Serbia, Bosnia y Herzegovina y parte de Croacia sufren inundaciones después de días de intensas lluvias. Tras las guerras que asolaron la región hace casi veinte años, los países de la ex Yugoslavia se enfrentan a un nuevo desafío. Mientras tanto, historias de solidaridad y corrupción se suceden a partes iguales.

 

AndrejIsakovic/AFP/Getty Images

Voluntarios y policías colocan sacos de arena en las orillas del río Sava, cerca de Sabac, a 100 kilómetros al oeste de Belgrado en Serbia.

 

 

En la película de "Tres billetes para Hollywood" (1993), el jefe de la policía, Gavrilo, decía una frase ya célebre en la filmografía local: "Este pueblo es enemigo del Estado". Después de agarrar el micrófono y arengar a la policía para que detuviera a todos los manifestantes, la autoridad se quedaba sola en un paisaje desolado de maderas y animales de granja. Una postal que puede ser la de cualquier ciudad después de ser arrasada por la crecida de un río.

El 15 de mayo, cuando varias ciudades y pueblos en Serbia y Bosnia y Herzegovina (y en menor medida en Croacia) fueron cubiertos por las aguas, muchas familias sintieron que habían sido abandonadas a su suerte. La reacción a nivel general fue modélica: miles de ayudas, historias de supervivencia, movilización social o compromisos desinteresados. Desde el salvamento al traslado de personas pasando por la colocación de sacos a orillas de los ríos que podían desbordarse. La mayoría de centros deportivos en Belgrado, como Beogradska arena o Pionir, se convirtieron en centros de acogida improvisados y miles de voluntarios asistieron a los evacuados. Las redes sociales repartieron información por todos los rincones, solicitando ayuda dentro y fuera de las fronteras, ropa, comida, productos de higiene… o denunciando hechos deleznables como el incremento de los precios del agua o de los alimentos en zonas catastróficas. Un muestra colectiva de solidaridad como muchos dicen no haber visto nunca en la región. "Somos un país de reacción, no de prevención", decía Predrag Marić, jefe del Departamento para Situaciones de Emergencia del Ministerio del Interior de Serbia y, sin duda, la persona más reconocible en la lucha contra las inundaciones, alabando tanto el mérito de la población como también haciendo un ejercicio de autocrítica.

Sin embargo, las inundaciones no trajeron nada bueno. Si acaso ponen en evidencia el funcionamiento de una sociedad ante la tragedia: vidas humanas y animales, calles anegadas, casas inundadas y destrozos en instalaciones e infraestructuras. Un paisaje de silencio y destrucción, cuyos ejemplos más gráficos han sido las imágenes impactantes de Doboj (Bosnia y Herzegovina) y Obrenovac (Serbia). Dos ciudades, de poco más de 25.000 habitantes, que se cubrieron de agua y fango. Otras localidades como Bijeljina, Šamac, Svilajnac, Smederevska Palanka o Paraćin han sido también muy seriamente afectadas. Todavía está por saberse qué hay bajo unas aguas que han ido dejando un goteo cada vez mayor de víctimas. Hasta el momento son 23 en Bosnia y Herzegovina y 33 en Serbia.

Cuando entre el 14 y 17 de mayo en Bosnia y Herzegovina y Serbia cayó la cantidad de agua equivalente a una media de 4 meses, la zona padeció sin discusión la peor tragedia natural de su historia reciente. Serbia sufrió un alto riesgo de apagón energético tras verse afectadas las plantas termoeléctricas de Obrenovac y Kostolac; no se pudo evitar que 4500 km de carreteras fueran dañadas. Muchas fuentes bosnias señalan que los daños materiales superarán los que provocaron en el país la Guerra de Bosnia (1992-1995). En el mismo sentido, otras fuentes afirman que en Serbia se superarán incluso los daños provocados por los bombardeos de la OTAN en 1999. Según las últimas cifras entre ambos países hay más de 100.000 casas afectadas y en torno a 250 escuelas destruidas. Cifras suficientemente elevadas como para tomar conciencia de la gravedad de esta tragedia.

Desde que comenzaron las riadas, el gasto energético en Serbia y Bosnia y Herzegovina supera los 500.000 euros diarios. Corrimientos de tierra en muchos pueblos serbios, como Krupanj, y bosnios, como Rečica, el aumento de las temperaturas con el consiguiente riesgo de deshielos y epidemias y la desubicación de minas antipersonas en ciertas partes de Bosnia y Herzegovina, son algunas de las otras consecuencias que ha dejado a su paso las lluvias torrenciales. Ambos países necesitarán más de 2.000 millones solo para empezar a recuperarse.

