El primer ministro de Kosovo, Hashim Thaci, y su homólogo albanés, Edi Rama, pasan revista a las tropas durante una ceremonia oficial en Prístina. Armend Nimani/AFP/Getty ImagesLa región acelera la construcción de unas relaciones más estrechas para conseguir una mayor estabilidad.

Entre los serbios, los croatas o los bosnios hay una frase muy común para el que anda con prisas: “¡polako… sve će biti u redu!” (¡tranquilo… todo irá bien!). Se dice incluso dos veces, replegando el cuello sobre los hombros y alzando la palma de las manos, para incitar al interlocutor a que se tome la vida con más sosiego. Son los tiempos de una sociedad que durante mucho tiempo parecía vivir en un torbellino político, mientras, de fondo y en realidad, estaba todo bastante estancado: los salarios, los servicios públicos, las pensiones, las colas en el ministerio, las mismas caras en la política…

La transición parecía ir muy despacio. Pese a todo, se ajustaba a un clima apático al que la mayoría se había adaptado. Al mismo tiempo, desde Bruselas se exigían e imponían cambios; cambios que hacían hervir los pasillos de los ministerios y comisiones legislativas pero que no cambiaban sustancialmente la vida a ojos de una mayoría expectante por saber lo que era realmente integrarse en Europa. En parte, esto ocurría por los ritmos de la sociedad pero también porque esa transición se centraba ante todo en la seguridad y la estabilidad regional. Asuntos que no llenan despensas pero que evitan que otros se las queden.

Desde la fragmentación de Yugoslavia la seguridad ha sido el paraguas que la Unión Europea ha abierto sobre la región con el objetivo de asentar la integridad territorial, la economía de mercado o los derechos de las minorías. El aislamiento político o económico -que no geográfico- del sudeste europeo y los problemas de vecindad han sido armonizados en la región mediante diversas organizaciones supranacionales con perfil europeísta. Éstas no están todas orientadas a la seguridad -también las hay dedicadas al transporte, la educación o el turismo- pero sí presentan una fuerte vocación por garantizarla y promocionarla mediante la integración económica y las reglas del Estado de Derecho: BSEC, CEI, CEFTA, AII, SEECP, RCC, DCP, SECI, SEDM, MARRI…Sin embargo, el interés por la seguridad no ha sido el mismo que se ha tenido por la gobernabilidad democrática, y eso ha repercutido de forma negativa sobre la lucha contra la corrupción, el fortalecimiento de la sociedad civil, la credibilidad de las instituciones o la defensa de las libertades civiles.

El 2013 fue un año clave para la zona: Croacia se hacía miembro del “club europeo” pero también se abría un paréntesis para futuras adhesiones que no se esperan hasta después del 2020. Además, las circunstancias internas en la Unión Europeea no son las mismas de antaño y las exigencias ya son mayores que las que “disfrutaron” Rumanía o Bulgaria en 2007. En abril, la UE ya anunció que el modelo de coordinación económica hacia la región iba a cambiar: más reformas, más leyes, más coordinación, otro modelo de financiación…

Los tiempos están cambiando y los Balcanes Occidentales se han “puesto las pilas”. Porque se lo exige su propia sociedad y porque Bruselas lo ha dispuesto así. Serbia tiene que afrontar innumerables reformas, tal como ha asumido el primer ministro serbio Aleksandar Vučić ya antes de las elecciones de marzo. Bosnia y Herzegovina, desde los incidentes sociales de febrero, ha entrado en una espiral de reformas que no se sabe si tendrá sus frutos y Macedonia impulsa la resolución de su contencioso por el nombre oficial (FYROM) con Grecia para normalizar su ingreso en los organismos internacionales. Por su parte, Montenegro llegó incluso a proponer una estructura que uniera a los candidatos de la región con el objetivo de aumentar la cooperación entre estos países pero, sobre todo, acelerar el proceso de integración europea. Eso sí, una vez más con la seguridad como telón de fondo. Para ello se preveía la formación de una asamblea parlamentaria, y en concreto, de un centro regional para la lucha contra la corrupción y el crimen organizad así como la constitución de una policía balcánica (BALPOL).

