. Se sabe que ya se consumen más de 1.000 insectos distintos en el 80% de los países, pese a que la idea siga causando repugnancia en el mundo occidental. La FAO está llevando su teoría a la práctica y ha invertido en proyectos de cría de insectos en Laos, donde las langostas y los grillos son ya exquisiteces muy populares. Está previsto celebrar una conferencia global sobre el consumo de insectos en 2013.

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La bóveda de la pimienta del juicio final: ¿Dónde podremos ir a comer bien después del apocalipsis? Quizá a Svalbard, un remoto archipiélago a más de 400 kilómetros al norte de Noruega, en el que se ha construido un búnker dentro de una montaña para proteger la futura reserva mundial de alimentos en caso de catástrofe.

La Bóveda de Semillas Mundiales de Svalbard, inaugurada oficialmente en 2008, está construida a 142 metros bajo la superficie de la montaña. El almacén, que ha costado 6,7 millones de dólares, albergará, cuando se complete la operación, 4,5 millones de muestras congeladas de semillas procedentes de más de 100 países. Muchos Estados poseen sus propios bancos de alimentos, pero el Global Crop Diversity Trust, una coalición internacional dedicada a la seguridad alimentaria, decidió construir la bóveda como apoyo. El lugar se escogió por su situación tan remota, sus bajas temperaturas y su escaso nivel de actividad sísmica.

Y si les preocupa que su comida sepa a poco en el futuro postapocalíptico, tranquilícense. En 2010, una delegación de senadores de Estados Unidos llevó una colección de pimientos picantes norteamericanos para su conservación eterna.

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El pollo como agente imperialista: En los primeros días de la revuelta de este invierno contra el gobierno de Egipto, algunos periodistas intentaron llamarla la “Revolución del Koshari”, por el plato tradicional egipcio de arroz, lentejas, macarrones y cebolla frita. Pero el régimen de Hosni Mubarak, desesperado, aspiraba a que se asociase a los manifestantes con un producto más siniestro: el Kentucky Fried Chicken.

Las informaciones en la televisión estatal mostraban a los rebeldes en la Plaza de Tahrir de El Cairo comiendo pollo en boles de KFC y decían que aquello era prueba de la influencia subversiva extranjera, pese a que los periodistas independientes que se encontraban allí no vieron un número especialmente alto de consumidores de dicho alimento. La cadena estadounidense posee alrededor de 100 locales en Egipto, frente a menos de 60 de McDonald’s, pero el precio de una comida, que puede equivaler a tres días de salario, hace que los ciudadanos no puedan permitírselo con demasiada frecuencia. También se dijo que el Gobierno estaba pagando a sus matones con boles de pollo, y los vendedores callejeros empezaron a gritar en tono jocoso “Kentucky” para todo, ya fuera palomitas de maíz o falafel.

Curiosamente, no es la primera vez que se ha declarado enemigo a KFC en el mundo musulmán. En 2006, unos manifestantes paquistaníes quemaron un local como respuesta a la polémica de las caricaturas danesas de Mahoma. Un año antes, una muchedumbre enfurecida por el atentado suicida contra una mezquita de Karachi había incendiado otro KFC, en una acción todavía más aleatoria.

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La supercomida de los incas… y los ‘yuppies’ se han adueñado de ella: El nuevo alimento más de moda en los supermercados y tiendas de alimentos orgánicos es probablemente la quinoa, un cereal andino tan lleno de minerales, proteínas y aminoácidos que la FAO dice que puede sustituir a la leche materna. La quinoa entró en el mercado norteamericano hace 30 años, pero su despegue se ha producido de verdad desde el año 2000, y su precio se ha multiplicado casi por siete. Es una buena noticia para los agricultores bolivianos que producen la inmensa mayoría de las existencias mundiales, pero puede ser mala para la salud del país. Ahora que exportan aproximadamente el 90% de su cosecha de quinoa, los bolivianos ya no pueden permitirse comprarla. El consumo nacional de este cereal ha disminuido el 34% en los últimos cinco años, y las autoridades sanitarias temen que haya un aumento de la obesidad a medida que los bolivianos abandonen este alimento tan nutritivo, que consumen desde la época de los incas, y se pasen a productos importados como el arroz y el pan blanco. El gobierno del presidente Evo Morales ha declarado que la quinoa es un alimento “estratégico” y la ha incluido en un paquete de alimentos subvencionados para mujeres embarazadas. Pero tal vez sea necesario tomar medidas más drásticas para satisfacer la insaciable demanda de los gourmets occidentales. Esperemos, por el bien de Egipto, que los clientes de Whole Foods no se aficionen de pronto al koshary.