Macedonia, Montenegro, Bulgaria, Turquía, Austria o la también afectada Croacia reaccionaron con ayuda material de forma inmediata, así como otros países de la región y de la Unión Europea. Rusia fue la primera potencia en hacer acto de presencia con un avión repleto de equipos de rescate y la UE ha confirmado que Serbia y Bosnia y Herzegovina recibirán importantes ayudas de sus fondos.

Si acaso las inundaciones no traen nada bueno, sí han contribuido a explosionar solidaridad e indignación. Ésta es la primera vez que ambos países han tenido que mirarse ante su propio espejo, sin rivalidades regionales de por medio: el de sociedades que han funcionado bastante mejor de lo que creían algunos y, además, han sabido hacerlo en muchos casos sin ayuda suficiente -o ninguna- por parte de las autoridades. Como decía el columnista Aleksandar Bećić: "de no haber habido voluntarios, policías, y militares este país ahora tendría miles de muertos". Las declaraciones del Jefe de Protección civil en Bosnia y Herzegovina, Jerko Ivanković Lijanović, diciendo que no hacía falta utilizar las reservas gubernamentales porque mucha comida venía de las donaciones privadas, da cuenta del desatino de parte de la clase política en los puestos de mayor responsabilidad.

No se sabe todavía si habrá víctimas políticas, pese a que, desde tres días antes de las primeras lluvias, el Instituto Hidrometereológico de Serbio (RHMZ) había advertido que las crecidas superarían los límites de seguridad del río Kolubara y Sava. El Gobierno serbio "debía de haber declarado el estado de urgencia cuando se supo que había peligro inmediato de inundaciones en municipios y ciudades y no el jueves 15 de mayo", cuando varias ciudades ya estaban colapsadas por las aguas, afirmaba la columnista Sofija Mandić para el medio de análisis Peščanik. Tanto en Bosnia y Herzegovina como en Serbia hay un clamor contra la gestión de la crisis pero también contra la sobreexposición de su clase política, fotografiándose en las zonas más perjudicadas, en lo que ha sido calificado por muchos de sobreactuación y autopromoción. Las declaraciones del Patriarca ortodoxo serbio, señalando, al poco de conocerse la magnitud del temporal, que eran una advertencia de Dios ante la inmoralidad de consentir manifestaciones del colectivo homosexual fueron recibidas por la mayoría con simple mutismo.

Las inundaciones no cambiarán la vida política ni tampoco el carácter de la gente, acostumbrada a lidiar con todo tipo de desgracias y a mirar con escepticismo a su clase política. Sí ha servido para advertir cuatro cuestiones. La primera es que, de acuerdo con el filósofo Srećko Horvat, en los tiempo de Yugoslavia "el Gobierno tenía planeado construir solo en Serbia 34 defensas ribereñas para regular las corrientes del Sava y el Danubio. Hasta el día de hoy solo hay 5″. Mientras, por otro lado, el sector ribereño se ha ido "gradualmente privatizando", añade el filósofo. La segunda es que se ha transigido con el abandono de canalizaciones, diques o sistemas de drenaje por mucho tiempo: ahora la población tiene un argumento de peso para exigir responsabilidades a los poderes públicos. La tercera es que la sociedad ha demandado una cobertura informativa más libre y transparente, después de que hubiesen sido censurados o hackeados artículos y páginas web críticas con la gestión del Gobierno; lo que airea un problema por el que las organizaciones internacionales vienen mostrando su preocupación desde hace meses. La cuarta, y última, es que la sociedad ha descubierto en sí misma valores colectivos de solidaridad, contradiciendo la idea que venía a decir que las tres últimas décadas de crisis política y económica habían dejado un intenso individualismo; un individualismo que, erróneamente, se interpretaba incapaz de sentir conmoción alguna por las desgracias de los demás.

Gavrilo, el jefe de la policía, en la escena final de la película, se queda solo en la estación de trenes esperando el convoy donde llega el Mariscal Tito. Si en aquella ocasión "el pueblo era enemigo del Estado", ha sido con las inundaciones cuando el Estado ha encontrado en la sociedad el mejor reflejo de lo que debe ser él mismo. Esperemos que en Bosnia y Herzegovina, como en Serbia, la respuesta del Estado esté a la altura de lo que no es una relación de convivencia y aceptación sino de servicio y función pública. Aquella que sirva para que nunca más vuelva a ocurrir una catástrofe de esta naturaleza, en todos los sentidos.

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