Activistas protestan contra consumismo excesivo y sus efectos sobre la huella ecológica. (Getty Images)

El Día mundial de la sobrecapacidad de la Tierra cada vez se adelanta más en el calendario. Se está consumiendo todo lo que es posible regenerar.

Señal, rastro, vestigio, impresión, marca, pisada. Cada producto consumido, impacta. Deja huella. Introducido por William Rees y Mathis Wackernagel en 1996, el concepto de huella ecológica mide la cantidad de recursos que implican los consumos humanos (agua, energía, materiales, etc.), trasladándolos para su medición a un espacio físico, a una huella en el suelo. Los datos que se actualizan en la web muestran la huella ecológica por países, ejemplificando cómo, en muchos casos, se consume más de la capacidad de regeneración de la Tierra.

Las pisadas en el suelo pueden ser efímeras, un poco de lluvia o un poco de viento y se desvanecen; pero otras veces son imborrables. Dependen del terreno que se pisa. Por ejemplo, la huella ecológica de España en 2018 fue inferior a 2,8, lo que significa que el consumo del país es casi tres veces superior a lo que se produce en él. Otros datos para la comparativa con ese mismo año: para Sri Lanka el saldo es positivo (0,96), mientras Estados Unidos llega al 5,13. Lo siguiente es el análisis con los datos macroeconómicos y de empobrecimiento. “La huella material per cápita en los países de ingresos altos es un 60% más elevada que en los países de ingresos medianos altos y 13 veces mayor que en los países de bajos ingresos”, escribe en un documento del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) la directora ejecutiva del organismo, Joyce Msuya, quien reconoce que el crecimiento económico es insostenible para el planeta.

“La demanda de la humanidad de bienes y servicios de los sistemas ecológicos es actualmente un 75% más alta de lo que el planeta puede renovar hoy”, apuntan desde la organización Global Footprint Network. “Nuestros datos muestran que usamos tanto de la naturaleza como si viviéramos en 1,75 Tierras, pero solo tenemos una. Esto no es un juicio, solo una medida. En este contexto, hacer que la actividad humana vuelva a estar dentro del presupuesto ecológico de nuestro único planeta no se trata de algo noble o de aliviar nuestra conciencia culpable. Se trata de elegir el interés propio y lo que funciona”, continúa Mathis Wackernagel, fundador y presidente de Global Footprint Network. Este proyecto también ofrece una especie de calculadora para que toda persona interesada pueda saber más o menos si la marca de su pie es liviana o profunda.

“Hay margen de maniobra individual, existen un montón de elementos que se pueden modular de consumo, de movilidad, de elecciones vitales, etcétera, pero el grueso de nuestra insostenibilidad de nuestro sistema económico y político tiene que ver con cuestiones estructurales. Estamos atrapados en una ecuación infernal que vincula el crecimiento del PIB [Producto Interior Bruto] con el aumento del consumo de energía y con el aumento de la huella ecológica”, anota Adrián Almazán Gómez, investigador posdoctoral en tecnología y ecologismo social en la Universidad Autónoma de Madrid y en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU).

Si no se emprenden acciones urgentes, el rápido crecimiento y el uso ineficiente de los recursos naturales continuará generando presiones insostenibles sobre el medio ambiente. Así lo asegura el informe ‘El panorama de los recursos globales’ elaborado por el PNUMA, que pide a los responsables de formular las políticas y de tomar las decisiones que generen cambios significativos. El documento también señala que “en la transición hacia un futuro sostenible es esencial desvincular la actividad económica y el bienestar humano del uso de los recursos naturales y los impactos ambientales”.

La agenda española y la europea

A pesar de los datos, de los consumos, de los impactos y de las huellas, el asunto aún no tiene suficiente espacio, por ejemplo, en la agenda política española, lamenta Julio Barea, doctor en Geología y responsable de las campañas de Consumo y Biodiversidad de Greenpreace España. “Cada vez hay más medios de comunicación y más personas que conocen el término de huella ecológica y se están preocupando por ello, pero de nuevo nuestros dirigentes y nuestros políticos están a otra cosa, siempre hay otra cosa que puede distraer”, esgrime en una conversación telefónica.

Fue a inicios de 2020, unos días antes de la explosión de la pandemia, cuando la Comisión Europea presentó un nuevo plan de acción para la economía circular por una Europa más limpia y más competitiva. “Solo tenemos una Tierra, pero en 2050 el consumo mundial será el equivalente al de tres planetas”, arranca el documento, que posteriormente especifica que la tendencia del consumo mundial de las materias primas crecerá un 70% en ese mismo horizonte temporal. Hay que sumar la emergencia climática por la emisión de gases efecto invernadero, la pérdida de biodiversidad y el estrés hídrico que, según la Comisión, también se deben a la extracción, transformación y el uso de recursos.

El reciente acuerdo de los Estados miembros de la Unión Europa establece reducir las emisiones de CO2 un 55% en 2030 con respecto a los datos de 1990. El carbono forma parte de la huella ecológica, como otros parámetros como la energía, el agua o el lugar de elaboración de los productos. “Lo que hemos establecido como nuestra normalidad es una normalidad fósil, es decir, absolutamente dependiente de los combustibles fósiles. Es una normalidad que solo se puede sustentar sobre un acceso frecuente, barato y abundante de energía de muy alta calidad”, indica Almazán.