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La fiebre de la col dorada: Los surcoreanos se toman su plato nacional, el kimchi, muy en serio. En Seúl existe un museo dedicado a este plato de col fermentada, y con el primer astronauta del país se lanzaron al espacio varias raciones. Por eso, en otoño de 2010, cuando los precios del kimchi empezaron a dispararse debido a malas condiciones meteorológicas y una mala cosecha decoles, el pánico se apoderó de ellos.

Mientras los precios se multiplicaban casi por cuatro -normalmente cuesta entre 4 y 5 dólares el plato-, los consumidores empezaron a llamarlo geum-chi, que en coreano quiere decir oro, y exigieron al Ejecutivo que tomara medidas. Los expertos criticaron al presidente Lee Myung-bak por sugerir que consumieran col norteamericana, más barata. Para evitar posibles disturbios –o incluso una revolución del kimchi-, el gobierno de la ciudad de Seúl puso en marcha un programa de rescate del kimchi y asumió el 30% del coste de una partida de emergencia que compró a los agricultores de las zonas rurales. El Gobierno nacional, a regañadientes, redujo los aranceles sobre la col importada de China, con la esperanza, que se cumplió, de que la llegada de más existencias bajaría los precios. Por lo visto, el miedo a que China domine el abastecimiento de su alimento no pudo con la afición de los coreanos a las verduras picantes.

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La caza de Canadá: Existen pocas declaraciones políticas más contundentes que el hecho de clavar un cuchillo en una de las especies en peligro más adorables y comerse su corazón ante la cámara. Es lo que hizo la entonces gobernadora general de Canadá, Michaëlle Jean -representante de la reina Isabel II en el Gobierno de Ottawa- en 2009, durante una visita a las comunidades indígenas del norte del país, pocas semanas después de que la Unión Europea prohibiera los productos canadienses derivados de la foca.

Los indígenas canadienses están autorizados a cazar un pequeño número de focas al año, como han hecho desde hace siglos. Pero lo polémico es que a los pescadores comerciales se les permite matar hasta 280.000 al año. La carne de este animal es una exquisitez popular en los restaurantes más elegantes de Montreal, y el problema se ha convertido en una cuestión de orgullo nacional para el Gobierno conservador, que en 2010 invitó a los cocineros a servir foca en la cafetería del Parlamento para protestar contra la prohibición de la UE.

Los científicos dicen que los animales como las focas y las ballenas –cuya caza en Japón e Islandia también provoca controversias- son “megafauna carismática”, porque su aspecto y su atractivo para los humanos les ha permitido sobrevivir. Pero ahora que la población humana mundial y los precios de los alimentos están aumentando sin parar, es posible que el hecho de ser adorables no siga protegiéndoles durante mucho tiempo.

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¿Tiene usted hambre? Puede parecer inconcebible que personas que no tienen acceso a los alimentos, en cambio, sí tengan teléfonos móviles, pero, a medida que el precio de un teléfono baja y tener un móvil es cada vez más una necesidad de la vida moderna, ese hecho puede ser más corriente de lo que parece. Quizá diga poco a favor del mundo moderno, pero también proporciona a los organismos de ayuda una oportunidad magnífica de ayudar a quienes lo necesitan.

En 2007, el Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA) empezó a experimentar con la ayuda a través de los móviles; envió 10.000 mensajes de texto a refugiados iraquíes en Siria para avisarles de un nuevo programa de distribución de alimentos. En 2009, el PMA puso en marcha un iniciativa piloto para repartir vales de comida a través de los móviles a refugiados en Damasco. Para empezar, el organismo se centró en 1.000 familias de refugiados, que recibían un vale de 22 dólares cada dos meses para cambiarlo por arroz, trigo, garbanzos y otros productos en determinadas tiendas.

Lo sorprendente, según informó el PMA, era que, aunque muchas familias carecían de comida suficiente, casi todos los 130.000 refugiados que recibían ayuda tenían teléfono móvil. El programa fue un éxito, y, a finales de 2010, se extendió a miles de refugiados más que vivían fuera de la capital. Dado que en África, el continente más pobre, hay más de 379 millones de usuarios de teléfono móvil, las posibilidades de crecimiento son casi ilimitadas.

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