El proceso de integración en la UE se ha centrado en la seguridad, no solo con la mirada puesta en cumplir los criterios de Copenhague a nivel del Estado, sino también apostando por la interacción regional siempre a partir de terreno seguro. Iniciativas al respecto no faltan. Hace un par de meses se abría un centro en Trebinje (ciudad elegida por ser paso constante del tráfico de heroína y marihuana desde Albania) con oficiales de Montenegro, Serbia y Bosnia y Herzegovina dedicado al intercambio de información sobre actividades criminales. Serbia y Macedonia abrían un centro en Tabanovce para afrontar el aumento del número de inmigrantes, sobre todo de África y Asia, que pasan por la región en su camino a Europa occidental. La ministra de Asuntos Exteriores macedonia, Gordana Jankulovska, anunciaba que, de la misma forma, se han establecido centros comunes con Albania y Bulgaria y expresó que le gustaría abrir otro con Grecia. Por su parte, Albania establecía centros policiales comunes con Kosovo y Macedonia, y esperaba abrir otros pronto con Montenegro y Grecia. Florion Serjani, consejero del ministerio del Interior albanés, decía “una buena colaboración con la policía en la región aumentará la seguridad en toda la zona, pero fortalecerá la capacidad de cooperar con Europol o Frontex”. Con la llegada constante de asilados del sudeste europeo a Alemania, Holanda, Austria o Bélgica ya había hecho aumentar las posibilidades de reintroducir la restricción de visados a ciudadanos serbios desde otoño del 2013.

Sin embargo, las conversaciones Belgrado-Pristina han sido la mayor contribución para la seguridad regional. Asientan la vía diplomática a nivel europeo como alternativa a las resonancias negativas que el desacuerdo podía tener en Bosnia y Herzegovina y Macedonia, países donde las divisiones étnicas se traducen en divisiones políticas u obstrucción de reformas políticas. Un proceso que acaba de comenzar y que tiene más esquinas de las deseadas. La presidenta del Gobierno kosovar, Atifete Jahjaga, tuvo que disolver el Parlamento y celebrar nuevas elecciones, que terminaron este domingo con la victoria del partido del actual primer ministro Hashim Thaci. Los motivos fueron el fracaso de la transformación de las Fuerzas de Seguridad en las Fuerzas Armadas de Kosovo y la reserva de escaños para las minorías étnicas en el Parlamento (los partidos serbios condicionaron el voto a mantener sus escaños en la cámara).

No solo la seguridad es una cuestión vital interregional sino también internacional. Más de 300 ciudadanos de Kosovo, Macedonia y Albania luchan en la guerra en Siria, según fuentes policiales. Hay 40 personas combatiendo solo originarias de Skenderaj (Kosovo). Personas que procedentes de las partes menos desarrolladas económicamente  y que son reclutadas por grupos como ISIS u otros vinculados a Al Qaeda como Jabhat al-Nusra. Kosovo, hasta el momento, ha intentado por ley evitar la participación de sus ciudadanos en conflictos armados pero el borrador que sancionaría esta actividad no es todavía una ley. De la vecina Albania, al menos 10 ciudadanos han muerto en Siria hasta ahora.

El mundo se ha vuelto inestable mientras los Balcanes Occidentales lograban su estabilidad. Una vez conseguida, a la fuerte crisis europea se ha unido el conflicto en Ucrania, que tiene consecuencias inevitables sobre la región -aumento del precio de los alimentos, incertidumbres sobre la provisión de energía, caída del interés inversor o el más que probable descenso del turismo eslavo- pero también ha derivado en un estado de inquietud general que invita a implicarse con el proyecto europeo; pero también a no renunciar a lealtades geopolíticas. La política energética es clave para la UE, como se viene demostrando con la suspensión de la construcción del gaseoducto South Stream en Bulgaria y las duras negociaciones al respecto entre Moscú y Bruselas. El interés geopolítico se ha deslocalizado hacia el Cáucaso, dejando que sea el sudeste europeo el que tenga ahora que espabilarse con la deseada membresía todavía lejos y en plena fatiga europea. Las presiones ejercidas sobre Serbia para que apoye sanciones a Rusia en el contencioso ucraniano o las prisas de Montenegro por aproximarse a la OTAN, apoyando éstas mismas, ofrece un marco diverso de reacciones diplomáticas pero con un mismo patrón: el receso en la entrada en la Unión Europea deja a la región indefensa si no se activa local y regionalmente. La seguridad es un buen termómetro para medir esa angustia.

Hoy parece que no es posible tomarse nada con tranquilidad porque el mundo anda lanzado y la región parece darse cuenta de ello. Ni a Bruselas ni a la sociedad balcánica parece que se les pueda seguir diciendo por mucho tiempo aquello de: “polako… sve će biti u redu”. Porque tranquilidad hoy no hay en ninguna parte.