La economía circular vuelve a ser parte de la solución que propone la Comisión Europea, una medida ya adelantada en la directiva sobre residuos de 2018. Este paradigma económico apuesta por un modelo de producción y consumo que implica compartir, alquilar, reutilizar, reparar, renovar y reciclar materiales y productos existentes todas las veces que sea posible y así alargar el ciclo de vida de los mismos, según lo definen las propias instituciones europeas. “La UE debe acelerar la transición hacia un modelo de crecimiento regenerativo que devuelva al planeta más de lo que toma de él, avanzar hacia el mantenimiento de su consumo de recursos dentro de los límites que encierra el planeta y, con tal fin, esforzarse por reducir su huella de consumo y duplicar su tasa de utilización de material circular en la próxima década”, recoge el plan de la Comisión Europea sobre la economía circular, aprobado por el Parlamento Europeo un año después de su publicación.

La cuestión de los residuos

La experta en materiales Maider García de Cortázar explica en una charla TED que, además de los recursos finitos del planeta, el modelo de vida actual es lineal, es decir, se extraen materiales, se hacen cosas, se consumen y se tiran. “No es sostenible en el tiempo”, concluye. La ingeniera aboga por la economía circular, lo que implica un cambio de paradigma: reducción de uso, reciclaje, remanufactura, revalorización. El planteamiento que lanzó en Vitoria-Gasteiz es pensar en los materiales, qué va a pasar con los componentes cuando llegue al fin de su vida, si se van a poder desensamblar y reutilizar. Encima de la mesa ya está un reglamento sobre el diseño ecológico de productos sostenibles, una de las medidas que está ya valorando la Comisión Europea, que lo considera un “punto de inflexión cuyo impulso se irá consolidando con el tiempo”. La ley de residuos de España, de abril de 2022, también tiene el objetivo de “sentar los principios de la economía circular a través de la legislación básica en materia de residuos, así como contribuir a la lucha contra el cambio climático y proteger el medio marino”.

En este punto, Julio Barea retoma la crítica de la agenda política, considerando que con esta nueva legislación “ni de lejos” se alcanza una economía circular. La plataforma Alianza Residuo Cero, de la que forma parte Greenpeace junto a colectivos como Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción, Retorna, Rezero y Surfrider, y que está integrada en la plataforma europea Zero Waste Europe, lamenta que no se incida más en la prevención, que no se prohíban las sustancias tóxicas consideradas disruptoras endocrinas, que se dilate en el tiempo la obligatoriedad de la recogida separada de la materia orgánica y que no se incluyan los vidrios en el sistema de depósito, devolución y retorno de envases.

Como parte positiva, la plataforma aplaude que la ley abogue por la responsabilidad de quien produce y por el aumento de la fiscalidad. “Es la huella ecológica la que nos tiene que llevar a avanzar en la economía circular. La ley tendría que ser mucho más ambiciosa, pero lo que ha hecho es prácticamente trasponer unas directivas europeas en las que ya íbamos con retraso, como la usabilidad de objetos de plástico (bastoncillos, pajitas, etcétera)”, aseva Barea, quien cita la legislación de las Islas Baleares como un buen ejemplo. El doctor en Geología también elogia el texto de lo que parece será la futura ley catalana de residuos, de la que por el momento ha trascendido el borrador.

Clientes en tienda de ropa de un famoso centro comercial en Nueva York (Alejandra Villa Loraca/Newsday RM via Getty Images)

La importancia del consumo

“Se van dando pasitos, pero nos estamos quedando sin tiempo para hacer ese camino. Con el tema de consumo no se ha hecho nada. La ley habla de reducción con unos límites muy pequeños; habla de reutilización, pero no se ponen niveles. El usar y tirar se tiene que acabar, sea del material que sea. Tenemos las tecnologías y los materiales para que los envases sean reutilizables; tiene que haber dos o tres tipos de envases que se puedan usar, lavar, devolver y volver a utilizar”, cierra Barea.

Precisamente sobre las soluciones técnicas, Almazán, autor del libro Técnica y tecnología, hace una aclaración: “Si la solución es técnica entonces significa que el problema de alguna forma no responde a ninguna dinámica estructural, sino que basta con cambiar un elemento superficial para para superarlo. Y eso nos permite como sociedad seguir haciendo lo mismo que estamos haciendo porque ya inventarán algo que lo solucionará, no hay nada que yo pueda hacer porque es cuestión de científicos y de ingenieros; y eso tapona la búsqueda de verdaderas soluciones. Creo que es un consenso bastante compartido que nos enfrentamos a un problema cuya solución es fundamentalmente social, es decir, que requiere cambios a nuestros imaginarios, subjetividades, estética, en nuestras prioridades políticas, en nuestra economía”.

El tema del consumo, el qué se consume, cómo se produce y dónde, continúa siendo una de las grandes cuestiones pendientes. Un artículo de la revista Nature recuerda que “detrás de la retórica” europea hay problemas como la gran cantidad de importaciones agrícolas, que en muchos casos provienen de países con legislaciones ambientales menos estrictas que las comunitarias. “Los Estados miembros de la UE están subcontratando el daño ambiental a otros países mientras se llevan el crédito por las políticas verdes en casa”, escriben los autores. En este mismo sentido, Adrián Almazán, que participa en Ekologistas Martxan, recuerda que es necesario hablar de huella ecológica y también de deuda: “Yo puedo tener un impacto limitado en mi alimentación, pero muchas veces no existe realmente la alternativa de consumir productos fuera de las cadenas de producción y distribución y consumo globales”.

Metáforas como la de pisada y la huella ayudan a visualizar los problemas para después interiorizarlos. Junto a ella cada vez cobra más importancia el Día mundial de la sobrecapacidad de la Tierra (overshoot day, en inglés), una efeméride que cada año se adelanta el calendario, señalando la fecha en la que se ha consumido todo lo que Tierra puede regenerar en un año. En 2022 está marcado en rojo el 28 de julio, cuando a inicios de siglo era el 25 de septiembre y, más atrás en el tiempo, en 1971, fue el 25 de diciembre. La huella ecológica no solo tiene una profundidad gradual, sino que también puede ser más o menos temprana.